Alegría y pasión, los ingredientes que le dan ritmo a la vida de Mónica Pozo
La dueña del restaurante Margarita Cocina Chilena es una imparable. Además de dedicarse al rubro gastronómico, se entrega de lleno al amor que heredó por la música.
Mónica Pozo Gómez se ha hecho conocida en la comuna como dueña del restaurante Margarita Cocina Chilena, el que instaló hace ocho años en Luis Alberto Araya de Barrancas, una calle que no solo ha sido testigo del éxito de su negocio, sino también de sus aventuras.
Con apenas seis años, Mónica arribó desde Talcahuano (Región del Biobío) a la céntrica calle barranquina con su padre, Lientur Pozo Fernández. En ese momento su vida cambió, señala con la alegría que la caracteriza. "Allá tenía solo una amiga y cuando llegué acá la cuadra estaba llena de niños. Jugábamos todo el día afuera y entrábamos solo a comer, fue una infancia muy bonita".
En ese entonces, la plaza de Barrancas era el centro de sus aventuras. "Cada uno tenía su árbol, le colgábamos nuestro nombre con unos alfileres y en las ramas dejábamos las muñecas, las cunas, lo que tuviéramos. En las noches nuestros juguetes quedaban ahí esperándonos para el otro día".
Travesuras en el puerto
"Yo era muy regalona de mi papá, tenía todo el apoyo de él para mandarme mil embarrás. Siempre digo que me declaro la primera hiperquinética de Chile sin tratamiento. Yo era terrible y con los años uno se va calmando un poco, pero siempre te queda la esencia, porque uno nace, no se hace", confiesa entre risas.
Eran solo ella y su padre, por lo que a veces debía acompañarlo a su trabajo. "Mi papá trabajaba como contador en el puerto y me llevaba con él. En ese tiempo, la carga a granel la vaciaban en una bodega y eran rumbas de trigo y de maíz y la Moniquita pasaba enterrada hasta el mismo cuello en las rumbas. De repente andaba en la locomotora ayudando a tirar los carbones para que avanzara. Yo me crié dentro del puerto", dice.
El vínculo entre ambos era muy fuerte. "Mi papá era mi amigo, era mi hermano, era mi mamá. En los momentos que yo necesité una mamá él estaba ahí, pero me aconsejaba como hombre, me decía todo con todas sus letras", afirma.
Alegre legado
De su padre heredó las pasiones que la mueven hasta hoy. "Mi papá era violinista, fue primer violinista de la Orquesta de Cámara de Concepción. También tocaba piano y trompeta. Por ahí viene mi veta musical. Él era bailarín, me enseñó a bailar salsa, mambo, chachachá y rocanrol. Y yo era su pareja de baile en las fiestas del puerto".
Se acompañaban a todas, aunque recuerda una ocasión en particular. "Mis 15 años los celebré en La Kantuta (bar del entonces Hotel Jockey Club). Fuimos con los compañeros de trabajo de mi papá, que me conocían de niña. Cuando empieza el show de las mujeres, me dieron vuelta la silla para el otro lado. ´Pero si yo quiero ver´, les alegaba, pero me decían que no era pa' niños. Alcancé a ver que era una novia... y claro después la novia quedaba en pelota. Pero no me dejaron ver", recuerda.
Hasta el día de hoy su amor por el baile no se detiene. "Me encanta bailar y no hay sábado que no vaya al Club de los 80. De hecho, en un aniversario el Gastón (Orozco, dueño del pub) nos dio diplomas a cinco clientes destacados. Me reconoció por mi constante colaboración con el club estos años".
Su propio sabor
Mónica lleva la fiesta, el baile y la música en la sangre. Por eso en cuanto pudo salió en busca de esta pasión. Con sus tres hijos ya fuera de casa y su restaurante establecido, en octubre del 2015 comenzó a asistir a un taller de cajón en el Centro Cultural San Antonio, desde donde surgió la agrupación de música y bailes Yage Afrolatino, compuesta en su mayoría por gente que no está ligada profesionalmente a la música.
