El día en que Hitler quiso destruir Notre Dame
El célebre templo, que esta semana ardió en llamas, se salvó -gracias a la oposición de un oficial nazi- de la cruel orden del dictador alemán de reducir a cenizas los monumentos de París, durante la Segunda Guerra Mundial.
El aniversario 130 del natalicio de Adolf Hitler, ocurrido un 20 de abril de 1889 en la pequeña ciudad austríaca de Braunau am Inn -muy cercana a Salzburgo, a escasos kilómetros de Alemania-, y el reciente incendio de la catedral de Notre Dame, ubican a ambos en un mapa que hace décadas no los concitaba.
Las justificadas condenas al nazismo de los '30 y '40, además del ecuánime juicio social al negacionismo, instalan al desquiciado militar en una acera muy lejana a aquella donde se yergue una de las piezas arquitectónicas más aplaudidas de la Ciudad del Amor.
Sin embargo, décadas atrás la situación no era la misma. El mundo vivía convulsionado y la más cruenta de las guerras asolaba a gran parte del planeta. Tanto por el lado alemán como por el de los aliados, las pérdidas urbanas y culturales eran irrecuperables. Edificios legendarios, verdaderas joyas irrepetibles de la construcción, con todos los tesoros que guardaban -obras de arte, piezas arqueológicas y paleontológicas, libros, instrumentos musicales legendarios y los más refinados muebles- volaron hechos miles de pedazos tras la caída de las bombas y el fuego.
La catedral de Coventry, la de Reims, el Palacio de Würzburg, el Monasterio de Montecassino, la Iglesia de Santa Sofía y la Iglesia de Nuestra Señora de Dresden, cuentan entre las edificaciones de valor religioso devastadas casi en su totalidad por los explosivos. La catedral de Notre Dame, afortunadamente, había permanecido intacta, a pesar de los varios años de guerra.
La batalla de Francia
La inteligencia alemana, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial, había establecido en Francia a su más importante y poderoso enemigo. Previo a esto, mediante la táctica de blitzkrieg -ataque relámpago, primero por aire y luego por tierra-, derrotó e invadió Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo.
Con la toma de Bélgica, que permitía el ingreso por el norte, el ataque a Francia era solo cuestión de tiempo. Y así fue, pues tras pocas semanas de arremetidas e inútiles defensas, el 22 de junio del mismo 1940, Francia caía rendida y, para dolor propio y del mundo entero, firmaba el armisticio.
Por esos mismos días, Hitler ya estaba morando en París, creyéndose amo y señor de una de las ciudades más bellas de Europa y el mundo. Y en tres Mercedes Benz blindados, se paseaba por las calles parisinas.
Primero visitó la Casa de la Opera. La historia dice que, al bajarse del vehículo, el Führer gritó: "¡Mi ópera, desde mi primera juventud he deseado ver este símbolo del genio arquitectónico francés!". Desde un edificio cercano, una mujer le habría gritado "¡cállate, demonio!".
Fueron luego a los Campos Eliseos, a la Madeleine, al Trocadero y a la Torre Eiffel, donde hicieron la famosa sesión de fotos. Pidió no perderse un paso victorioso por el Arco del Triunfo. Y regresó a sus aposentos y después a Alemania, sin mostrar interés alguno por la catedral de Notre Dame ni por el museo de Louvre.
A Francia no entraría nunca más, manteniendo aquella indiferencia por años, hasta que supo que la calculadora de la guerra le entregaba un saldo negativo e irreversible.
La derrota alemana
El triunfo alemán sobre Europa y los aliados fue consolidándose hasta el ingreso de Estados Unidos al conflicto.
La inteligencia alemana entregó su visión al dictador y éste, desesperado, vio que la luz al final del túnel se iba apagando. Fue el 23 de agosto de 1944, cuando Dietrich von Choltitz, gobernador militar alemán impuesto en París, recibió la orden del propio führer: "Bombardeen todos los grandes monumentos, desde la Torre Eiffel hasta la catedral de Notre Dame". Los jerarcas alemanes en Francia se preguntaron qué hacer. Y, en especial, cómo, después de ignorar a la catedral en su paso por las calles de la Ciudad Luz, ahora Hitler la apuntaba como uno de los objetivos a sucumbir.
Dos días después, el mismo Von Choltitz recibe la famosa llamada de Hitler, donde le pregunta: "¿Arde París?". Von Choltitz, armado de valentía, contradijo al Fürher, le negó la orden y discutieron airadamente. El general en Francia, sin embargo, se mantuvo firme y le cortó el teléfono.
Se cree que Hitler explotó en rabia en su búnker, en Alemania, y gritó a todo aquel que se le cruzara, pues habría sido la primera vez que un subalterno no cumpliera ni mínimamente una de sus órdenes. Más aún: por primera vez le cortaban el teléfono, en un claro síntoma de que bajo él, la derrota estaba ya sembrada en las mentes cansadas de sus tropas.
La Segunda Guerra Mundial concluyó después de poco más de un año, el 2 de septiembre de 1945, con un saldo en contra del que parte del planeta aún no puede reponerse. La maravillosa catedral de Notre Dame había superado, con algo de fortuna, a todo aquel que hubiese querido destruirla, incluyendo a Hitler, al menos hasta antes del reciente incendio.
"El führer pasó de la indiferencia al odio hacia la catedral, símbolo francés que hoy enfrenta el desafío de su reconstrucción.