El día en que el mítico Carlos Gardel cantó en Valparaíso
En 1917, antes de ser el célebre Zorzal Criollo, el argentino estuvo de gira en Chile junto a su compatriota José Razzano. Hicieron un espectáculo en el desaparecido Teatro Colón, donde interpretaban temas del folclor popular.
Eran las 21.15 horas del día 29 de septiembre de 1917 cuando en el Teatro Colón de la avenida Pedro Montt, casi en la esquina de Las Heras, en Valparaíso, comenzaba la primera presentación de dos buenos guitarristas y mejores cantores: Carlos Gardel y José Razzano.
La visita había sido anunciada desde una semana antes por El Mercurio de Valparaíso y era el debut en Chile de una pareja de artistas que frisaban los 30 años de edad y que se habían convertido en dúo cuatro años antes.
Gardel tenía una voz naturalmente privilegiada. Pero aun así se había preocupado de cultivarla con esmero a partir del conocimiento directo que tuvo de grandes intérpretes líricos que frecuentaban un teatro en Buenos Aires mientras oficiaba de "claque", un subempleo de la época que consistía en aplaudir al actor ocasional para entusiasmar al público.
Era dueño también de un carisma y simpatía arrolladores que le permitía compensar una característica física que podía transformarse en un problema para quien, como él, tenía la claridad de que la primera obligación de un artista es agradar al público: su tendencia a la obesidad.
Cuando subió al escenario del Teatro Colón, Carlos Gardel no era ni la sombra de la estrella que sería más tarde. Tampoco era el galán esbelto de traje de etiqueta y chambergo ladeado envidiado por hombres y codiciado por mujeres de diversas latitudes que el cine se encargó después de exacerbar. Siendo muy buen cantor, era todavía un modesto artista que sobrellevaba un evidente sobrepeso de 120 kilos, lo que para un hombre de estatura mediana como Gardel, constituía un problema evidente.
Lo atestiguan las fotos de la época. Antes de llegar a Valparaíso, pasó buena parte del invierno en la ciudad de Córdoba filmando "Flor de durazno", película ambientada principalmente en un contexto campero. Allí se le puede apreciar arriba de un caballo o tomando mate a la sombra de un árbol, exhibiendo orgullosamente su humanidad de gaucho bien alimentado.
Gardel antes de gardel
El Gardel que nos visitó no solo no era esbelto ni era galán. Lo más importante es que tampoco cantó tangos. Ni siquiera uno. ¿Por qué? Porque era, como se decía entonces, un "cantor nacional", un folclorista cuyo repertorio estaba constituido exclusivamente por zambas, cielitos, cifras, vidalitas y otros estilos criollos. Gardel aún no era Gardel.
El año 1917 el tango comenzaba tímidamente a golpear a su puerta, con la misma timidez con que empezaba a ser aceptado socialmente después de haber sido prohijado en los arrabales y en las casas prostibularias de Buenos Aires y Montevideo. "Ese reptil de lupanar" lo llamaba con gráfico desprecio el poeta Leopoldo Lugones.
Poco antes de viajar a Chile, Gardel interpreta por primera vez en público un tango, "Mi noche triste", pieza fundamental del naciente género, con música de Samuel Castriota y versos de Pascual Contursi. Fue otra audacia del artista inquieto y visionario que era Gardel haberlo incorporado en su repertorio y, sobre todo, de inventar una forma de cantarlo, de frasear, de interpretarlo. Con Gardel el tango deja de ser solamente música para ser bailada y nace el "tango-canción", icónico pedestal sobre el que en el futuro, el astro cimentaría su propio mito.
Y ese mismo año 1917 -los especialistas no se ponen de acuerdo si fue antes o después de su viaje a Chile- Gardel graba "Mi noche triste". Lo que sí se sabe son dos cosas: que el disco salió a la venta en Buenos Aires en enero de 1918 y que no fue un éxito resonante ni tuvo la luminosidad de un descubrimiento: más bien pasó relativamente desapercibido, lo que en todo caso no es de extrañar, porque casi siempre sucede igual con los grandes hallazgos.
Por eso, la noche de su debut en el Teatro Colón y después en Viña del Mar y en Santiago, Carlos Gardel no cantó ningún tango, solo interpretó piezas folclóricas y camperas. Seguramente por lo mismo El Mercurio de Valparaíso, al día siguiente de la primera función, pudo reseñar que el dúo se presentó "ante un público muy numeroso y muy culto" que quedó gratamente impresionado, porque Gardel y Razzano además de "cantar canciones argentinas, sentimentales unas y graciosas otras, son aventajados concertistas en guitarra". Y agrega: "Como se trata de un espectáculo ameno y culto, las familias lo acogieron con sumo agrado".
