A puro ñeque: pasó de ser vendedora ambulante a dueña de un restaurant
Cuando Natalia Velásquez Tapia ofrecía sopaipillas en la calle o pescado frito afuera de su casa en Bellavista nunca imaginó lo que le depararía el destino.
Primero trabajó como copera, garzona y administradora en el restaurant y residencial Tú y Yo, ubicado en calle Blanco Encalada, en pleno centro de San Antonio. Luego, Natalia Velásquez Tapia lo arrendó para, finalmente en 2018, llenarse de valentía, pedir un estratosférico crédito en la banca privada y comprar este reconocido local.
Oriunda del primer puerto de Chile, Natalia es de familia muy apegada a las tradiciones de este litoral. Teresa, su madre y una de las reconocidas folcloristas conocidas como las Hermanitas Tapia, le enseñó el valor del esfuerzo para obtener lo que quisiera, además de una exquisita herencia musical y culinaria con platos típicos de la gastronomía marítimo-costera-rural.
"Siempre he sido emprendedora y de mucho esfuerzo. Me declaro una mujer de oportunidades. Estoy convencida de que existe una energía superior que me entrega mensajes y cuando los descifro, me suele ir bien. Como se dice, bien intuitiva", asegura.
En estos dos años, convirtió al restaurant y residencial Tú y Yo en una empresa familiar. Ella es la dueña y da trabajo a 15 personas, entre ellas, su papá, marido, exmarido, una hermana y, los fines de semana, una sobrina que está estudiando. "Con mi marido, mi papá y mi exmarido somos un equipo, son como mis socios morales", dice.
"Las demás trabajadoras son todas mujeres, con una carga social y familiar importante, por lo que trato de ayudarlas lo que más puedo y ellas me responden con lealtad, profesionalismo, responsabilidad y compromiso. Además, me enorgullece decir que todos, incluidos los de mi familia, tienen contrato y se les pagan las cotizaciones. Ninguno está informal", comenta.
"Entre todos colaboramos y hacemos de todo un poco. Somos residencial y restaurant y hay una conjunción de las dos actividades que nos ha permitido mantenernos a flote después de todo lo que ha pasado. Primero el estallido social y luego lo del coronavirus. Recibo mayoritariamente trabajadores de empresas que vienen a la zona a laborar en la construcción. También turistas franceses e israelitas, que llegan a embarcarse a los cruceros", agrega.
Afortunada
Natalia tiene 48 años, se casó a los 19 y a los 20 fue mamá. Comenzaba el nuevo siglo y mientras su ahora exmarido trabajaba como eventual en el puerto, ella vendía sopaipillas en la calle o cocinaba pescado frito para su familia y aprovechaba de vender a sus vecinos del cerro Bellavista. "Así nos salía gratis el nuestro y no me salía del presupuesto", señala.
"En ese tiempo nuestra economía era muy reducida y siempre tuve que ingeniármelas para tener dinero. Como nunca he robado ni estafado a nadie, tenía que arreglármelas como fuera", confiesa.
Vivía junto a su familia en Bellavista y cuando su pequeña hija entró a estudiar en el Sara Cruchaga, Natalia la acompañaba y se ponía afuera del colegio con una cajita de madera llena de pasteles. "Un día salió la madre Amparo, directora en esa época. Yo pensé que me iba a prohibir la venta, pero fue muy bondadosa y me invitó a trabajar con ella".
"Me dijo que le llamaba la atención que mi hija nunca se enfermaba, era la mejor alumna de su nivel, se destacaba en todo, muy ordenada y con 100% de asistencia. Entonces, me dijo que yo era la mejor opción para hacerme cargo de las estudiantes con problemas. Eso fue en el 2005", rememora.
-¿Qué cargo llegó a ejercer en el colegio?
-Era la asistente de bienestar escolar y eso implicaba, además, cobrar las cuotas del centro de padres. Yo ya era la tesorera, solo que ahora lo hacía desde mi propia oficina. En el fondo, administraba de mejor forma el centro de padres y ayudaba a las niñas en situación de riesgo. Ayudamos a varias con mala situación o que no tenían útiles de limpieza; también visitábamos a las mamás con cáncer.
"Era muy bonita la labor que yo realizaba ahí. La madre Amparo me dio una muy buena oportunidad de trabajo, además fue mi madrina en la Cruz Roja. Me envió a estudiar enfermería para ayudar más a las niñas. Era como la mamá de todas las chiquillas".
