Así eran las noches
El local marcó una época en la historia de la bohemia de San Antonio. Hoy su dueña recuerda cómo los sanantoninos disfrutaban de sus festines en el inmenso edificio de calle Pedro Montt.
"Ya no estás a mi lado, corazón. En el alma solo tengo soledad. Y si ya no puedo verte, por qué Dios me hizo quererte para hacerme sufrir más. Siempre fuiste la razón de mi existir, adorarte para mí fue religión..." Así dice la canción "Historia de un amor" que suena en las voces de Los Panchos por los antiguos parlantes del salón de baile del famoso Regine, la desaparecida boite que más secretos guarda de un San Antonio que fue bohemio y en cuyo local hoy funciona el restaurante Mari-ney.
Y aunque hoy es un lugar donde se puede consumir todo tipo de platos de comida casera o refrescarse con una cerveza, en su estructura el recinto de calle Pedro Montt, conserva la esencia y la mística de un club nocturno que marcó a generaciones de hombres y mujeres que llegaron a este puerto en busca de juerga, pasión y desenfreno.
Ya no hay señoritas para atender a caballeros, ya no corren esos tiempos de sexo rentado. Hoy el Regine es una ruma de recuerdos para quienes lo administraron, visitaron o recorrieron, es ese pasado que algunos añoran, es también la historia de una familia sanantonina que por décadas ha mantenido este verdadero museo de las fiestas de antaño.
Fue en el Regine donde las tripulaciones de las lanchas albacoreras cerraban las puertas de la boite para quedarse solo ellos a disfrutar de los placeres que allí enloquecían a hombres que por semanas estuvieron lejos de tierra, hundidos en la soledad del mar, acompañados de la esperanza de volver con vida a sus hogares, aunque no era allí donde primero llegaban cuando sus naves recalaban en el muelle.
Es mediodía de un lunes y las mesas aún no tienen clientes. Al fondo del salón principal, donde alguna vez estuvo el escenario para que bailaran las vedettes famosas que llegaban al puerto, hay un árbol de Navidad. Muy cerca de ahí está el espacio donde antaño se montaba la orquesta, hoy reemplazada por un wurtlitzer. El techo es de madera y simula una caja aislante del sonido. Los festines eran estruendosos, apoteósicos, libidinosos, llenos de la explosión de la noche. Sentado uno en el centro de este recinto, no es difícil imaginar las jornadas que allí se vivieron y se queda pensando en cómo el enlace pasajero y furtivo flechó por horas a parejas que, seguramente, no sobrevivieron más allá del frenesí del alcohol, las luces y el neón.
La historia
Elizabeth Portilla San Martín (56) es la dueña del recinto del Regine, el cual heredó de su fallecido marido Alejandro Cárcamo Moller, que a su vez lo recibió de su padre Eduardo Cárcamo Gangas, también extinto.
Ella conoce perfectamente la historia de la boite, ya que tenía solo 21 años cuando conoció a Alejandro, el único hijo que tuvo "El Dorián", como le llamaban a Eduardo Cárcamo.
"Fue a principios del año 1970 cuando mi suegro se instaló con el primer Regine, que quedaba al lado del actual y que para el terremoto de 1985 se cayó. Fue en esa época en que él compró este edificio, que era de Juana Larraín, de los dueños del Grill 21", cuenta Elizabeth mientras suena un bolero en el salón.
"El Dorián" había llegado de Santiago, donde aprendió del mundo de la noche y donde pilló la clave de un negocio muy lucrativo, pero también criticado por los cánones de la sociedad chilena de ese entonces. Él nunca tuvo problemas para reconocer su homosexualidad, lo que lo puso a la vanguardia porque no era fácil ser gay hace 50 años.
"Al Regine le iba muy bien porque estaban el puerto y los pescadores", afirma Elizabeth Portilla, quien confirma que el nombre del local es un homenaje a un club nocturno que se llama igual y que llegó a ser muy famoso en París, Francia.
El edificio cuenta con 15 habitaciones, donde las mujeres ofrecían los servicios que acordaban con el hombre en medio del baile y los tragos. Ellas vivían entre esas paredes y compartían ahí también sus penas y alegrías. Mujeres de la noche, que olvidaban sus carencias y que repartían sus besos y caricias por el peso del dinero y que hoy son madres o abuelas con este pasado en San Antonio.
"Esto pasaba lleno todos los días, no sé cuántas cajas de pisco se vendían en ese tiempo en que estaban los pescadores de albacora. Eran otros tiempos porque no existía la droga, no existía la pasta base porque la cocaína la usaban solo los que tenían más dinero", sostiene.
Elizabeth se casó con Alejandro Cárcamo y tuvieron tres hijos. Tiempos después se separaron y cada uno hizo su vida. Él administraba el Regine y ella veía la parte contable. Billete corría mucho y había que ir al banco a diario y preocuparse de que nada faltara en el local. "Dorián" se encargaba del trato con las muchachas y de organizar el estreno de los shows de vedettes.
Un cáncer a la próstata acabó con la vida de "Dorián". El 30 de diciembre de 1999 se fue de este mundo. Sus mujeres lo lloraron, también los hombres a los que amó y lo amaron. Su hijo, que no era de su sangre, pero al que crió con todo el amor de un padre, sufrió una pérdida irreparable.
La historia de cómo Eduardo llegó a ser el papá de Alejandro, Elizabeth la cuenta así: "Él quería tener un hijo y dejar algo acá en la Tierra…Había una señora que trabajaba en el muelle y tenía muchos hijos y uno de ellos andaba en la calle pese a que era un niño de unos siete años y don Eduardo lo reconoció legalmente porque su madre no lo había inscrito en el Registro Civil. Ese niño era Alejandro, el padre de mis tres hijos. Don Eduardo lo quería mucho y para Alejandro era su padre a pesar de que su verdadero papá estaba vivo también", afirma.
