Matrimonio de suplementeros lucha por seguir trabajando frente a la pandemia
La pareja tiene un quiosco en Cartagena hace 60 años. Hoy no lo pueden abrir, pero no se rinden y han decidido vender diarios y revistas desde su casa.
Aprincipios de la década del 50, la vida de Luis Cartes tuvo un vuelco que lo trajo hasta Cartagena, la comuna donde junto a su esposa, María Guzmán, se han hecho conocidos por su larga trayectoria como suplementeros.
"Cuando tenía diez años vivía en Santiago y andaba a pata pelá en la calle y en los troles vendiendo el diario, hasta que un día una tía me pilló y me llevó a vivir con ella", recuerda. Su madre había fallecido cuando tenía cuatro meses y su padre estaba sin trabajo, por lo que estaba obligado a salir a buscar el pan de cada día, hasta que apareció su tía.
"Ella arregló todo y a los 12 años me internó en el Hogar Infantil, en la Playa Chica, donde me crié. Allí iban los hijos de los marinos, de los de la aviación y de los militares, yo estaba allí porque mi papá era brigadier del departamento de Telecomunicaciones de los milicos. Eramos como 70 niños en el hogar", cuenta.
Cuando llevaba alrededor de un año en el internado, la muerte nuevamente irrumpió en su corta vida. "Tenía 13 años cuando mi papá murió, se ahorcó. No me avisaron nada. Él tenía cáncer al estómago y llevaba alrededor de 20 años luchando contra la enfermedad, él tuvo que dejar la pega por eso", comenta.
-¿Cómo lo trataban en el internado?
-Me tenían que tratar bien, porque yo era mal genio, si me tocaban yo pegaba. Por eso pasaba más en la cocina que en el patio, me hice amigo del maestro de cocina, allí estaba tranquilo y no pasaba hambre. Si quería comer algo le pedía, jamás sacaba algo sin permiso
Entre diarios y la artesa
Mientras Luis pasaba gran parte de sus días colaborando en la cocina del internado, María debía trabajar por su familia. "Mi papá era suplementero y mi mamá era muy enfermiza, estaba media cieguita y no trabajaba mucho, por eso me tocaba ayudar harto. He sido muy trabajada, muy sufrida, yo no sé cómo mi Diosito me tiene viva", expresa a sus 82 años.
Su padre tenía un quiosco en la bajada de la Playa Chica y ella lo ayudaba todos los días a cargar los diarios y revistas hasta ese lugar. "Llevo más de 60 años trabajando como suplementera, toda una vida", afirma.
El verano era la época más intensa para María. Desde los 15 años, además, ella laboraba en las residenciales del balneario popular. "En las mañanas ayudaba a mi papá y luego me iba a las residenciales, donde lavaba las sábanas a mano, con escobilla y jabón en una artesa de cemento. Me pagaban por cada sábana. También fui ayudante de cocina", rememora.
Sobre cómo era Cartagena esos años, recuerda que "era bueno, llegaba mucha gente a la playa, muchas familias a quedarse al hotel Bahía y a otros que había abajo".
Complicidades
Aunque Luis y María vivieron parte de su infancia en el mismo escenario, la Playa Chica, fue la Parroquia de Cartagena la que finalmente los unió. Ambos eran miembros del grupo Acción Católica, integrado por jóvenes que enseñaban catequesis a los niños, y también "éramos del coro de la iglesia, ella era primera voz en el coro de mujeres y yo la segunda en el de hombres. Ahí nos conocimos y comenzamos a pololear", recuerda Luis, de 77 años.
En esa época, Luis trabajaba en la Oficina de Taxis Colectivos, que ofrecía servicio entre Santiago, Cartagena y Algarrobo. "Por el año 62, me mandaban a trabajar a Algarrobo y cuando los jugadores de la Selección Chilena venían a veranear al Hotel Aguirrebeña, yo la dejaba a ella en mi trabajo", comenta.
