Una historia de 40 años de amistad y deporte en torno al vóleibol playa
Los primeros alumnos del taller de "El Millo" siguen siendo amigos inseparables, cuatro décadas después de comenzar con su pasión por el balón y la arena. Ellos mismos son su propia fuente de juventud cuando se juntan a celebrar.
En la década de los '70 se formó en Cartagena un taller a cargo de un novato profesor de educación física, José Miguel Jerez, mejor conocido entre los apoderados de varias generaciones de cartageninos como "El Millo". Este popular docente del balneario invitó a un grupo de alumnos adolescentes a jugar vóleibol en la playa un fin de semana. "Yo había aprendido a jugar años antes, en los tiempos en que era salvavidas", cuenta el profe y motivador del grupo.
Armaban su red y su cancha en la playa para practicar en los equipos de hombres y de mujeres. Lo que no se imaginaban esos jugadores era que más de 40 años después, seguirían manteniendo ese vínculo, ya no tan cercanos al deporte la mayoría, pero con el mismo ímpetu de la adolescencia y la amistad sincera que se tienen.
La junta
Una gran parte de los miembros del este grupo siguió en contacto. Un día, de hace como 10 años, decidieron organizar una reunión anual que fuera un poco más formal y donde todos estuvieran convocados. De formalidad solo fue la convocatoria, porque retomaron la antigua costumbre de almorzar y seguir compartiendo durante toda la tarde. Así lo hacían en sus mejores años de voleibolistas.
El menú de este año fue una entrada de sopa de mariscos y pescado frito con papas mayo y ensalada chilena. La cita fue en el sector del camping de la caleta San Pedro de Cartagena. Al centro pusieron una fogata sobre un latón. Un poco de música de los 70' y 80' ambientó la velada, que tiene como escenario las verdes laderas de la caleta y el mar.
En la primera mesa solo hubo hombres; en la segunda, solo mujeres; y en la última se mezclan. Algunos van con sus esposos o esposas; otros incluso se casaron con un miembro del equipo. Las parejas se instalan a conversar en la mesa mixta.
Luego decidieron hacer dos de estos encuentros de camaradería al año: uno en Santiago y otro en Cartagena. Esto debido a que la mayoría de los "ex lolitos" viven en la capital por cuestiones laborales, pero siguen íntimamente ligados con el balneario, donde aún muchos tienen a sus familias.
Para todos, "El Millo" dejó de ser su profesor y se transformó en uno más del grupo, en el mejor amigo de la mayoría. Como siempre, sigue estando a la cabeza del equipo, y es él resuelve las dudas que surgen para este reportaje.
-¿Cuál es la motivación para reunirse constantemente?
-La pasión del vóleibol. A todos estos muchachos que están acá yo los reuní cuando eran chicos. Yo era profesor de ellos y les dije que jugáramos vóleibol en la playa. Yo aprendí en San Sebastián, cuando era salvavidas. Formamos una Asociación de Vóleibol, y eso dio pie para que se crearan lazos de amistad que perduran hasta hoy. Además, vivían todos por acá cerca (en Cartagena), y yo era profesor jefe de varios en el colegio.
Pasaron varios años. La mayoría partieron de Cartagena. Ahora son casi todos profesionales. "Y ese es el motivo de nuestra junta, cultivar la amistad y la camaradería. Nos juntamos dos veces al año, una acá en la caleta nueva y la otra en Champa, Colina, donde uno de los del grupo tiene una casa con piscina", agrega "El Millo".
Pedro Cortés fue ayudante del profesor de vóleibol y hace poco retomó el contacto con el grupo. "Crecimos todos juntos al alero de "El Millo", y ese apoyo fue fundamental porque nos conservamos viéndonos, abrazándonos y compartiendo".
Reflexiona sobre los años, que dicen que no pasan en vano. "A esta edad a nosotros nos encanta reunirnos, porque volvemos a contar las mismas historias que en nuestra juventud", afirma Cortés.
"El Millo" interrumpe sus emotivas palabras para quitarle solemnidad al asunto: "También las mismas tallas fomes de siempre". Todos lanzan una risotada al unísono.