Según lo que explica Elizabeth, "Dorián" tuvo que luchar contra la discriminación por ser gay, aunque para él eso nunca fue un problema. Pero sí debía ocultar su identidad porque tenía un hermano que era coronel de Carabineros. "Su familia era de muchos recursos y como su hermano era carabinero, él no podía decir que eran hermanos porque lo echarían de la institución", detalla.
En medio de la entrevista con Elizabeth resuena suave "Nuestro juramento", en la voz de Julio Jaramillo. "No puedo verte triste porque me mata tu carita tu pena, mi dulce amor"… reza la letra y vuelven a posarse en la mente esas imágenes de hombres y mujeres bailando felices y alocados.
Entre los años 70 y 80 San Antonio tenía bohemia. Había muchas otras boites como el Luces del Puerto, el Candilejas, el 75, el Boom 2000 y el Goya, que se repletaban de parroquianos ganosos.
Las mujeres del Regine se vestían de trajes largos y mucho brillo. Lucían hermosas y altivas entre sus pretendientes nocturnos. Escondían sus ganancias en la cama, soñando con un príncipe azul que las llevara lejos, el cual solo para pocas llegó.
De alguna manera, este local pasó a ser un ícono para los capitalinos que conocían el mundo de las bailarinas de la noche. Ernesto Belloni grabó algunas escenas de su película "Cartagena Vice" en el salón del Regine. "Había actores de televisión que siempre venían acá a disfrutar, a tomarse un trago y lo hacían porque la bohemia era buena. Acá todo terminaba a las cinco de la madrugada y partían a sus casas y a nadie asaltaban, era bueno, no había un desorden. Había un fotógrafo de nombre Agustín que pasaba por todas las boites y tomaba fotos y al otro día llegaba a vender esos retratos", agrega Elizabeth.
La muerte de Eduardo Cárcamo anticipó el fin del Regine como boite. Tres años después, en 2002, Elizabeth abrió las puertas de la fuente de soda y restaurante Mari-ney, que cambió totalmente la forma en que allí se trabajaba. Las bailarinas emigraron, las habitaciones quedaron para uso como residencial y hotel y los parlantes para tocar aquellos boleros que parten el corazón se quedaron sonando solitarios en una pista sin danzantes.
El amigo de dorian
"Yo empecé a trabajar con Eduardo, cuando recién abrió el Regine", afirma Miguel Angel Gervasi, uno de los primeros regentes que tuvo este centro de diversión nocturna.
De esos años, Miguel Angel recuerda que en San Antonio las boites eran muchas para un puerto no muy grande. "Las noches eran maravillosas. Todo partía 10 para las 9 de la noche. Se abría el negocio y las mujeres debían estar listas y esperando en el bar, todas arregladas y lindas. Todos los locales tenían orquestas y música, si llegaban hartos clientes, ellas hacían shows. Locales como este, que era de los más elevados, traían vedettes de Santiago. Como hombres andaban por doquier, todos los negocios tenían clientes", asevera quien fue un gran amigo de "Dorian" y también siempre reconoció su homosexualidad.
"En ese tiempo, muchas de las mujeres del ambiente se dedicaban a su familia y trabajaban para alimentar a sus hijos. Creo que la droga mató la bohemia porque trajo delincuencia", enfatiza.
La tradición
Elizabeth no ha querido eliminar los vestigios que quedan del Regine dentro del edificio. En el primer piso están los timbales, el letrero luminoso que colgaba del frontis y muchas de las fotografías de su suegro junto a comensales, clientes y amigos.
"Yo tengo el Regine, pero es para mantener la tradición. Viene gente cuando hacemos algún espectáculo con músicos que tocan cuecas", dice esta mujer que trabaja de domingo a domingo a cargo del restaurante.
Ella, tras la separación de su esposo, rehizo su vida junto a Enrique Ruiz "Kike", con quien tuvo a su cuarta hija y que hoy la acompaña al mando del negocio. Ya cumplieron 20 años y se ven felices de estar unidos.
"No quiero borrarle el nombre al Regine, no quiero cambiarle nada, quizás cuando yo me muera mis hijos lo hagan, ellos verán si dejan el Regine. He pensado en rehacer la boite, pero cómo hacerlo si en estos tiempos todo está tan malo, el problema son las calles, la delincuencia, la gente mala que te quiere asaltar o robar", agrega Elizabeth.
"El Regine fue el último en morir", sentencia esta mujer al referirse al cierre de la boite, que hace 15 años apagó sus luces indefinidamente y con ello también sepultó esa bohemia "de tiempos lindos".
Si hasta en las últimas marchas del estallido social se ha notado la nostalgia que sienten algunos por este centro. "Cada vez que hay marcha portuaria, nosotros nos ponemos afuera y unos 50 ó 60 hombres nos gritan ´que vuelva el Regine´, por eso pensamos que nunca se olvidan del local", reconoce "Kike" Ruiz.
El Regine, el de Chile, el de San Antonio, ya se ganó un espacio en la historia de este puerto, a veces herido, golpeado y enamorado, otras saqueado y olvidado, querido e inolvidable, pujante y alicaído, pero humano y divino.
"…Y en tus besos yo encontraba el calor que me brindaban el amor y la pasión. Es la historia de un amor como no hay otra igual, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal, que le dio luz a mi vida, apagándola después… Ay qué vida tan oscura, sin tu amor yo viviré ..."