Ese fue el despegue de Natalia. Sor Amparo fue trasladada del Sara Cruchaga en 2008, cuando la hija de Natalia ya estaba en tercero medio. "Fue entonces cuando dejé de trabajar ahí y me fui a una caja de compensación, pero creo que en el trabajo uno se tiene que sentir bien. No me gustaba, dejé de producir y me echaron", reconoce.
"Mi hija entró a la Universidad Católica a estudiar Enfermería y necesitaba recursos para apoyarla. Un día vi que ofrecían trabajo como copera en el restaurant Tú y Yo. No lo pensé dos veces. Recuerdo que estaba trabajando ahí cuando llegó el mall a San Antonio y el dueño de esa época, Ramón Torres, me pidió que atendiera como garzona a los trabajadores de La Polar que almorzaban aquí. Como soy de desafíos, lo acepté. Mi jefa, como encargada de comedores, era Eva Son Huechumpan, y hoy, ella es mi administradora", señala.
¿Tuviste un rápido ascenso?
-Sí, no llevaba ni un mes y me ofrecieron ser la administradora. Lejos de que Eva se molestara, se puso a mi disposición. Ella veía los pedidos, proveedores e insumos, mientras yo hacía las relaciones sociales, mantenía las empresas y planillas de consumo al día. Hicimos una buena dupla.
En 2011 decidió formalizar sus estudios que había comenzado en la Cruz Roja de San Antonio y egresó como Técnico de Nivel Superior en Enfermería de un instituto profesional que ya no existe en San Antonio.
Dueña
En 2018, Natalia compró la propiedad que alberga el restaurant y la residencial Tú y Yo, manteniendo a las mismas colaboradoras de cuando ella era una trabajadora más.
"Esto fue un desafío muy grande. Logré el financiamiento a través de la banca súper privada. Me mueve la valentía. Me decidí a continuar en esto sobre todo por mis papás, porque es la única forma que tengo de ayudarlos. Él recibe una pensión básica y así se siente útil", señala.
-¿Usted da trabajo a varias mujeres en su restaurant?
-Sí, y me siento orgullosa de poder dar trabajo a mujeres. A través de mi negocio, he podido hacer la labor social que es un legado que me dejó la monja. Sor Amparo fue para mí un pilar importante, la plataforma de lanzamiento para que yo me creyera el cuento de que sí era capaz.
"En mi vida ha habido cuatro mujeres importantes: mi abuela Natalia Jeria, mi madre Teresa Tapia, Sor Amparo y mi hija Natalia Sarmiento, que es mi orgullo y fortaleza", asegura.
-¿Imagino lo orgullosa que se debe sentir con una hija enfermera universitaria?
-Siempre inculqué en mi hija el estudio, para que no se sacara la mugre como yo. Estuvo entre el 5% de los mejores alumnos del país. La becaron en el Preuniversitario Pedro de Valdivia. Yo con las lucas que ganaba, era imposible pagarle un preu y el transporte. Le fue bien y entró a estudiar a la Universidad Católica.
"Estaba en eso cuando empecé a trabajar acá. Necesitaba tener recursos para que ella se mantuviera en la universidad. Estuvo becada con residencia los 5 años de carrera en una casa de monjas, no gasté en nada, solo la diferencia entre la beca y el arancel. Actualmente trabaja en la Clínica Alemana, es enfermera de la Unidad de Neonatología. Es un orgullo por lo buena hija que es, siempre preocupada de todo", agrega.
-¿Acompaña a su mamá como folclorista?
-Canto, la apoyo, hago segunda voz y toco la guitarra si ella me lo pide, pero solo en eventos familiares. Soy súper bajo perfil. Lo que sí tengo como herencia de ella y que me enorgullece, es la cocina que me enseñó que es una mezcla entre lo rural y lo costero, que es lo que vendemos en el restaurant. Nos dedicamos harto al pescado, marisco y carne, entre medio tenemos charquicán y ceviche de cochayuyo que son típicos de la zona.
"Soy de campo, me crié cerca del fundo de Llolleo. Tal como se hacían las comidas ahí, las hacemos en el restaurant, manteniendo estrictamente las preparaciones de la casa y, como vivimos en una zona costera que tiene mucho de rural, esto se mezcla", finaliza.