El sheriff que pudo
Aníbal Ríos Montt, el particular personaje quillotano que mantiene el orden en su fundo "El Rodadero", reveló su faceta desconocida como entrenador del célebre púgil Arturo Godoy.
El sol de mediodía se posa con intensidad en los campos quillotanos. Octubre ya está aquí, y con él, la sofocante primavera que se esmera más bien por asemejarse a su estación sucesora. En el sector San Isidro, en el interior del fundo "El Rodadero", un hombre sale a recibirnos y los rayos del astro rey hacen que en su pecho resplandezca una particular placa con forma de estrella. No hay duda, estamos frente al mandamás de estas tierras: el sheriff de Quillota, Aníbal Ríos Montt.
Como su palabra es ley en sus dominios, de inmediato aceptamos su cordial invitación a ingresar al salón "Río Grande", el refugio ambientado en el Oeste Americano levantado a imagen y semejanza de aquellos lugares de encuentro que vio en las películas de cowboys que lo maravillaron cuando niño. Un par de cactus en la entrada y algunas cabezas de ganado dan paso a una réplica en tamaño real de John Wayne, que nos confirma que cada centímetro de este lugar huele a las tierras de los pieles rojas.
En las décadas que Aníbal Ríos Montt ha empleado para dar forma a este espacio, decenas han sido las personalidades del mundo de las comunicaciones, artístico y hasta de la política que han sido testigos de este pequeño trozo del Oeste Americano en pleno Quillota, pero pocos han podido escuchar de sus labios las aventuras y desventuras de su faceta desconocida como boxeador. Junto a algunas monturas y lazos, y a un costado de su objeto más preciado, el escritorio que perteneció a su bisabuelo, el presidente de la República Manuel Montt, emerge su imagen más joven y con guantes de pelea. Al descubierto queda su secreto mejor guardado: su época de gloria como boxeador.
Con arturo godoy
Fue a fines de la década del cuarenta que el sheriff de Quillota en vez de empuñar su arma de fogueo enfundaba sus manos en guantes de boxeo. En aquellos años, su entusiasmo y sus cualidades deportivas innatas, lo llevaron incluso a ser campeón nacional en la categoría semi pesados.
De forma intensa, y durante tres años, se mantuvo entrenando con una constancia admirable, y su progenitor era su principal aliado. De hecho, recuerda que "a mi padre le gustaba porque mi abuelo, que tenía varios hijos, en el verano les llevaba un par de boxeadores para que le enseñaran a boxear, porque en esa época, a principios del siglo XIX, en toda la aristocracia chilena había excelentes boxeadores y era el deporte de la época".
Sin embargo, ya en pleno siglo XX, las cosas habían cambiado y su propia madre (nieta del presidente Manuel Montt), fue la principal detractora para que el joven Aníbal siguiera el camino del cuadrilátero. Aunque su padre lo aplaudía, su progenitora lo reprobaba ya que "a mi mamá no le gustaba porque decía que era cosa de rotos", recuerda. Con eso y su ingreso a los estudios superiores y al mundo laboral, su sueño pugilístico solo duró hasta que tuvo 19 años.
Aun antes de cumplir las dos décadas de vida, el pertenecer a una familia que provenía de la aristocracia chilena más que una dicha se convirtió en una presión para él. "A mí me metían en la cabeza 'usted viene de una familia de tres presidentes de la República, no puede ser un cualquiera'. Entonces empecé a estudiar y a dedicarme de frentón al trabajo", comenta.
Aquella presión de su entorno supo ser aprovechada por Aníbal, ya que ingresó al Instituto de Crédito Industrial, que era una de las cuatro instituciones, con la Caja de Crédito Hipotecario, la Caja de Crédito Agrario y la Caja Nacional de Ahorro, que formaron el Banco del Estado el 1 de septiembre de 1953. Tras ser el mejor de su generación, recibió una beca para estudiar un año en Whashington, Estados Unidos, donde tuvo su primer acercamiento con la cultura americana. Desde entonces, su vida quedó por siempre ligada a la banca y al lejano Oeste.
