Pablo Jesús Gómez
Cuando Marco Antonio Guzmán Meza tenía recién 30 años (nació el 27 de agosto de 1960 en San Juan) perdió completamente su visión. Pese a que a temprana edad comenzó con sus problemas a la vista, aún podía visualizar algunas cosas y lograba realizar con dificultades su rutina diaria. Hasta que un día llegó eso que nunca pensó que le pasaría.
"En el año 1979 perdí la visión del ojo derecho porque en ese tiempo usaba lentes de contacto y un compañero me pegó por casualidad. Ese accidente hizo que comenzarán mis problemas para ver", recuerda Marco Guzmán, quien debido a su avanzada miopía, tuvo que usar de chico lentes ópticos, ganándose una importante cantidad de sobrenombres durante su estadía en el Liceo Nacional de Llolleo.
"Los lentes de contacto los utilice poco, unos dos años, pero antes de eso como usaba los lentes 'poto de botella', me decían de todas las formas que se les ocurría. Ahí yo sufría lo que ahora se conoce como 'bullying'. Me decían ojos en vitrina, el citroneta, cuatro ojos, Salvador Allende, porque usaba unos lentes negros con marco ancho. Pero en ese tiempo la ignorancia de uno hacía que no dijera nada. Si me ponía a pelear me podían quebrar los lentes y hasta ahí quedaba todo. Hasta perdí dos años sin ir a clases porque me molestaba mucho un compañero", detalla Marco.
Caminando a clases
Debido a que vivía en el sector de San Juan, tenía que caminar nada menos que seis kilómetros para llegar puntualmente a las clases en el Liceo Nacional.
"Iba al colegio caminando y para nosotros era algo normal. Por eso me río ahora un poco cuando pasan a buscar a los escolares en furgones, porque, si no, se estresan", asegura entre risas Marco Guzmán, quien justamente al residir en un sector rural debía combinar el tiempo para dividirse entre los estudios y sus labores en la parcela 21 de San Juan, donde vivía con su madre, Carmen Meza.
"Había que ir a buscar los animales durante la tarde, cuando San Juan era puro campo y el camino era de piedra. Estaba acostumbrado a la vida de campo. Había que encerrar los terneros y hacer corralito. Éramos cuatro hermanos y lamentablemente uno falleció tras un accidente de tránsito ocurrido en Constitución, ya que era chofer de la Pullman", rememora.
Tras terminar su etapa escolar, Marco Guzmán comenzó a trabajar de forma inmediata, aprovechando sus energías y juventud. "Trabajé en unas parcelas en el sector de La Marquesa, ahí hacía lo que me mandaban. En ese momento ya estaba viviendo en Leyda, que es donde resido hasta el día de hoy, desde hace más de 30 años. Nosotros le compramos el lugar a ferrocarriles. También trabajé en la carga de madera, porque en esos años era rentable lo forestal. Se le llamaba leña de carga y se llevaba a las panaderías para los hornos. Entonces como no podían entrar las ramplas a las panaderías, había que sacarlas al camino con unas cosas que le decíamos 'cargaderos'. Pero todo cambió cuando empecé a perder de a poco la visión", hace memoria Guzmán.
"Fue de a poquito, cuando tenía 30 años. Ya van más de 25 años que no puedo ver nada. Tenía malas las retinas y el ojo izquierdo me lo habían dejado listo para operarme en el hospital Carlos van Buren de Valparaíso, pero como soy porfiado y de campo, pensaba que iba a mejorarme pero me quedó peor. Este problema de visión es hereditario de parte de la familia Guzmán. Y en estos momentos las nuevas generaciones también han presentado problemas de retina", cuenta.
Cambio de vida
Con la ceguera totalmente desarrollada, la vida de Marco cambió de forma inmediata. "Tantas cosas dejé de hacer. Salir a carretear, a pasear, todo lo que se hace cuando se puede ver. Fue algo fuerte y estuve varios años flojo, sin hacer muchas cosas. Pero gracias a Dios, a mis dos hijos, Marvin y Marcos, y principalmente a mi señora, yo ni siquiera usé sicólogo. Lamentablemente mi señora, Ruth Catín, quien era de Osorno, falleció hace 15 años producto de una leucemia. Ahora uno de mis hijos me ayuda y me viene a hacer el almuerzo", dice el hombre que para reinventarse y volver a encontrar una motivación comenzó a dedicarse a la artesanía en madera.
"Esto de la artesanía es de hace tres o cuatro años atrás. Pasaba sentado en el sillón tomando puro caldo de cabeza como se dice, y eso es malo. Hasta que una sobrina quería que le hiciera botones para una chaleca y así empezó todo esto de la artesanía en madera. Así que ahora puedo entretenerme en eso y sentirme que estoy haciendo algo que ha tenido buena aceptación. De hecho, cuando mi hermano puede me lleva a la plaza de Llolleo y algo se vende. Llevo botones, tablas para cocinar, cucharas, camiones y otras cosas", explica este vecino de la localidad de Leyda.
Al ser un trabajo totalmente artesanal y rústico, Marco Guzmán se demora, por ejemplo, una semana en hacer un camión de juguete, mientras que una carreta la realiza en tres días. "Empiezo a trabajar a eso de las nueve de la mañana. A veces uno puede hacer un corte mal en la madera y se enoja, por lo que sigo al otro día, por eso que cada elaboración tiene su tiempo de trabajo. Un camión cuesta 15 mil pesos; las carretas para colocar maceteros, también 15 mil las grandes. Vendiendo me va bien, algo cae, así que estoy contento", reconoce.
-¿Y los materiales de dónde los va recolectando don Marco?
-Me los van regalando los vecinos, pero ahora me gustaría si alguien puede ayudarme con pallets, eso me serviría mucho para seguir trabajando. Y lo otro es que uno de los perros me mordió el cable del cargador del taladro. Así que si alguien puede colaborarme con un cargador estaría muy agradecido.
-¿Está contento, entonces, con este oficio de artesano que ha desarrollado?
-Sí, porque ahora me siento útil. Si me gano 100 pesos, eso es lo que me cuesta un pan, así que ya todo es ganancia. Aprovecho de agradecer el apoyo de mi familia y de algunos vecinos que aportan a que yo siga trabajando en esto que me gusta.