La historia de esfuerzo que escribió el dueño del restaurante Millaray
Juan Armijo, quien admite que la clave para emprender es trabajar con sacrificio, partió como garzón del mítico local y luego se independizó para darle continuidad a la marca.
El restaurante Millaray existe desde siempre en San Antonio. Así lo afirma Juan Domingo Armijo Carrasco, su actual dueño, quien calcula que dicho establecimiento tiene al menos 80 años de historia en este puerto. Y aunque no está seguro de la cifra, sí confirma que él ingresó a los 17 años a trabajar al local y de eso ya ha pasado casi medio siglo.
Armijo, oriundo de la vecina comuna de San Pedro, la tierra de las frutillas en la provincia de Melipilla, llegó a San Antonio cuando era un adolescente. A los 14 años ya trabajaba. Estuvo en Santiago pero quiso, por sugerencia de su hermana Natalia, ir en busca de nuevos horizontes y así partió al puerto. Sin estudios, no quedaba más que ingresar temprano al mundo laboral y desde ahí armar la vida, buscar el sustento de las más variadas formas.
"Yo partí trabajando con don Sergio Larraín, cuyo padre fue el creador del Millaray. Llegué a trabajar en el bar pero en realidad hice de todo en el restaurante, hasta que me transformé en garzón", cuenta. Era la época en que el recinto estaba ubicado en la calle Centenario número 34, en pleno corazón de la ciudad.
Por esos días, el Millaray ya empezaba a tomar aires de clásico, sobre todo para una clientela que buscaba comida rica, buenos tragos y una atención rápida y muy dedicada.
Hombre ahorrativo y previsor, de esos que no ponen todos los huevos en la misma canasta, Juan Armijo supo cómo aprender a llevar el negocio de un restaurante.
El establecimiento pasó de las manos de Sergio Larraían a distintas administraciones. Lo tuvieron Rafael Andreani y el tenor Angelo Camarotta. Con todos ellos, don Juan laburó en forma incansable y también guardó gran parte del dinero que ganaba.
"Don Angelo Camarotta me arrendó el negocio o los derechos porque el terreno de Centenario no era de él. Estuve dos años trabajando ahí, me independicé, me fue bien y luego decidimos remodelar", recuerda quien, en ese entonces, tenía 33 años.
Al mando del restaurante, Armijo asumió la compleja tarea de generar las ganancias que se requieren para pagar los sueldos al personal y hacer que todo funcione a la perfección. Tiempo después, el Millaray se instaló en la calle José Miguel Carrera, en Llolleo, donde su estadía no fue la más provechosa. Por lo mismo, había que buscar un nuevo establecimiento.
"En Llolleo estuvimos dos años. Justo se dio para un verano que me ofrecieron este local que lo habían puesto en arriendo y que está ubicado en la esquina de las calles Arturo Prat y Pedro Montt. Se dieron las cosas y tomé el local y me empezó a ir bien. Eso era a principios de la década de los 90" rememora.
De esos años hasta ahora, el Millaray parece implacable al paso del tiempo. Sus clientes valoran la tradición y acuden con lealtad a consumir a este restaurante que ofrece todo tipo de comidas chilenas y, por supuesto, una fuente de soda con el más rico y frío shop de cerveza y su buen completo.
-¿Cuál cree usted que fue su clave para emprender?
-El esfuerzo, mucho sacrificio y constancia. Acá que hay que trabajar todos los días, con lluvia o sin lluvia, con terremoto o sin terremoto.
Un sueño
Juan Armijo pudo cumplir uno de sus grandes sueños, ya que, según revela, desde muy joven anheló ser dueño de su propio negocio.
Pero esta entrega al trabajo tiene costos. Así lo entiende y pone un ejemplo, ya que, recientemente, no pudo asistir a la ceremonia de graduación de kinder de su pequeña hija Sofía, que solo tiene seis años. Atender el restaurante, ver que no falten insumos y recibir a los clientes es siempre una labor que demanda tiempo y voluntad.
Tiene seis hijos. La menor es Sofía, quien, mientras él daba esta entrevista, se acercó a sus brazos y lo besó tiernamente. "Es hermoso criar a esta edad, siento que me ha hecho rejuvenecer", dice al contar que su hija mayor, María Olga, ya tiene 42 años. Sofía interrumpe en la conversación y confirma que su papá utilizó Millaray como su segundo nombre, lo que parece llenarla de orgullo.
Es que Millaray ha sido muy importante en la vida de Juan Armijo, pues con su primera esposa, Rosa Mora, comparte la administración del establecimiento y fue en ese mismo local donde conoció a Katy, la madre de tres de sus hijos, entre los que está Sofía Millaray.
Todo lo que se ve en él hace pensar que este hombre disfruta de la felicidad que lo rodea y eso lo ratifica al explicar que los días grises solo los tuvo cuando quedó cesante después de haber renunciado a su trabajo en el mismo restaurante Millaray. Tenía 20 años y se fue a la competencia pensando que la haría de oro, pero le pagaron mal y enfrentó un año sin pega, con muy poco para comer y con hoyos en los zapatos.
Al hablar de los bienes materiales que ha sumado, Juan Armijo no duda ni un momento en señalar lo que parece ser algo muy cierto. "El Millaray me lo ha dado todo", sostiene.
En las paredes del restaurante cuelgan algunos de los cuadros del fallecido pintor sanantonino Juan Agüero Buznoza, el hombre que pintaba el puerto desde lo alto de su casa en cerro Alegre. Las baldosas gastadas de ciertas partes del piso del inmueble de dos pisos hablan de la historia que se ha tejido entre platos de comidas, cervezas y conversaciones de todos esos parroquianos que, día a día, buscan saciar sus apetitos ahí mismo en pleno centro de la ciudad.
"el canalla"
Ni santo ni mal hombre. Así se reconoce Juan Armijo, quien se asume como una persona "piola" porque, según él, "ser atrevido no conduce a nada". Sabe que muchos le llaman "el canalla" y sabe que eso es porque ganó fama de ser un hábil regateador de precios a la hora de comprar algún producto. "No me molesta que me digan así, es parte del negocio", admite.
Al Millaray llegan muchos turistas de esos que añoran el San Antonio antiguo. También es centro de reuniones para amigos y compañeros de trabajo y salón de encuentro para enamorados que ansían un descanso entre el ajetreo del ir y venir del centro y mirarse a los ojos mientras comen o beben.
Carla, la nieta de Juan Armijo e hija de María Olga, podría ser la continuadora del negocio familiar. Su abuelo dice que "a ella le gusta este rubro". Y aunque ha pensado en el retiro, también reconoce que no sabe qué haría sin tener una rutina como la que hoy cumple cada día, además que, en los últimos meses, no todo ha andado muy bien en cuanto a las ganancias que deja el local, pero esa es la tónica de cualquier comerciante: ir en subida y luego ir en bajada, y así siempre en subida y en bajada.
La apuesta de Millaray es llegar a todo tipo de público. "Tenemos una colación, que puede ser chuleta, pollo o cazuela, más bebida, pan, pebre y ensalada, por $4.000, creo que es accesible", recalca Armijo.
La marca Millaray es tan poderosa como otras que se han metido en la tradición gastronómica de San Antonio. Para don Juan será difícil no tenerla bajo su mando. "Si no lo arriendo, va a haber que remodelarlo", asevera él como anunciando que lo menos que quiere en la vida es estar lejos del lugar que ya se lo dio todo.