Sanantoninas buscan el sustento del hogar vendiendo como ambulantes
Susana, Marlen, Jessica y Angélica son cuatro de las tradicionales comerciantes de las calles Centenario con Francisco Javier Vera. Vender en la calle, es la opción que les ha permitido criar y mantener a su familia.
Las mujeres de Centenario con Francisco Javier Veran, en pleno centro de San Antonio están preocupadas. La mañana del 7 de marzo es algo más agitada de lo normal, están todas espectantes a la conformación del Sindicato de Vendedores Ambulantes de San Antonio.
Creen que la organización será la única manera de resistir a los cambios culturales que les exigen sanidad y no estar en la vía pública. Una ordenanza municipal las tiene preocupadas, unas dicen que las sacarán de ahí por no contar con los permisos sanitarios, otras simplemente no tienen patente.
Es una batalla que están dispuestas a pelear cueste lo que cueste, pero no por una porfía innecesaria. Son 15 las familias que se reunieron para intentar formalizarse una vez más, porque no tienen otra opción que trabajar en la calle, y acá están sus razones.
Chaparritas
Susana Cáceres vende chaparritas hace 13 años fuera de la panadería El Nogal. Está preocupada, es una de las mayores, y ya no mantiene a su hijo, porque ya lo alimentó y vistió vendiendo en la calle.
"Toda la vida fui mujer sola y emprendedora, nadie me ayudó nunca, ni me dieron una oportunidad, aunque yo golpeé puertas", cuenta desesperada.
Es que ya no tiene la vitalidad de antaño, y con este trabajo puede quedarse en la casa si una de sus enfermedades la hace sentir debil.
"Ahora mi hijo tiene 30 años, ya no lo mantengo, así que trabajo menos, como día por medio vendo, para mantenerme a mí. Además estoy enferma, no puedo trabajar tanto más, y en ninguna parte me van a dar trabajo", cuenta Susana.
Celiaco y diabético
Marlen Berríos es madre de un pequeño con insulinodependencia y celiaco, lo que ha traído más de una complicación de salud en estos 13 años.
"Yo me divorcié cuando mi hijo era pequeño, y nos fuimos a arrendar. Había que trabajar en algo, y como yo ya trabajaba vendiendo penca, decidí vender todo tipo de ensaladas acá en San Antonio", relata Marlen.
Para Marlen, la situación es aún más complicada. No puede optar a un trabajo con contrato, ya que en cualquier momento debe correr a socorrer a su hijo al colegio, y no hay empleador que aguante esa inestabilidad.
"Yo no puedo trabajar con contrato, porque la enfermedad de mi hijo a veces tiene unas altas, a veces unas bajas y yo tengo que salir disparada en cualquier momento al colegio a ver a mi hijo, porque allá no lo pueden inyectar, no lo tienen permitido por ley", lamenta Marlen.
único sustento
Angélica Durán lleva 8 años vendiendo en la calle. Su mamá la llevó a este oficio, y se tuvo que retirar del negocio por problemas de salud, después de estár 28 largos años dedicada a la venta de ensaladas. Alcanzó a estar poco más de dos años con permiso, los otros 25 años, los vivió arrancando de Carabineros y de los inspectores municipales. Viendo que le botaban toda su mercadería cuando la "pillaban".
Angélica quedó como el único sostén de un hogar de 4, ella, su hija pequeña, su hermana que estudia técnico en odontología y su madre, adulta mayor.
"Mi madre trabajó 25 años al arranque de carabineros, y solo tres años con permiso. Dejó de trabajar porque ya tenía artrosis en la espalda y tendinitis en sus manos cansadas de anudar las bolsas con lechuga y otras verduras que diariamente vendía".
-¿Y tú eres la única que le pone el hombro a la casa?
-Sí. A mi hermana solo le pago los pasajes, porque estudia con gratuidad, es la que espero que más adelante nos va a poder ayudar a mantenernos entre nosotras. Mi mamá está todo el día con achaques. Por todo eso estoy preocupada, porque tengo el permiso municipal pero no el sanitario, en cualquier momento nos sacan.
Pero no porque no haya querido no tiene su permiso sanitario.
"Lo hemos intentado, pero no lo dan para la calle. Primero nos dijeron que teníamos que hacer una pieza aparte de nuestra cocina, con cerámica. Lo intentamos, pero ahí quedó. Después nos dijeron que podíamos acondicionar nuestra cocina, pero tampoco nos dan el permiso con eso", relató Angélica.
¿Qué harías si te quitan el permiso?
-Yo creo que tendría que buscarme una pega, pero con cuarto medio no puedo optar a algo mejor que por el mínimo. Y tratar de hacer durar ese mínimo, para cuatro personas, dos estudiando, una adulta mayor. Pero bueno, si no queda de otra, algo se nos irá a ocurrir. Hay que rebuscárselas. Acá gano más que el mínimo, pero es más sacrificado.
Su rutina es agotadora, pero lo vale por su hija. "Me levanto a las 4 de la mañana estoy toda la mañana acá para llegar a la casa a pelar verduras. Lo bueno es que uno gana más y no tienes jefe, si un día estoy muy cansada no trabajo no más. Puedo ver mi hija en lo que necesite. Tengo la garantía de trabajar hasta las dos en la calle y estoy toda la tarde en la casa con mi hija, aunque sea pelando verduras, puedo atenderla en lo que ella necesita y no dejarla sola".
Libertad
Jessica Iglesias vende todo tipo de pastelitos fuera del supermercado Carrera junto su mamá y a su papá.
Cuenta que abandonó su trabajo de años en el supermercado Carrera, por tener un trabajo más independiente, que le permitiera ser la mamá que su hijo necesitaba.
"Cuando trabajaba en el supermercado era súper matador, salía tarde, no podía ir ni a las reuniones de apoderados ni a los actos del colegio, ni pasar mucho tiempo con mi hijo. Me lancé en este rubro junto a mis padres y me ha ido súper bien".
Confiesa que al principio era complicado, porque "uno no sabe el sistema de la calle, pero después uno se acostumbra".
Este trabajo le permitió tener la libertad y el tiempo que necesito para criar a si hijo.
"Además es algo que me encanta. Siempre he vendido pastelitos. Hice un curso, y como me gusta empecé a mejorar. Yo misma hago los dulces que vendo, me levanto antes de las 6 de la mañana todos los días, hago pasteles, salgo a vender, vuelvo a la casa a almorzar y sigo haciendo pasteles", cuenta feliz.
Estas mujeres representan a tantas otras, que se han visto en la obligación de salir a la calle para poder "parar la olla". A falta de oportunidades y calidad de vida, se lanzaron hace años en un mundo que a veces parece peligroso, pero que les entregó todo lo necesario para ser el pilar económico de su familia.


