Expertos siguen el rastro de los barriles de oro en Juan Fernández
De esta historia se ha hablado por más de 20 años. En las últimas semanas, y debido a una controvertida autorización, volvió el recuerdo de Bernard Keiser y sus intentos por hallar el cargamento que se presume enterrado en la isla .
Aunque la vida y hazañas de Lord George Anson, barón y célebre almirante de la Royal Navy británica, son ampliamente conocidas en el mundo e incluso han inspirado poemas y novelas, por estas latitudes su nombre lo relacionamos con una sola cosa: el tesoro de Juan Fernández.
Claro, porque a este destacado oficial de la marina inglesa se debería la existencia del mítico tesoro, consistente en más de 800 barriles de oro, que desde hace dos décadas busca en la isla Robinson Crusoe el historiador y explorador norteamericano holandés Bernard Keiser.
La noticia del tesoro, supuestamente enterrado en la isla por Lord Anson, a mediados del siglo XVIII, causó sensación en 1998, cuando el Consejo de Monumentos Nacionales otorgó la primera autorización para que Keiser y su equipo cavaran en el sector de Puerto Inglés en busca de los barriles dorados. Pero hoy, veinte años después, sigue dando que hablar, pues Keiser no ha cejado en sus intentos y ahora entrará con maquinaria pesada al parque nacional Juan Fernández para seguir buscando su tesoro.
Una dura travesía
Pero ¿quién fue Lord Anson y cómo llegó, supuestamente, a enterrar un tesoro de oro español en el archipiélago de Juan Fernández?
Destacado marino y aristócrata, Lord George Anson fue uno de los almirantes más apreciados de la corona inglesa durante el siglo XVIII, tanto por su acciones en tiempos de guerra como por sus hazañas náuticas, entre las cuales se contempla el haber circunnavegado el planeta, en una accidentada expedición.
Precisamente durante ese periplo alrededor del globo terráqueo fue que Lord Anson vino a dar a las costas de América del Sur, donde se gesta el relato del supuesto tesoro.
Durante la guerra contra España en 1740, la corona inglesa envió al almirante Anson al mando de una expedición de seis barcos, cuya misión era neutralizar o capturar las posesiones españolas en la costa del Pacífico, recuperando de paso riquezas para Gran Bretaña. Eran años en que ambos imperios se disputaban el dominio de los mares, con importantes flotas y enclaves en las costas más allá de Europa.
Anson lideró la expedición como comandante del HMS Centurion, una nave de 60 cañones con 513 hombres a bordo. Le acompañaban el HMS Gloucester, el HMS Severn, el HMS Pearl, el HMS Wager y el HMS Tryal, a los que se sumaban dos pequeñas embarcaciones auxiliares: el Anna y el Industry.
La expedición, que sufrió contratiempos desde su inicio -como una demora que obligó a los navegantes a atravesar el Cabo de Hornos en la peor época del año, en medio de espantosas tormentas- zarpó del puerto de St.Helen's, en Portsmouth, un 18 de septiembre de 1740. El Centurion, buque insignia, sería el único de los seis barcos de la escuadra que regresaría a Inglaterra tras dar la vuelta al mundo.
Muerte a bordo
La expedición Anson fue problemática desde el inicio. Dos de sus navíos -el Severn y el Pearl- fueron incapaces de pasar el Cabo de Hornos y debieron regresar, sin que el comandante de la flota supiera de su paradero. El Wager naufragó frente a las costas chilenas, a la altura de Chiloé, y sus cuatro sobrevivientes fueron apresados por los españoles.
El tifus y la disentería primero, y luego el escorbuto, hicieron estragos en las tripulaciones. Para cuando los barcos llegaron a Juan Fernández -tras una errática trayectoria a causa de cartas de navegación erradas, que demoraron su arribo a la isla-, los marinos estaban en pésimas condiciones de salud y el número se había reducido a poco más de 300 hombres, apenas un tercio de los más de 900 que integraban las tripulaciones de las tres naves que habían logrado hacer el viaje hasta Juan Fernández.
El archipiélago era un punto establecido de antemano para la reunión de la flota, que se había separado producto de los problemas en la navegación hallados en los mares del sur, por lo que Lord Anson esperaba encontrarse allí con sus hombres y barcos.
Pero el viaje fue dificultoso y largo. Entre 70 y 80 hombres de la tripulación del Centurion murieron en esos nueve días de travesía hasta la isla debido al escorbuto y otras enfermedades. Solo un puñado de 16 hombres, entre oficiales y marineros, estaban en condiciones de trabajar en la nave cuando anclaron en la bahía de Cumberland el 9 de junio de 1741.
Poco después arribó el Tryal, tan diezmado como el buque insignia: la mitad de la tripulación había muerto y solo el capitán, un oficial y tres marineros, de entre los apenas 40 sobrevivientes, estaban en condiciones de trabajar en cubierta.
Los que estaban en mejores condiciones ayudaron a bajar a tierra a las decenas de enfermos, destruidos por el escorbuto. Seis días después, apareció el Gloucester en el horizonte, pero no logró fondear en la bahía. Dos tercios de su tripulación habían muerto y solo algunos lograron ser trasladados a tierra en un bote.
La existencia de agua fresca, hojas verdes y pescado en la isla Robinson Crusoe permitió la recuperación de los diezmados hombres. El 16 de agosto apareció inesperadamente el barco Anna, pero estaba tan dañado que Anson decidió hundirlo y trasladar su tripulación al Gloucester.