Asalto en la calle
Aunque nunca más volvió a boxear de forma profesional, Aníbal confiesa que en varias ocasiones tuvo que hacer uso de su técnica y fuerza en la vida cotidiana. De hecho, recuerda que en una ocasión mientras caminaba en la calle lo intentaron asaltar. Sin embargo, asegura que "me agarré a combos en la calle, porque me iban a asaltar tres cabros y les saqué la cresta, casi los maté. Cabros livianitos, y yo pesaba 85 kilos, puro músculo".
Pero, de todas aquellas ocasiones en las que aprovechó sus cualidades como púgil, sin duda la que más recuerda fue cuando tuvo la ocasión de entrenar con el célebre boxeador chileno Arturo Godoy. El iquiqueño, que llegó a ser campeón sudamericano de la categoría pesados, compartió con el joven Aníbal por cerca de seis meses.
Esa imborrable experiencia para el autoproclamado sheriff ocurrió durante sus vacaciones, en el '50, cuando le pidieron que lo ayudara a entrenar, asegura. Aníbal accedió de inmediato, ya que siempre sintió admiración por él porque lo considera "el deportista más grande, más brillante de Chile". Aquella inmejorable oportunidad para Ríos ocurrió porque "él iba a abandonar el boxeo y le iban a hacer un gran homenaje, incluso participando las Naciones Unidas y todo eso... Él era muy rápido y no había un peso pesado que lo pudiera entrenar por la rapidez que tenía, y se acordaron de mí, que ya había dejado los guantes", agrega.
¿Y qué es lo que más recuerda de esos seis meses? Ante esta espontánea pregunta, sin chistar, las primeras palabras que salen de los labios de Aníbal son "¡que era muy rápido, por la chupalla!".
Sin dobleces
Con la seguridad que le entrega todo lo vivido durante sus 89 años de existencia, el sheriff quillotano no titubea en ningún instante al hablar. Estamos en sus dominios, y su prestancia al caminar para dirigirse a sus invitados, develan que acá su palabra es ley. No podemos despreciar su hospitalidad, pero tampoco podemos dejar pasar la oportunidad para conocer también su lado opinante.
Con algo de duda en un principio, pero luego contagiados por la seguridad que irradia, aprovechamos de aludir al creciente cuestionamiento que existe de parte de agrupaciones animalistas a la práctica del rodeo. Es inevitable preguntar a Ríos, que posee una crianza de caballos chilenos que se acerca a la treintena, su opinión al respecto.
A su modo de ver, quienes critican esta práctica es "gente que lo hace para joder, tal como han querido que se terminen las toreaduras en España... Estas son las raíces chilenas". Ante la pregunta de si los vacunos sufren al ser abordados por los equinos, Aníbal respira profundo y se apura en asegurar que actualmente existen reglamentos más rigurosos de lo que se debe y no se debe hacer. "No se les puede pegar espuelazos a los novillos ni chicotazos, solamente empujarlos", agrega.
Aprovechando que a estas alturas ya hemos entrado en el rincón más íntimo del salón "Río Grande", su sala de juegos, y mientras sostiene en su mano un vaso de whisky, lo hacemos excavar en su cercana amistad con Augusto Pinochet, amado por algunos, odiado por otros.
A pesar de los cuestionamientos que provoca su figura, el sheriff no titubea al declararse un "gran admirador" de él. "A mí me quería mucho. Yo cada 15 tomaba desayuno con él... Si Pinochet era un gallo como yo, gentil, buena persona, buen amigo... Esa brutalidad (violaciones a los Derechos Humanos) las hizo Manuel Contreras", expresa Aníbal, en apoyo al fallecido general.
Cada vez que puede, el sheriff junto a su esposa Silvia Deichler se escapan de Chile y vuelan a Estados Unidos. Allí, en las tierras de los míticos pieles rojas, abrazados contemplan la "magnífica y sobrecogedora inmensidad" que les otorga el Cañón del Colorado, comenta la mujer. Justo entonces, Aníbal suelta una pequeña lágrima mientras mira esconderse el sol por su ventana. Aquí tiene su trozo del Oeste Americano, aquel que regocija su alma.