Vínculos
En el grupo destaca una señora de avanzada edad, Sara Gómez. Los amigos cuentan que perdió la visión, y que está ahí porque sus cuatro hijos son voleibolistas, o lo fueron en su juventud al menos. Solo quedan tres, y una de ellos la lleva del brazo. Liliana Valdés, la hija de Sara, la acompaña a saludar a todos los asistentes, quienes la reciben con un profundo cariño. Para Liliana es muy importante asistir a cada una de las reuniones. "Estos son mis amigos de toda la vida", confiesa.
"El Millo" va a cumplir 70 años pero pareciera que el tiempo no ha pasado por él. Sigue trabajando en torno al vóleibol, realizando unos talleres en San Antonio y continúa practicando el deporte de manera recreativa.
-Don "Millo", ¿y cómo les iba en los partidos de verdad?
-No éramos muy buenos en el vóleibol de cemento, pero en el de playa éramos siempre los mejores, como buenos cartageninos. Y es que había que aprovechar el entorno, el paisaje natural. Es obvio que tenemos una conexión distinta con la playa, crecimos acá, entonces es una cuestión innata.
Daniel Valdés es ingeniero y comenzó a practicar vóleibol en el liceo Fiscal de San Antonio. "Después vinimos a jugar a la playa de Cartagena todos los fines de semana, y todos los días en los veranos. Desde que tenía 15 años y hasta como los 33 años tuve esa rutina", recuerda.
Lo que más le gusta del vóleibol es que se puede desarrollar en la playa. "Todos vivíamos o veraneábamos en Cartagena. En la mañana y en la tarde jugábamos, y en la noche no juntábamos en la disco a hablar de vóleibol", rememora Valdés.
Todos vuelven a reír a carcajadas. Entre medio salen las anécdotas románticas de sus períodos de adolescentes y de los bailes en los refinados locales de la Playa Chica.
Daniel Valdés vivió en Cartagena desde los 11 años, pero se fue a estudiar a la universidad en Santiago y, desde ahí, nunca más volvió a residir en el balneario de sus amores.
Tampoco veranea en la comuna, y es que, según él, ha cambiado mucho la cosa. A su juicio, Cartagena no es la misma que en los años mozos de Daniel, cuando todo era playa y pelota. Ahora veranea en Algarrobo, pero no deja de pasar por las calles cartageninas cada vez que puede.
Recuerda cómo se distribuía la playa en aquellos años. "En Playa Chica había un letrero que prohibía el ingreso a la gente que se bajaba del tren, porque venían con picnic. En Playa Grande, al principio, por el Hotel Continental, tampoco se podía comer en la arena, aparte de los productos que vendían en el quiosco", cuenta Daniel Valdés.
Por ese sector de Playa Grande instalaban su malla de vóleibol y se ponían a jugar. "Para el sector de El Ensueño se ponían las carpas; la gente hacía asados y tomaban melón con vino. Podíamos convivir entre todos con esa separación, pero en estos tiempos no se podría hacer ese tipo de discriminación", reflexiona el ingeniero.
Manuel Banchieri es profesor de física en Santiago y empezó a juntarse con ellos a los 10 años. Desde esa edad que practica vóleibol y básquetbol. También lamenta las transformaciones de la ciudad con el paso de los años. "Ahora no se puede ni andar por las calles", asegura.
A pesar de que la asociación tenía un equipo de hombres y otro de mujeres, estas últimas son menos en el grupo. La que más destaca es la conocida vecina Amparo Ros, quien sigue viviendo en Cartagena y continúa jugando vóleibol en el taller municipal. "A veces digo que no voy a ir a jugar, pero empieza a llegar la hora y me arreglo y parto igual. Es que me hace sentir tan bien jugar".
Amparo reconoce el paso del tiempo por su cuerpo. "Ya no puedo hacer las mismas cosas que antes, o tener el mismo nivel que tienen las lolitas del taller. Pero me encanta jugar, espero no dejar de hacerlo nunca".
La velada continúa en la sobremesa. Se descorchan los vinos y se abren las latas de cerveza. Las risas son cada vez más fuertes. Se escuchan hasta arriba, desde la calle que llega a la caleta, y se pierden por la inmensidad del mar. Salen los discursos y los abrazos. La emotividad está a flor de piel, y es que aunque tengan varias canas, cuando están unidos sienten, aunque sea por unas horas, que vuelven a tener 15 años.