Para septiembre de 1741, momento en que lo que quedaba de su expedición se alistaba para partir, Lord Anson hizo un recuento. De los 961 tripulantes originales que habían salido desde Inglaterra en el Centurion, el Gloucester y el Tryal (los tres barcos que habían llegado a Juan Fernández), 626 habían muerto. Anson desconocía el destino de los otros tres barcos, que se habían perdido durante la expedición.
Tesoro a la vista
En Juan Fernández, los hombres recuperaron su salud y lograron reparar las embarcaciones sobrevivientes. Levaron anclas a comienzos de septiembre, pero antes de dejar las aguas chilenas protagonizaron un par de ataques a barcos que navegaban con bandera de la corona española.
El 10 de septiembre, avistaron un mercante español: el Nuestra Señora del Monte Carmelo, que viajaba desde Callao a Valparaíso. El Centurion salió a su encuentro, le disparó cuatro cañonazos y logró capturar unas 18 mil libras de oro que llevaban los pasajeros en la nave y hacerse además de la embarcación.
En otra expedición, que incluyó al Centurion, el Tryal y el recién capturado Monte Carmelo, Lord Anson se acercó al continente y capturó, aguas afuera de la bahía de Valparaíso, otro mercante español: el Arranzazu, que transportaba 5 mil libras en plata. Debido a que el Tryal había sido muy dañado por las tormentas, sus armas y tripulación fueron trasladadas al Arranzazu y la nave inglesa fue hundida frente a la bahía porteña.
Luego de dejar Chile, Anson y sus hombres saquearon un puerto en Perú y concentraron todas las tripulaciones a bordo del Centurion, el único de los barcos que lograría regresar a Gran Bretaña tras un largo y accidentado periplo.
El capellán de Lord Anson, Richard Walter, fue el encargado de documentar y describir la circunnavegación, relato que el almirante luego dejó plasmado en el libro "Un viaje alrededor del mundo", publicado en 1751.
Una carta reveladora
¿En qué parte del viaje surge entonces la leyenda del tesoro escondido de Lord Anson?
De acuerdo a unos documentos que vieron la luz en el siglo XX, Lord Anson no habría declarado con toda precisión el cargamento capturado en el mercante español Nuestra Señora del Monte Carmelo, navío que fue atrapado en las inmediaciones de Juan Fernández en septiembre de 1741.
Ocurre que el Monte Carmelo llevaba algo más que las 18 mil libras documentadas por el lord inglés: 846 barriles con oro, joyas y piedras preciosas, un valioso cargamento que el comandante español Juan Esteban Ubilla y Echeverría transportaba desde México a la Madre Patria.
Antes de partir, Ubilla y Echeverría habría informado a sus cercanos que pretendía recalar en Juan Fernández, por lo que su presencia en el lugar, coincidente además con las fechas en que Lord Anson paraba en la isla, sería factible. Como el Monte Carmelo nunca llegó a puerto, se estima que fue precisamente la nave que Anson capturó en las cercanías de Juan Fernández.
De aquí en adelante, la historia se reconstruye a partir de unas cartas que aparecieron alrededor de 1950 en el norte de Inglaterra y que llegaron a manos del chileno Luis Cousiño. De acuerdo al relato, Anson se habría puesto en contacto con su compatriota Cornelius Webb, capitán del Unicorn, para comunicarle que había dejado escondido el verdadero tesoro del Monte Carmelo en la isla Robinson Crusoe y le habría solicitado ir a recuperarlo. Webb partió a bordo del Unicorn en 1761 (poco antes de la muerte del almirante), rumbo a Juan Fernández, y efectivamente habría encontrado y desenterrado el tesoro español. Pero sufrió severos contratiempos en la isla. El mástil de su embarcación se quebró y hubo un intento de motín, dificultades que, finalmente, habrían obligado a Webb a volver a enterrar el botín, esta vez en el sector de Puerto Inglés.
Webb habría escrito dos cartas a Lord Anson con las indicaciones de la nueva ubicación del tesoro, pero éste nunca las recibió y el tesoro permaneció enterrado.
Luis Cousiño recibió las cartas y con ayuda de algunos amigos europeos, como Peter Scotte, Benjamín Lyon y Jorge di Giorgio, realizó las primeras búsquedas, sin éxito. Años después, su nuera, María Eugenia Beeche, exconcejala de Juan Fernández, prosiguió la búsqueda del tesoro, sin buenos resultados. Fue precisamente una entrevista a Beeche, en el Travel Channel, la que el norteamericano Bernard Keiser vio por ahí por 1994 y se interesó en el tema. Como parte de su carrera, había estudiado la navegación de los siglos XVII y XVIII y la historia la pareció coherente. Junto a sus colegas Michael Brill y Jack Grandi continuó investigando y tomó contacto con Beeche, para conocer los antecedentes de primera mano. En 1996, Keiser recurrió a un estudio de abogados en Chile para averiguar acerca de la legislación nacional en materia de tesoros y hallazgos arqueológicos.
En noviembre de 1998, con los permisos pertinentes, realizó la primera excavación en el sector de Puerto Inglés, muy cerca de la cueva donde, se dice, vivió Alejandro Selkirk, el marino escocés que sirvió de inspiración para Daniel Defoe y su novela "Robinson Crusoe". Si bien esas primeras excavaciones no dieron con ningún barril de oro, sí permitieron hallar evidencias de presencia humana en el lugar, como lozas, artefactos y marcas. Desde entonces, Keiser ha realizado alrededor de veinte excavaciones en la isla, sin rendirse. Próximamente emprenderá una nueva búsqueda, esta vez con maquinaria pesada, a ver si al fin logra dar con el tesoro perdido de Lord Anson.
"¿En qué parte del viaje surge entonces la leyenda del tesoro escondido de Lord Anson?
Marcela Küpfer C.