Don Mario, el relojero que sobrevive a los nuevos tiempos
72 años reparando relojes lleva Mario Riquelme. Desde que conoció este oficio, que heredó de su padre, o puedo dejar el "rito" de arreglar estas piezas de joyería. Hoy, a sus 86 años, afirma, que seguirá en esto hasta el último minuto.
Desde los 14 años, la vida de Mario Riquelme Jones transcurre entre las delicadas y diminutas piezas y engranajes de los relojes. Al acompasado sonido del segundero, el octogenario relojero, proveniente de Santiago, ha desarrollado su vida, la vida de un hombre del siglo XX.
Nacido en 1933, conoció el oficio por su padre y no pudo alejarse nunca más de este. "Yo soy relojero de cuna, mi padre tenía un taller en la casa y como era empleado público llegaba en las tardes y yo desde chiquitito me ponía al lado de él a mirarlo. A los 14 años ya era relojero", expresa.
Vida posguerra
La mayor parte de su vida don Mario, como le dicen sus clientes, se ha dedicado a la reparación de este fundamental instrumento, las circuntancias de su época lo hicieron desarrollar oficios que la tecnología ha hecho desaparecer.
A pesar de ser un buen alumno, solo llegó hasta segundo de Humanidades. "No pudimos estudiar más porque nos tocó la posguerra (Segunda Guerra Mundial). Uuh, había colas para comprar medio kilo de pan, carbón, té, todo. El país estaba pésimo. Mi papá, como era funcionario de Carabineros, tenía cierta garantías", dice.
Quizás su familia no atravesaba los mismos aprietos que otras de la época, pero él tuvo que salir a ganarse la vida.
"Empecé a trabajar en la Fundición Libertad Küpfer Hermanos (famosa empresa que data de 1877) como mensajero, porque no estaban los comunicadores como ahora, entonces teníamos que entregar los memos. Eran dos cuadras a la redonda y teníamos que partir corriendo", rememora don Mario, quien además trabajó empaquetando en una fábrica de tallarines y en un fundo en San Vicente de Tagua Tagua, como inquilino.
El famoso relojero, quien aún desarrolla su oficio, comenta que "el sueldecito en el sobre cerrado era para la mamá, y ella daba para la matiné y el helado".
San antonio
A sus 86 años, don Mario tiene grabadas las fechas importantes de su vida.
"Llegué a San Antonio el año 1959. Tenía 26 años y me vine porque mi padre se instaló en Alberto Barros con una relojería y yo me vine a trabajar con él", cuenta.
Con los años, Riquelme se independizó y tuvo su propio local, pero una nueva crisis lo hizo buscar otro rumbo.
"El año 1983, sufrí un quiebre porque tuve un negocio muy grande que se fue a pique por la recesión de 1980. Me fui a trabajar a Santiago y fui jefe del Servicio Técnico Rolex durante dos años. Allí reparaba Rolex, Casio, relojes de cuarzo", comenta don Mario, quien en un buen momento de su negocio llegó a tener tres locales paralelamente.
Allí se especializó en las nuevas tecnologías usadas en los relojes. "Tuve un seminario de siete días con ingenieros japoneses, así que me sé todo el tema", afirma Riquelme, quien también dio charlas sobre su oficio.
Aunque en Santiago tenía un suculento sueldo de mil dólares mensuales, Riquelme mantuvo su -como él le dice- tallercito en Centenario. "Allí llegaba los viernes a trabajar con mi señora, que en paz descanse. Estoy viudo hace 22 años y llevo 21 años con mi pareja", dice apuntando a Georgina Barraza Moreno, quien atiende junto a él su local 24 de la Galería Mar del Pacífico de San Antonio, llamado Relojería y Joyería Riquelme.
Pasiones
Entre tanto trabajo, Riquelme ha sabido darse un tiempo para los placeres de la vida, uno de esos es el baile, por medio del cual se reencontró con el amor.
"Iba en el colectivo camino a mi casa y el chofer, como soy poco conocido, me dijo 'don Mario más allá hay un negocio donde llegan harta chiquillas a bailar'. Ahí conocí a mi señora y empezamos a salir. Tenía 65 años, estaba vigente", bromea.
Actualmente, la pareja sigue saliendo a bailar. "Salimos una o dos veces al mes. Me gusta la cumbia, la salsa y el tango, que no lo bailo tan elegante, pero lo bailo", manifiesta.
Una pasión que ocupó un lugar importante en su vida y tuvo que dejar don Mario fue el tenis, el que conoció tras ser un fanático del fútbol. "En el tenis llegué al escalafón nacional, jugué un Mundial de senior y varios partidos internacionales. Aquí en Llolleo fui número uno", comenta orgulloso quien durante años fue presidente del Club de Tenis Llolleo, donde realizó importantes mejoras en el lugar.
"Empecé a los 40 años, viejo. Debería haber comenzado joven. Jugaba en todo competidor. Con decirle que jugué con Fernando González cuando era cabro chico y me ganó. No pude pasar de categoría así que me pasé a los senior", relata el relojero, quien en 2007 no pudo dedicarse más a este deporte debido a un glaucoma (enfermedad que genera la pérdida de visión), del que tuvo que operarse ese año.
Sacarse la lotería
En todos sus años de oficio, don Mario no solo ha obtenido prestigio por la calidad de su trabajo, también se ha ganado el cariño de la gente y él lo grafica con la siguiente anécdota.
"Me saqué un premio el año 1987. Saqué tres números de la Lotería, que hoy serían $60 millones", comenta.
-¿Qué hizo cuando se enteró?
-Fui donde un doctor amigo y le dije que me había ganado un premio grande, para que me diera una pastilla para estar tranquilo. Me dio un calmante y asumí, porque era harta plata.
Con los millones compró relojes para su tienda, pero no le cundió mucho. "Hice malas inversiones. Justo después de comprar bajaron los impuestos adunaneros y cayeron los precios de los productos, por lo que el premio duró poco, pero no me puedo quejar".
Y no se queja, porque entonces la gente lo sorprendió con su cariño. "Tenía el negocio en Alberto Barros y llegó tanta gente a verme. Todos mis amigos me preguntaban si me habían ido a pedir plata; pero no, me habían ido a felicitar", cuenta agradecido.
Con el paso de los años, el trabajo de don Mario sigue siendo valorado y elegido por muchos sanantoninos. "Nos prefieren por el prestigio. Mi padre tenía prestigio también, él decía el lunes estará listo el trabajo y el lunes estaban las cosas. Yo soy igual", afirma.
A sus 86 años, de lunes a sábado llega a su local para atender a su fiel clientela. Aunque ahora "tengo horario de viejito. Antes entraba a las 9 y ahora llego a las 10.30 horas", afirma risueño.
-¿Qué es lo que más le gusta de su oficio?
-Todo. Me gustó porque para limpiar los relojes antiguos se desarmaban enteros, todas las piezas y era muy lindo. Era como un rito. El reloj se desarmaba, se limpiaba, después se le ponía creta (polvo para limpiar), se les pasaba una escobilla, se limpiaban los ejes de acero que pasaban por los rubís. Eran tres horas de trabajo.
Con la tecnología actual, don Mario se demora 15 minutos en arreglar un reloj, pero eso no le quita la pasión por su oficio. "Seguiré trabajando hasta cuando pueda. Esto me encanta. Es mi vida", sostiene mientras se pone su lupa y se prepara para arreglar otro reloj más en su tradicional local.