El Santo Sepulcro bajo llave
Es la segunda vez en casi 700 años que una pandemia obliga a clausurar la basílica donde descansan las reliquias de la crucifixión y resurrección de Jesús. La vez anterior, en 1349, fue por la gran "Peste Negra". Está ubicada en Jerusalén y tiene un guardián musulmán, cuya familia cumple esta tarea desde la época del sultán Saladino.
Pocos días atrás, y como realiza cada tarde hace ya largo tiempo, Adib Yudeh acercó una sencilla escalera hasta las viejas puertas del lugar más sagrado para cristiandad: la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén. Como siempre, cruzó la cadena y puso el candado para sellar el acceso y abrirlo a la mañana siguiente. Pero esta ocasión sería diferente a las anteriores, porque el cierre de la basílica -que se levanta en el lugar donde Jesús habría sido crucificado- ahora será un poco más prolongado. A causa, cómo no, del coronavirus.
No es una práctica habitual: casi 700 años han pasado desde que otra epidemia obligara a cerrar las puertas del Santo Sepulcro. En 1349, una devastadora plaga de peste bubónica, conocida como "La Gran Peste Negra" asolaba a gran parte del mundo. La pandemia, que se gestó entre 1347 y 1353, azotó a Europa, Asia e incluso África.
Se estima que unas 25 millones de personas fallecieron -aunque la cifra puede ser conservadora-, lo que equivale a un tercio de la población mundial.
La "Peste Negra", la más devastadora de las pandemias hasta ahora registradas, obligó entonces a cerrar las puertas del templo.
Hace unos días, antes de que se iniciaran los festejos de Semana Santa, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ordenó el cierre por tiempo indeterminado del templo y otros lugares de culto, endureciendo así las medidas de protección ante el avance del covid-19 en Tierra Santa, donde ya suman más de dos mil contagiados.
La misa de inicio de Semana Santa la ofició monseñor Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén. A puertas cerradas y acompañado por un puñado de frailes de la Custodia y algunos seminaristas, el presbítero bendijo las palmas en el Santo Edículo y dio inicio a una conmemoración religiosa cristiana que este año se celebró en total confinamiento.
El guardián del templo
Adib Yudeh no es cristiano. Es, de hecho, musulmán, y pertenece a una familia suní del barrio viejo de Jerusalén que durante siglos ha custodiado las puertas del templo del Santo Sepulcro.
Hace ocho siglos, un encargo del sultán Saladino ha ido pasando de generación en generación. En el año 1187, el famoso sultán conquistó Jerusalén -sitio que también es sagrado para el mundo musulmán-, arrebatándoselo a los cruzados católicos. Desde entonces, y con la intención de que la iglesia no fuera atacada por otros musulmanes ni menos disputada por los cristianos, Saladino instruyó que una familia musulmana se mantuviera como guardiana de sus puertas, tarea que hasta hoy realiza Adib Yudeh.
Ninguno de los representantes cristianos que habitan la basílica posee la llave que abre y cierra la doble puerta del templo, bastante modesta y hecha de antigua madera. Cada tarde, a las 21 horas, el guardián del templo echa llave y dentro de la iglesia quedan encerrados los representantes de los seis credos cristianos que tienen presencia en el lugar: franciscanos (por los católicos romanos), ortodoxos griegos, ortodoxos armenios, coptos, sirios y etíopes. Allí permanecen hasta que, a las 5 de la mañana, el guardián regresa para abrir las puertas del templo a los feligreses y visitantes.
La presencia del portero musulmán de alguna manera sirve como mecanismo diplomático para apaciguar las controversias que se generan al interior del Santo Sepulcro, donde cada denominación tiene su propio espacio. Por ejemplo, los representantes de la Iglesia Ortodoxa de Etiopía controlan el tejado de la basílica y, según cuenta la leyenda, arrebataron parte de la superficie de la iglesia a los coptos (católicos egipcios), quienes controlan solo una pequeña capilla dedicada a José de Arimatea.
Los ortodoxos griegos son lo que tienen más metros cuadrados en la basílica y controlan el Calvario, la piedra de la unción y el katholicón, la capilla principal dentro de la basílica. Los ortodoxos armenios son dueños del subsuelo, donde hay una capilla dedicada a Santa Elena, madre del emperador Constantino, quien instauró el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y mandó a construir la basílica. Los franciscanos dominan la capilla de la Crucifixión, el lugar donde se descubrió la cruz y dos oratorios donde se cree que Cristo se apareció a su madre y a María Magdalena.
Un lugar sagrado
La Iglesia del Santo Sepulcro, también conocida como Basílica del Santo Sepulcro, Iglesia de la Resurrección o Iglesia de la Anástasis, se ubica sobre el Gólgota o monte del Calvario, lugar donde el cristianismo cree se produjo la crucifixión de Jesús, su sepultura y posterior resurrección.
La basílica se ubica en uno de los "puntos calientes" de la civilización: la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde confluyen también la parte árabe y la judía de la ciudad, cada una con sus espacios sagrados.
En la iglesia se encuentran reliquias como el sepulcro atribuido a Jesús, la piedra donde fue ungido antes de ser sepultado y el pozo donde fue encontrada su cruz tres siglos más tarde (o tres versiones de esta). En su interior hay varias capillas.
Según los evangelios, antes de la muerte de Jesús el sitio era una tumba ya habilitada como tal, pero no utilizada todavía, propiedad de un rico judío seguidor de Cristo llamado José de Arimatea. Más que una tumba, era un hueco horadado en la roca que se cubría con una gran piedra. Esta tumba habría estado ubicada en un jardín junto al lugar del calvario.
Cuando estuvo bajo dominio romano, se prohibió el ingreso a la ciudad santa de pueblos semitas y se construyeron lugares de culto pagano donde estaban el Templo de Jerusalén y el Santa Sepulcro. Incluso en este último lugar el emperador Adriano mandó levantar un templo de culto a la diosa Venus.
Pero en el año 326, el emperador Constantino, convertido al cristianismo y guiado por su madre, la emperatriz Elena -quien había iniciado la búsqueda de los lugares sagrados de Jesús-, mandó a construir la basílica del Santo Sepulcro en el lugar indicado por la tradición y las escrituras.
La iglesia es un lugar heterodoxo, donde se combinan los recargados implementos del culto ortodoxo con la sencillez de la cultura franciscana. Desde la primera edificación de Constantino, ha sufrido cambios, derrumbes y adaptaciones que hacen de su aspecto algo único, tanto en el exterior como el interior, donde habitualmente turistas y peregrinos hacen fila para conocer el Edículo, lugar donde supuestamente estuvo el cuerpo de Cristo enterrado.
Dentro del templo, sobre el pequeño montículo llamado Calvario, está la capilla de la Crucifixión. Bajo el altar, el visitante pude introducir el brazo por un hueco y tocar la piedra en la que fue clavada la cruz. También se puede conocer y tocar la piedra de la unción, lugar sobre el cual el cuerpo de Cristo fue limpiado y ungido con aceites antes de ser enterrado.
El sepulcro se halla bajo un mausoleo en forma de cubo, al que hay que entrar agachado. La estancia del visitante es corta, porque el espacio es reducido y caben solo cuatro o cinco personas a la vez, las que deben orar rápidamente para dar paso a otros peregrinos.
Sea o no creyente, el visitante sin duda respira un aire especial en este lugar sagrado para millones de personas, que hoy, luego de 700 años, vuelve a cerrar sus puertas a causa de una pandemia.
Marcela Küpfer C.