A 30 años de la muerte de Dalí: el genio que se burló del tiempo
Fue admirado por sus obras y resistido por su forma de ser. Se convirtió en una adinerada celebridad que dejó una huella imborrable en el arte.
Anarquista, monárquico y anticatalán: así se describió Salvador Dalí en una etapa de su vida. Datos políticos que a pocos importan, al menos hoy. Para todos, el genio será siempre recordado por su ilimitada creatividad y arrojada valentía para llevar a cabo cuanto experimento artístico se cruzó alguna vez por sus hemisferios cerebrales.
Nació el 11 de mayo de 1904 en Figueras, España, y es reconocido, a pesar de sus decenas de oficios, como pintor, escultor, cineasta, actor, dibujante, fotógrafo, grabador y escritor.
Aunque, según él, lo suyo no fue parte del surrealismo, sino fruto del método paranoi-crítico, juego donde elementos y/o situaciones se contraponen y, del mismo modo, se complementan.
Dictados del inconsciente
Su cuadro más emblemático, "La persistencia de la memoria", ha sido analizado en un sinnúmero de escuelas de arte en todo el mundo y por una cantidad inimaginable de expertos, críticos, académicos, pintores y estudiantes. Y es, sobre todo, un gran ejemplo de su método.
De hecho, fue él quien aseguró que era "el primero en ser sorprendido, y a menudo aterrorizado, por las imágenes que veo aparecer en mi lienzo. Registro con toda la exactitud posible los dictados de mi inconsciente y mis sueños".
Estamos hablando del clásico del surrealismo, aquel donde un reloj derretido pende de la rama de un árbol. Y que encierra en sí una serie de curiosidades. La primera es su tamaño: apenas 24 x 33 cm. Es decir, casi del porte de una hoja de oficio.
Lo realizó con apenas 28 años y fue su primer gran éxito. Aunque aún es discusión de intelectuales, se dice que cuando a Dalí le preguntaron si los postulados de Einstein fueron la inspiración de este cuadro, él respondió negativamente, insistiendo en que la real musa de "La persistencia de la memoria" fue una rodela de queso que se derretía al sol.
En la obra, bajo el tercero de los relojes, hay un autorretrato del pintor, también colapsado por el tiempo, en una mezcla entre el derretimiento y la posición final tras la caída libre de la piel deshojada.
La afamada pieza ha sido recreada un sinfín de veces en televisión, en series tan famosas como "Los Simpson", "Futurama", "Hey, Arnold", "Doctor Who" y "Plaza Sésamo", entre otros.
Gran parte de su obra se sustenta en un enfoque similar: "Jirafa en llamas", de 1937, cuya mujer en primer plano tiene una pierna combinada con una cajonera; "El gran masturbador", de 1929, en el que destaca un perfil que podría ser él mismo, de cuyo cuello se desprende el rostro de una bella mujer y un torso masculino al frente; "Construcción blanda con judías hervidas", de 1936, donde dos cuerpos surrealistamente mutilados parecen luchar en una estepa desértica, apoyados en un pie y en un velador.
Pesadillas hechas arte
Todas estas pinturas, y cientos más, que parecen sacadas de pesadillas, son exactamente aquello. La virtud de Dalí radicó en dos supuestos, quizá ambos ciertos: su capacidad de tener pesadillas artísticamente plasmables, y recordarlas; o la virtud de articular aquellas pesadillas estando despierto, para llevarlas magistralmente de la imaginación al lienzo.
Dalí tenía ese tipo de pensamientos: autorretratos y autorreferencias. Su vida y obra consistieron en frecuentes viajes al centro de su subconsciente y a los recuerdos de su mundo onírico. De hecho, creía ser la reencarnación de su hermano, fallecido exactos nueve meses antes de su nacimiento.
Decía poseer una obsesión con la coliflor, pero no por su sabor, sino porque "tiene una forma fascinante". Sin ir más lejos, cierta vez llegó a una recepción en una limosina llena de coliflores. Sin embargo, se presumió que esto lo hacía para ganar la atención de los medios, lo que tiene una base muy cierta.
Desde niño, al artista español le gustaba ser el centro de las miradas. Famosa es su historia de cuando aun estaba en la escuela y se arrojó de cabeza contra un muro. Mientras sangraba, le preguntaron por qué había cometido semejante locura. Y él respondió: "Porque nadie me estaba prestando atención".
Por su posición snob, narcisista y ultraderechista, nunca fue bien aceptado por los intelectuales europeos. Su obsesión por Hitler y amistad y respaldo acérrimo al dictador Francisco Franco, lo situaban en el rango de los artistas que se acercaban al poder no por fines humanitarios, sino solo en beneficio personal. A Franco le aplaudió todo, decían en España, incluso la pena de muerte para varios contrarios a la doctrina fascista, salvo la ejecución de su amigo Federico García Lorca.
El destacado autor George Orwell escribió de él: "Uno debería ser capaz de conservar en la cabeza simultáneamente las ideas de que Dalí era al mismo tiempo un excelente dibujante y un irritante ser humano. La una no invalida, o efectivamente, no afecta a la otra".
Lo innegable es que, cuando lo desbordó la fama, padeció de megalomanía, patología muy fomentada por los medios de prensa y las elites sociales de aquellos años, al punto de que lo que hiciese Dalí, por básico y descabellado que resultase, era replicado en cada diario, revista o nota de prensa de las principales redes de TV del orbe.
Esto hacía feliz al artista, de quien se decía que amaba más al dinero que generaba su arte y su exposición que al arte mismo. Frases suyas pasaron a ser cliché de los clanes artísticos de todas partes. Cuando lo tildaron de loco, arremetió con clase y sapiencia: "La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco".
Asimismo, cuando debió hablar de la "juventud actual", en referencia a la década del 60, comentó que "la mayor desgracia de la juventud actual es ya no pertenecer a ella".
Una acuarela mucho más colorida aun de su desbordada creatividad y arriesgada personalidad sin duda la entrega el estudio de toda su polifacética obra, de la que se han escrito libros y libros, y se siguen escribiendo, y poco se puede agregar en estos escasos párrafos, salvo resumir que el genio no nos dejó 30 años atrás en silencio y sin ocultar mucho de su valiosa herencia artística -que solo en pinturas considera más de 1.500 obras-, por suerte para la Humanidad.
Néstor Flores F.