Los jugadores solían jugar "en la cancha de baby fútbol del hotel, que se llamaba Carlos Condell, y me iban a buscar para ir a arbitrar los partidos, porque al parecer no había nadie más. Me pagaban tres luquitas", dice el suplementero entre risas.
Mientras él arbitraba, María cuenta que "me quedaba en la oficina y atendía cuando venían a comprar pasajes".
Vida de esfuerzo
Desde esos días hasta la actualidad han pasado 60 años. Hoy tienen cuatro hijos, 11 nietos, 18 bisnietos y una vida en común marcada por la lucha para sacar adelante a su familia.
"Después de ir a ayudar a mi papá y dejar listo el quiosco, me iba para la casa a terminar las empanadas y el pan amasado, que vendíamos en la estación de Cartagena cuando llegaba el tren. En la noche dejábamos todo listo para en la mañana echar al horno", cuenta María.
Por esos días, a los hijos de María y Luis también les tocaba aportar a las tareas de la familia. Cecilia Cartes, la penúltima y única hija, cuenta que "vivíamos en la población Brisas del Mar, que queda arriba de donde está la estación. Desde ahí escuchábamos el pitido del tren cuando llegaba a San Antonio y mis papás nos decían que lleváramos las canastas a la estación. Mi papi nos hizo unos carros con unas ruedas de fierro, que metían cualquier bulla, y bajábamos corriendo con mi papá y hermanos a vender pan al tren".
Herencia
Mientras su padre, Ramón Guzmán, estuvo con vida, María lo acompañó cada mañana a abrir su querido quiosco. Han pasado 35 años desde que falleció y en la voz de ella aún se percibe la admiración por él.
"Mi papá era antiguo de Cartagena, cuando había victorias (tradicionales coches de caballo). Él era muy conocido porque era talabartero, le hacía los arneses de cuero a los coches. Antes no había vehículos como ahora, entonces esos carritos iban a buscar a la gente a la estación para llevarla a la Playa Chica", relata.
María continuó trabajando con su padre hasta 1985, año en que él tomó una drástica decisión. "Mi papá también se eliminó como el papá de Luis, también se ahorcó. Las enfermedades lo mataron a los 90 años", manifiesta aún conmovida.
Desde ese momento, decidió continuar su legado. "Me hice suplementera por mi papá, por herencia. Me gustaba trabajar con él y cuando falleció me hice cargo con mi marido del quiosco", afirma.
La pandemia
Hoy, esta pareja de suplementeros enfrenta un nuevo desafío. "Ahora con esta pandemia no puedo trabajar, porque se me puede pegar el virus y yo tengo muchas enfermedades, cuenta María, quien tiene hipertensión, problemas de tiroides y una hernia a la columna. Su esposo ha tenido tres bronconeumonías, por lo que también es parte de la población de riesgo frente al covid-19.
Su hija Cecilia, quien los ayuda, tampoco puede abrir el quiosco. "A nosotros nos compraban los turistas y los dueños y garzones de los restaurantes, pero ahora está todo cerrado y no anda nadie por la playa y a los que llegan les piden retirarse, por lo que ya no nos conviene abrir", comenta.
El sueño de María
Ella se esfuerza por continuar con la tradición familiar. "Voy a vender a la feria, porque no puedo estar devolviendo los diarios todos los días. Estoy apoyando lo más que puedo a mi mamá, porque ella siempre me ha dicho que quiere terminar su vida siendo suplementera", manifiesta.
El sueño de María ha movilizado a la familia, que decidió comenzar a vender los diarios en su propia casa, ubicada en Condell 804 (casi llegando a avenida Carlos Corsi). Incluso una de sus nietas publicó en Facebook esta decisión, recibiendo el apoyo de los cartageninos.
Desde su casa el matrimonio espera que sus antiguos o nuevos clientes lleguen a comprar las revistas y diarios que siguen siendo el sustento de sus vidas. "Vengan a comprarnos acá. Nosotros no podemos salir porque somos de edad y tenemos miedo que se nos pegue el virus, pero los vamos a estar esperando en nuestra casa", comenta María, quien prometió vivir hasta su último día como suplementera.