El capitán imaginario que lleva 20 años navegando en Isla Negra
Aunque vecinos villanos han intentado hundir a la "Nave Imaginaria", Rodrigo Parra sigue al frente de su barco, que marca presencia con su mástil en medio de los techos de la localidad.
Una propela gira enérgicamente impulsada por el caprichoso viento de Isla Negra, exhibiendo su sobresaliente estructura en medio de las techumbres comunes y corrientes de las viviendas del sector. Un barco ha encallado, justo en medio de la población, pero no impulsado por la violencia del oleaje, sino por el espíritu liberador (pero para algunos vecinos villanos, solo locura) de su capitán, Rodrigo Parra.
"¡Capitán, permiso para abordar!", gritamos a todo pulmón desde la calle, en plena avenida Central, mientras un par de vecinos miran desde lejos con rostro serio, como diciendo ¿otra vez? Y, no es de extrañar, porque antes de arribar advertimos que las aguas que debe surcar el capitán son turbulentas.
Pasan algunos segundos y devolvemos la mirada al barco, para ver una escotilla de no más de un metro de diámetro abrirse en el extremo superior. Después de buscarlo intensamente, al fin estamos frente al capitán, quien acompañado de su tripulante más pequeño, su hijo Demian (5), nos dice: "¡Bienvenidos a la Nave Imaginaria!".
Tormentas
El viento ondea nuestros cabellos antes de ingresar a la nave, como un travieso adelanto de la naturaleza a las turbulentas travesías que ha enfrentado el capitán Parra. Antes de ingresar por la compuerta, las reglas son claras, por lo que nos despojamos de todo lo que estorbe: celulares, cámaras, pañuelos, bolsos y, aunque cueste un poco, de las preocupaciones propias de la vida.
Sin embargo, previo a abordar el viaje al que Rodrigo nos invita como "prisioneros voluntarios", nos advierte que somos privilegiados de poder estar allí, ya que la nave ha estado a punto de desaparecer azotada por las turbulencias ocasionadas por algunos villanos que viven en las cercanías. Es más, producto de la oposición de los vecinos a que la estructura se mantenga a metros de sus inmuebles, en marzo de 2010 se emitió una orden de demolición en contra, pero para pesar de ellos, esta embarcación sigue firme su navegación en tierra.
Mientras cruzamos un puente colgante, colocado estratégicamente después de la compuerta de acceso para darles a los que temen encontrarse con su niño interior la última oportunidad de arrepentirse de abordar, el capitán confiesa su agradecimiento permanente a la Armada por darle lo que él considera un gran espaldarazo.
Con respeto
Rodrigo comenta, con cierto temblorcillo en el tono de su voz delatando emoción, que los marinos "han tratado con mucho respeto a la Nave Imaginaria. Con mucho sentido del humor recibieron el proyecto, lo evaluaron y me dieron la matrícula de puerto, por lo que lo reconocen como un barco". Así, bajo el mástil de la embarcación se puede ver la numeración "RBO-004", entregada por la Capitanía de Puerto de Algarrobo.
Aquel documento el capitán lo guarda como un tesoro, dentro de otros documentos que son parte de la bitácora de viaje de este barco que cumple dos décadas "navegando" en tierra. El escrito emitido en octubre de 2011 detalla: "De acuerdo a instrucciones del capitán de puerto de Algarrobo, se le asignó un número de forma simbólica, debido a que esto se hace cuando se registra una nave operativa y en condiciones de navegar, el número asignado corresponde a una embarcación dada de baja de estos registros por innavegabilidad, por lo que este número no se vuelve a entregar a otra embarcación nueva".
En estos 20 años de navegación imaginaria, a estas tormentas se suman otras tempestades, como un recurso de protección presentado el 2010 por una vecina en la Corte de Apelaciones de Valparaíso en contra de la alcaldesa de El Quisco, Natalia Carrasco, por no dar cumplimiento a una orden de demolición, calificando a la estructura como "bizarra" y "demasiado creativa". Aquel requerimiento quedó en nada, ya que fue rechazado.
Otro escollo en esta verdadera odisea que ha enfrentado el capitán han sido las innumerables ocasiones en que la chalupa (embarcación pequeña de rescate, en la jerga marítima) de su nave, como denomina a un paradero de buses que él mismo construyó con elementos reciclados a algunas cuadras de allí, ha sido destruida por desconocidos. Terco como es, con ayuda de algunos vecinos del lugar y el apoyo constante de sus amigos del restaurante Paku, Rodrigo Parra nuevamente lo está levantando de manera desinteresada. Gracias a ellos será el refugio de isleños y visitantes en los días de intenso calor que se aproximan.
