Los inolvidables momentos de la conocida peluquera que peinó a medio San Antonio
Rosa Trigo Villatoro trabajó desde los 15 años en diversos salones de belleza de la comuna. Ahí aprendió cada detalle del oficio que hoy tanto extraña luego de cerrar la peluquería que atendió por más de cuatro décadas.
Rosa Trigo Villatoro era la mayor de 10 hermanos. Desde muy joven tuvo que ayudar a su familia, así que apenas cumplió los 15 años decidió salir en busca de una oportunidad laboral.
Con cero conocimiento de peluquería, llegó a trabajar como ayudante al salón de belleza Chanel, el cual se encontraba en el pasaje Francisco Vera, a un costado del supermercado Carrera, en el centro de San Antonio.
Allí empezó haciendo el aseo, lavando el pelo y pasando las pinzas.
"Antes había que estudiar y trabajar porque había que colaborar con la familia, no como ahora que los niños tienen de todo. En la peluquería era ayudante, así que hacía el aseo, lavaba el pelo pero después empecé como manicurista y ahí fui aprendiendo", rememora.
Al poco tiempo comenzó a trabajar en la peluquería "Eliane", en Llolleo, donde antiguamente se ubicaban las Consultas Médicas.
"Cuando me casé me instalé en calle La Marina, en Barrancas, pero al final abrí la peluquería acá en San Antonio (Pedro Montt) y allí estuve 44 años", comenta.
En un principio Rosa decidió colocarle a su local el nombre de su sobrina Patricia, pero apenas nació su hija, la peluquería pasó a llamarse "Carla".
Hace unos meses recibió una noticia que le cambió la vida. Se convertiría en abuela por primera vez y esto la llevó a tomar una de las decisiones más importantes de su vida: cerrar la peluquería.
"Cuando me enteré que sería abuela prometí que apenas naciera mi nieta dejaría la peluquería y las promesas son promesas, así que aquí estoy ahora, cuidándola", reflexiona.
Para esta sanantonina la experiencia de criar a su querida Victoria ha sido todo un desafío ya que, como ella misma reconoció, "mis hijos fueron criados por mi marido y por mi nana que era un siete".
"Yo trabajaba de las 9 de la mañana hasta las 14 horas y desde las 15.30 hasta las 20 horas. Estaba todo el día en la peluquería. Ahora estoy en pie desde las 7 de la mañana, pero estoy feliz con mi nieta porque la amo, pero debo reconocer que igual echo de menos el contacto con la gente".
Durante muchos años Rosa se transformó en una sicóloga que escuchaba pacientemente a cada uno de sus clientes que, además de atenderse, veían en ella a su paño de lágrimas.
Confiesa que gracias a a esas largas conversaciones, ella aprendió muchas cosas sobre la vida. "Los clientes llegaban muchas veces a contarme sus penas y sus alegrías. También tenía muchos clientes hombres que me contaban sus cosas. Al final los peluqueros somos una especie de sicólogos porque la gente se desahoga con nosotros", señala y luego agrega que "el escuchar a la gente también me sirvió para aprender de lo bueno y de lo malo de la vida, y a conocer muchas cosas".
Recuerda también a las clientas que atendió por años, y dice que a pesar de haber cerrado la peluquería, ellas continúan requiriendo de sus cuidados.
"Tengo una clienta que lleva casi 50 años conmigo. Hay personas a las que atendí toda la vida y ahora vienen a mi casa, pero no es lo mismo. Yo extraño mucho a la gente, conversar con ellos. Han pasado ocho meses desde que cerré la peluquería, pero aún la extraño", afirma.
Recuerdos
Apenas empieza a hablar sobre cómo era su trabajo en la peluquería, miles de recuerdos se le vienen de inmediato a la mente.
"En el año 1968 San Antonio era una ciudad donde se ganaba dinero y eso se reflejaba en el centro de la comuna con todos sus locales abiertos, no como ahora que uno sale y lo único que ve son cortinas a medio abrir", sostiene.
Añade que "donde ahora está el bulevar de la Negra Ester estaban todos los cabaret y las niñas bajaban dos veces al día a peinarse. Ellas se arreglaban, se pintaban las uñas para esperar a los gringos... Fue una época muy buena. Lo que pasa es que ahora la gente no quiere pagar".
La única vez en que esta sanantonina tuvo que cerrar su local fue cuando se produjo el aluvión que arrasó con varios locales, en mayo de 1986, luego del desborde del estero Arévalo.
"El barro se metió por todos lados y el agua también. Fue un verdadero desastre. Recuerdo que nos ayudaron los militares y ellos con unos rastrillos arrasaban con todo. En esa oportunidad perdí todo. Tuve que cerrar la peluquería y empezar todo de nuevo. Para mí eso fue peor que un terremoto", asegura.
El gran paseo
Otro de los recuerdos que llegan a la memoria de Rosa tiene que ver con sus años de juventud, cuando en San Antonio la gente se reunía en torno al paseo Bellamar.
"Sin lugar a dudas, el paseo era un punto de encuentro para todos los sanantoninos. Cuando yo era joven me acuerdo que me arreglaba, salía al cine o a bailar al Lucerna. Después nos íbamos a pololear al paseo. Era una vida muy bonita porque ahora no hay adonde ir", señala.
Durante esos años, en San Antonio existía el Sindicato de Peluqueros, el cual era invitado a participar en diferentes cursos y capacitaciones que se realizaban en varios lugares.
Rosa recuerda que eran muchos los trabajadores que acudían a estas instancias, las cuales eran realmente importantes para quienes vivían de este oficio. "Éramos varios los que íbamos a estos cursos. En uno de ellos conocí a Sebastián Ferrer y a otros peluqueros conocidos", relata.
Hace unos años Rosa quedó viuda. Su compañero de toda la vida, Gustavo Pérez, partió de este mundo tras sufrir un infarto al corazón. Ella confidencia que no ha sido fácil sobrellevar su ausencia, principalmente porque estuvieron toda una vida juntos.
"Estuvimos 53 años juntos. Cuando nos conocimos a mí no me gustaba porque encontraba que se creía la muerte, pero un día yo estaba con un amigo y le conté que me gustaba ese tipo. Él fue, se acercó y le dijo a Gustavo que yo lo quería conocer. Ahí me lo presentaron y nunca más nos separamos. Incluso le dije que yo era de pololeos cortos porque me aburría, pero él me dijo "conmigo será para toda la vida, y así fue".
El 1 de septiembre de 1973, y tras ocho años de relación, Rosa y Gustavo se casaron en medio de la crisis que vivía el país. "No teníamos nada para hacer la fiesta por la situación en que se encontraba el país. Me acuerdo que nos regalaron arroz, una torta, un chancho y verdura (ríe). Yo me casé con zapatos prestados, si no teníamos nada, pero igual hicimos la fiesta".
Para esta vecina de San Antonio todos esos recuerdos seguirán latentes en su memoria, y aunque reconoce estar un poco cansada, su nieta Victoria hoy la llena de vida y alegría.
"Ella es lo mejor que me pudo pasar. Es cierto que extraño la peluquería, pero Victoria ahora me mantiene ocupada y viva", concluye.