Para la conservadora sociedad porteña de la época, difícilmente hubiese sido considerado un espectáculo culto y familiar si Gardel hubiese entonado, por ejemplo, los versos de Contursi que dicen: "Y si vieras la catrera/ como se pone cabrera/ cuando no nos ve a los dos".
Por Valparaíso no pasó una estrella del tango sino apenas el contorno de un futuro fulgor. En esa primera función en el Teatro Colón la noche del sábado 29 de septiembre de 1917, ¿habrá alguien adivinado el parpadeo de unas luces a lo lejos?
"El Gardel que nos visitó no solo no era esbelto ni era galán. Lo más importante es que tampoco cantó tangos. Ni siquiera uno. ¿Por qué? Porque era, como se decía entonces, un "cantor nacional"
Tenía alrededor de 47 años y aún el ímpetu de la juventud cuando Carlos Gardel, en marzo del año 1935, inició una gira por países del Caribe para promover anticipadamente las últimas dos películas que filmó en Estados Unidos.
En Colombia conoció a Celedonio Palacios, un chileno que promovía espectáculos artísticos amateurs.
Celedonio es escéptico de la fama que precede a Gardel y que juzga exagerada. Más aún cuando no se venden todas las localidades previstas para el debut.
Sin embargo, las cosas comienzan a cambiar tras la primera función, con aglomeraciones de público dentro y fuera del teatro; y también empieza a cambiar el ánimo de Palacios, seducido en breve tiempo por el hechizo del cantor.
El amigo chileno
Palacios se convierte en su sombra, acompañándolo día y noche.
Contra todo pronóstico inicial, Celedonio decide hacer un paréntesis en sus actividades comerciales y se encarga de organizar la siguiente estación de la gira gardeliana. Pero no solo eso: intempestivamente, también decide acompañar a su nuevo amigo.
La próxima parada será Medellín, situada a más de 500 kilómetros, por lo que no hay otro remedio que viajar en avión. Gardel, que por tenerles pánico los había evitado toda su vida, pregunta: "¿Y a la fuerza hay que ir volando a todos esos lugares?". "A la fuerza, Gardel", le dice Palacios.
Ya en Medellín, derrotado su escepticismo inicial, Celedonio escribe copiosas cartas a su esposa contándole detalles de los triunfos gardelianos como si fuesen propios. Después, en Bogotá, el ánimo del chileno parece ser cambiante. Seguramente por falta de costumbre, se cansa a ratos de su labor de ayudante de estrella. En otra carta a su esposa, fechada el 21 de junio, entrega una imagen única de Gardel puertas adentro: "Hay que zafarse de Carlitos y su compañía. En este momento que te escribo lo tengo al lado mío, dándome la lata, pues conociéndolo de cerca, es el hombre más divertido y más ingenuo que uno pueda darse cuenta".
Le cuenta a su esposa que la gira continuará en Cali, y agrega: "No estoy seguro de embarcarme".
Un rayo misterioso
Pero el embrujo continúa, porque el lunes 24 de junio, muy temprano, se embarca con Gardel en un avión trimotor rumbo a Medellín, donde harán una pequeña escala técnica para cargar combustible y continuar a Cali.
En Medellín, después de atender a los centenares de fans que han llegado al aeropuerto simplemente para verle, por fin el avión inicia las maniobras de despegue. Son las 15.10 horas cuando de pronto ocurre un hecho insólito, una verdadera rareza: el choque del avión con otro que estaba en la pista.
Sucesivas y potentes explosiones acallan los gritos y lamentos de los pasajeros que intentan huir del incendio que ha provocado la colisión. Pero no lo logran. Gardel muere calcinado, con casi todos sus acompañantes. También muere nuestro Celedonio Palacios.
Diana, ahora con el título de viuda, recibe más tarde algunas escasas pertenencias de su marido, incluyendo una lapicera que Gardel había regalado a su "amigo Celedonio Palacios". Ellas le acompañan en su triste regreso a Chile, donde vivirá hasta avanzada edad. También le acompañan las cartas que recibió de su marido y que permanecerán en el anonimato hasta que un heredero curioso las rescatase hace pocos años.
Dicen las crónicas de la época que entre los restos calcinados de Gardel y sus acompañantes, inesperadamente se encuentran también restos de la partitura del tango "El día que me quieras". Quizás como símbolo de que un rayo misterioso había hecho nido, para siempre, en la memoria de Carlitos Gardel.
Encuentro
Después de recorrer Puerto Rico, Aruba y Venezuela, el 4 de junio Carlos Gardel llega a Barranquilla para iniciar un extenso periplo por la vasta Colombia. Ahí lo esperaba el empresario local que lo ha contratado, regente del teatro en el que Gardel brindará sus primeras actuaciones. Se trata de Celedonio Palacios Izquierdo, un actor cómico chileno que se había radicado en esa ciudad con su esposa Diana cinco años antes y que en ese momento funge como empresario-administrador del Teatro Apolo.
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