Perder el miedo
Una de las explicaciones que el capitán ha encontrado para la permanente resistencia que la Nave Imaginaria genera en algunos, tiene que ver con el temor a la diferencia. "Esto es lo que sucede cuando uno es muy creativo, cuando llama demasiado la atención en un país como el nuestro. ¡Hasta cuándo el chaqueterismo! Yo estoy acostumbrado a reaccionar a la defensiva todo el tiempo, siempre estoy esperando que me digan algo, y eso es una lata", señala con un sentimiento de indignación que se desprende del tono de su voz.
El miedo, ese sentimiento humano que todos hemos experimentado alguna vez, es precisamente el que Rodrigo busca erradicar en sus invitados desde el momento en que se pisa la cubierta de su barco. Pero no se trata de cualquier temor, es aquel que aumenta en cada uno de nosotros a medida que envejecemos: el miedo a volver a ser niños. En su nave, este capitán invita a soñar y olvidarse de las preocupaciones por el tiempo que dure la navegación y así explorar cuántos destinos permita alcanzar la imaginación de cada uno.
A los calabozos
No nos hemos dado cuenta aún, pero la prueba crucial para determinar la entrega de cada uno al juego y hasta dónde estamos dispuestos a llegar está bajo nuestros pies. Intempestivamente, el capitán toma su amenazante espada (de palo) y con un fuerte grito que no da pie a réplicas, nos ordena descender a los calabozos de la nave, ubicados a unos dos metros de profundidad. Abre una puerta con barrotes de madera y decidimos entregarnos por completo a nuestro papel de "prisioneros voluntarios".
Ya abajo, en plena oscuridad y rodeados por los muros en bruto formados solo por rocas y tierra, la puerta sobre nuestras cabezas se cierra. ¿Qué viene ahora? No tendríamos tiempo de elucubrar alguna posibilidad, porque en cosa de segundos, gotas de agua producto de una imaginaria tormenta comenzaron a caer entre los barrotes. Justo en medio de estos, asoma una antorcha encendida y, tras ella, el rostro del capitán riendo con inquietantes carcajadas, siendo testigo de nuestros rostros de desconcierto.
Inmediatamente después de cruzar nuestras miradas con la suya en medio de los barrotes, la experiencia nuevamente se vuelve un tobogán de emociones: "¡El barco se hunde!, ¡busquen la salida, escapen!", grita fuerte Rodrigo. Con la adrenalina a mil y con una difusa línea entre la imaginación y la realidad, producto del afloramiento de sensaciones que creímos olvidadas en algún espacio de nuestro subconsciente conectado con la niñez, logramos dar con una pequeña vía de escape y salir airosos del desafío. Ahora sí, estamos aptos para la navegación.
Con una gentileza que segundos antes nos había negado, ahora el capitán acepta mostrarnos cada rincón de su embarcación. A su lado, está su hijo Demian, el tripulante más joven de los cuatro que tiene la nave (además está su madre y su hermano), quien quizás advirtiendo nuestra cara de asombro, reconoce que "lo que más me gusta son los calabozos". ¡No podía ser de otra forma!, si secunda a su padre en cada prueba que enfrentan los visitantes dentro de la nave, y disfruta con el rostro de preocupación de quienes no logran escapar de ellos.
A medida que subimos hasta la parte más alta del barco, nos detenemos por un instante en el puente de mando. Allí, mirando el horizonte donde precisamente se observan las viviendas de aquellos vecinos villanos que sueñan con ver en pedazos su proyecto, contra viento y marea este capitán advierte que no se dejará vencer y que seguirá en este viaje atemporal por las enigmáticas aguas de la imaginación de todo aquel que visite su nave. Porque quien ingresa acá, sabe donde comienza su viaje, pero no donde termina.
El regalo que brinda este navegante, de sacarnos por algunos momentos de nuestras vidas rutinarias, significa también para él un recuerdo constante de lo que no quiere volver a ser: una oveja que vas tras el rebaño. Por años trabajó en Santiago, corriendo todo el día como lo haría alguien calificado como normal a la vista de la sociedad exitista. Entonces, comenta, "estaba esclavizado por el despertador , que cada mañana te dice ¡levántate!, hasta que "decidí desenchufarme, decir basta, y venirme para acá y transformar esta cabaña".
El inmueble era de propiedad de su abuela y ahora es un espacio con un enorme potencial turístico y de aprendizaje. De hecho, durante todo al año llegan personas solicitando permiso para abordar y en la temporada estival arriban centenares de visitantes. A eso hay que sumar que desde el ámbito académico también han reconocido las cualidades de la nave, ya que docentes de la carrera de Sicología de la Universidad de Los Andes llegan de forma habitual con delegaciones de estudiantes.
De pie, aferrado al mástil de su embarcación y con las velas flameando a su costado y sobre él, el capitán Parra continúa firme en su convicción de que la Nave Imaginaria puede seguir perfilándose como una alternativa al monopólico turismo Nerudiano en Isla Negra. Su intención no es competir, sino ofrecer una forma diferente de viajar: Neruda lo hacía con sus letras cargadas de emociones sobre el papel, y esta nave lo hace con la magia de la imaginación que hay dentro de cada uno.