La carismática matriarca de los maniceros de la playa de El Quisco
Son cuatro generaciones de una familia dedicada al comercio ambulante en esta comuna. Su vestimenta, su canto y su cordial trato, distinguen a esta casta liderada por María Josefina Viveros, la "Chepa".
Ella se encuentra todos los fines de semana y festivos en la playa de El Quisco. María Josefina Viveros, conocida como "Chepa" entre los amigos y "Yaya" en la familia, viste de blanco en sus horas de trabajo, al igual que su familia que ha seguido sus pasos. Matriarca de los vendedores ambulantes de este balneario que alguna vez fue refugio de corsarios, la "Chepa" lleva más de cincuenta años recorriendo las arenas blancas de esta bahía, con un canasto de mimbre cargado con confites y pasteles.
Su suegro, Francisco Jorge Vargas Marín, le enseñó a confitar y el arte de vender en la playa cuando tenía apenas 17 años. Conocido en la zona como "El Manicero", venían juntos a trabajar durante el verano desde Santiago. En ese entonces llegaban a Algarrobo, donde instalaban los campamentos que serían su hogar por los tres meses de temporada alta.
"Vendía con mi hijo mayor, con el tarro al hombro y en la tapa poníamos los productos a la venta. Hacíamos carpa donde ahora está San Alfonso del Mar. Mi suegro hacía un hoyo en la arena, como una cueva. Ahí tenía los fuegos, donde fabricaba los confites. Hacía barquillos, cuchuflí y confitábamos maní. Cuando nos íbamos a Santiago de vuelta, camuflábamos la cueva con cartones y la tapábamos con arena para que se mantuviera oculta hasta el próximo verano. Cuando volvíamos escarbábamos y siempre encontrábamos el tesoro porque la referencia era una noria. Seguro que cuando hicieron San Alfonso del Mar pillaron la ruinas de la guarida de mi suegro", reflexiona la "Chepa".
En ese entonces llegaban en diciembre y se iban en marzo. Cada familia tenía su carpa y todos salían a vender a la playa. "Caminábamos todo lo largo de Algarrobo hasta que la señora Alicia Monckeberg (exalcaldesa) nos quitó los permisos. Corría el año 68 y nos vinimos a probar suerte a El Quisco. Antes todo era más familiar, nos conocíamos entre todos. Como sabíamos donde vivía toda la gente, les podíamos fiar a los niños y después les pasábamos a cobrar a la casa. Era cercana la relación con la gente. Además éramos pocos los que vendíamos", recuerda.
"Cuando llegamos a El Quisco arrendamos en la casa de los Vidal. Después arrendamos donde Juan Toro y después nos compramos un sitio donde hicimos nuestra casita. Antes nos íbamos a Santiago cuando terminaba el verano. Cuando mi hija María Eugenia salió de cuarto medio, yo me quedé en El Quisco y no quise regresar más a la capital. Mi marido me decía qué vas a hacer para vivir y yo le dije voy a recoger cochayuyo", rememora.
"Ya no me gustaba Santiago, quería venirme al litoral porque acá era tranquilo. Así que me quedé igual nomás y mi marido viajaba todos los días. Yo me vine por mis hijos, porque se estaba poniendo malo en Santiago, se veía que estaba mala la cosa. Metimos a nuestros hijos a la escuela de El Tabo y todo bien con ellos", comenta.
Los Maniceros
Con el tiempo, la extensa familia de la "Chepa", que también se suma a las labores de fabricación y venta, se hicieron conocidos como "Los Maniceros", en honor al primero de esta estirpe de comerciantes playeros. Se distinguen por sus atuendos de reluciente blanco que los protege de las inclemencias del sol y su canasto de mimbre. Actualmente, esta familia tiene un papel relevante dentro del Sindicato de Vendedores Ambulantes Playa Secundaria El Quisco y Punta de Tralca.
"Al principio la gente nos molestaba, decían que éramos feos, sucios y cochinos por trabajar en la playa. A mis hijos incluso los hostigaban en el colegio. Ahora resulta que hay harto comerciante dando vuelta, parece que todos quieren ser feos, sucios y cochinos", declara entre risas.
Labor Sacrificada
El mejor horario para la venta en la playa se extiende desde las 11.00 hasta las 18 horas. En su labor, la "Chepa" se cuida del sol con sus gafas oscuras y su visera albina, a tono con su clásica vestimenta. Cada vendedor ambulante, por expreso acuerdo del sindicato que los agrupa, puede vender cuatro productos distintos. En su caso, ella tiene a la venta merengue, charqui, pan de huevo y maní, alimentos que inspiran su canto mientras se desplaza pacientemente por la playa.
Hubo un tiempo en que "Los Maniceros" tuvieron su mercadería en carritos dispuestos en la costanera de la playa principal de El Quisco. Sin embargo la venta no fue buena. "Con suerte hacíamos 10 mil pesos desde las 5 de la tarde hasta las 2 de la mañana. No me alcanzaba con esos ingresos", recuerda.
En esa época estudió pastelería y se dedicó a vender pasteles en diversos puntos de la comuna quisqueña. "Hacía pasteles de hoja, chilenitos y pastelitos trozados. Iba a todos los centros donde se juntaba gente, las canchas de fútbol, las escuelas, el municipio y el consultorio".
Desde entonces la matriarca de los maniceros concentra su labor en la venta en la playa, donde se desenvuelve con naturalidad y la gente ya la conoce. "En la playa son mejores las ventas. A nuestro paso los niños se tientan con los confitados y los adultos con los merengues", detalla.
No "pesca"
En cuanto al contacto con la gente problemática que puede encontrar en su recorrido por la arena, el protocolo siempre es el mismo. "No inflamos a los pesados; a los curados no los pescamos y nos reímos de las tallas que nos echan. La mayoría es gente tranquila que viene a pasear", apunta acerca de su fiel clientela.
Respecto al esfuerzo físico que implica desempeñar el comercio ambulante a pleno sol y en la playa, confiesa que ha tenido algunos problemas pero los ha ido superando. "Es duro trabajar en la playa, ya tengo la rodilla mala de tanto caminar. Tuve que operarme hace poco y no pude trabajar el verano pasado. Ahora me falta esa platita. Lo bueno que quedé mejor que el (Arturo) Vidal", asegura esta carismática y experimentada comerciante.
Cuatro Generaciones
Ya son cuatro generaciones de una misma familia dedicadas al comercio ambulante en la playa. Actualmente, trabajan hasta los nietos y ya se asoman los bisnietos por el borde costero. Cada uno tiene su cupo independiente pero los hermana la vestimenta tradicional y el afecto que le tienen a la "Chepa". "También son mi competencia", anota sin dejarse de fiar del todo.
María Josefina Viveros confiesa que es feliz viviendo y trabajando en El Quisco. Ahora puede vivir todo el año de la venta en la playa. "Ahora vivo con mis hijos Pedro y Pía. En la semana hacemos trámites y los fines de semana trabajamos en la playa. Hace diez años que hay gente todo el año, vienen todos los fines de semana. Eso nos permite trabajar todo el año", concluye la matriarca.
"En la playa son mejores las ventas. A nuestro paso los niños se tientan con los confitados y los adultos, con los merengues",
María Josefina Viveros
"No inflamos a los pesados; a los curados no los pescamos y nos reímos de las tallas que nos echan",
María Josefina Viveros
"Es duro trabajar en la playa, ya tengo la rodilla mala de tanto caminar. Tuve que operarme hace poco y no pude trabajar el verano pasado",
María Josefina Viveros