"Ahora toco las semillas, que son los maracones, el chequeré y la quijada (instrumentos de percusión). Mi profe Sammy (Samuel Cáceres) me ha enseñado con toda la paciencia que le caracteriza y cada vez la cosa va mejorando más. Estamos haciendo música propia, llevamos 10 temas de nuestra autoría, sin salir de lo que es la música afrolatina. Estamos haciendo las maquetas y pronto comenzarán las grabaciones", comenta entusiasmada.
Una de las cosas que le fascina de ser parte de Yage, donde cumplirá cinco años, es presentarse en vivo. "La primera vez que estuve en un escenario me encantó. Mis compañeros se ríen y me dicen 'a la Mónica le agarra el espíritu y se pone a tocar y canta y baila'. Tengo un compañero que me dice 'Mónica, haz lo que tu quieras, el escenario es tuyo'. Y que me hayan dicho, me encanta".
Es una de las integrantes más antiguas del conjunto y, a sus 60 años, también es la mayor, pero ese no es tema para ella. "Yo no tengo espejo y no tengo sombra. Yo solo veo lo que siento y actúo según eso. Ojalá nunca me calme", expresa.
Cita con el sentido
Cajera, vendedora y auxiliar de servicio son algunos de los trabajos que ha desarrollado. Pero, sin duda, donde Mónica se sintió más plena fue en el Hogar de Ancianos La Divina Providencia. Allí ingresó sin saber nada sobre el mundo de los adultos mayores, pero mientras más aprendía más se comprometía con la causa: "Era una pega súper linda. Al principio sufrí mucho cuando se morían los viejitos, porque eran como familiares para mí, lloraba semanas. En mi interior, soñaba con formar un hogar" .
Tan profundo fue el lazo que en ese sitio vivió uno de los días más significativos de su historia. "Yo me casé en el hogar. Muchos de los abuelitos estaban postrados y no podíamos llevarlos a la iglesia, así que realizamos el matrimonio en el lugar. Estuve 13 años casada", cuenta.
El terremoto del 10 de marzo de 1985 también impactó en su memoria. "Se nos cayó la casa, que estaba entonces frente al supermercado Carrera de Llolleo. De ahí nos trasladamos a Arrayán. En la época del terremoto tuvimos que ir a lavar la ropa al río, a poto parado lavando la ropa y los pañales de los viejitos, cocinando a leña y todo eso. Fue súper sacrificado, nosotros hicimos una pega muy fuerte".
Tras siete años en el hogar su labor no continuó. Mónica sintió pesar, los nuevos trabajos no le entregaban el sentido profundo que buscaba.
Margarita
Cuando llegó a San Antonio, Mónica conoció a Margarita Martínez Vásquez, una costurera famosa en esa época por hacer trajes de hombre y vestidos de novia y quien también residía en calle Luis Alberto Araya. "Ella no tenía hijos y se encariñó mucho conmigo, yo fui como su hija. Era una mujer trabajadora y luchadora", relata sin ocultar su admiración.
"Fue muy linda nuestra historia. Ella me crió y me ayudó a criar a mis hijos, fue una persona maravillosa", señala sobre la mujer que la inspiró para ponerle el nombre a su restaurante.
"De repente, cuando uno está con bajón, se cuestiona a qué viene al mundo; mi pega del hogar había terminado y yo pensaba que había venido a eso. Después me di cuenta que no, que mi rol fue estar con la Margarita hasta su último día de vida. Cuando la fuimos a dejar a su lugar de descanso me percaté que ese era mi papel en este mundo", expresa.
Tras el fallecimiento de Margarita, a sus casi 95 años, Mónica abrió su restaurante en la casa que ella le heredó. "Nos ha ido bien, todo gracias a la gente que ha preferido este local. Hemos hechos tres matrimonios acá y eso también me llena de orgullo, porque hay gente que ha venido como pololos, se han casado aquí y ahora vienen con la guagua. Pucha, ¡cómo no voy a estar feliz!", exclama.
Su energía es contagiosa y a ella le encantaría compartirla. "Me gustaría hacer un grupo de puras mujeres que necesiten que alguien las inyecte, para que se valoren, se quieran, que hagan lo que sueñan y no tengan miedo. Por mi experiencia, yo digo que una mujer sola si puede salir adelante", manifiesta Mónica desde el patio de la casa de Margarita y donde aún está el árbol que a los siete años plantó junto a su padre.