La tatuadora sanantonina que es un éxito en redes sociales
Un momento de dificultad económica llevó a Manola Chávez a meterse de lleno en el mundo del tatuaje, donde ha conseguido muchos admiradores, gracias a sus delicados diseños y trabajo disciplinado.
Manola Chávez y el arte parecen estar unidos desde siempre. Todo comenzó en su infancia, cuando en vez de dedicarse a resolver los ejercicios matemáticos pasaba las horas de clase sumergida en el dibujo.
"Era la típica niña que se pasaba rayando todos los cuadernos, me rayaba hasta los pantalones", comenta la tatuadora, especializada en motivos de flora y fauna y en estilos como el dotwork (puntillismo), linework (técnica lineal) y watercolor (acuarela).
En la educación media Manola (27) tuvo una osada idea. "Cuando llegué a tercero medio se me prendió la ampolleta y les dije a mis papás que me gustaría tatuar y mis viejos, súper apañadores, me dijeron que ya y me compraron todo lo que se necesita, que no es solo la máquina, hay que considerar las agujas, los guantes y otros implementos".
En ese momento, comenzó lentamente su carrera. Hoy la tatuadora sanantonina cuenta con más de 12 mil seguidores en Instagram (@manola_tattoos) y ha realizado tantos tatuajes que ya perdió la cuenta.
-¿Cómo fueron tus primeros años en este oficio?
-Empecé a decir que quería hacer tatuajes y como siempre fui buena pa'l dibujo la gente se atrevió, porque pensó que no me iban a quedar tan mal. Tatué a todas las amigas del colegio, a los amigos y así, pero el primer año es difícil porque hay cuestionamientos. Yo soy muy cuadrada, entonces nunca acepté diseños muy complicados y trabajaba con mucho cuidado. Creo que el primer año hice tres o cuatro tatuajes y el segundo también. Además estudiaba.
Bellas Artes
Tras salir de la media, ingresó a estudiar Pedagogía en Artes Plásticas, pero no sintió el llamado de la vocación y un profesor de la universidad le sugirió acercarse al Bellas Artes de Viña del Mar.
"El Bellas Artes es súper bacán y muy desconocido. Está en el olvido, pero es una escuela de arte donde hay profes que son casi momias, son viejitos y tienen el perfil del típico profe enojón, cuadrado en lo que hace. Pero yo me enamoré de esa escuela, era mi lugar ¿cachai?", confiesa.
Allí decidió especializarse en escultura, un espacio, como tantos otros, dominado por la presencia de los hombres. Su talento no tardó en relucir. "Mi segunda escultura fue Bryan Cranston de Breaking Bad y con esa me gané una beca. Son trabajos súper difíciles, te toman tres o cuatros meses y yo era obsesiva para trabajar. Era una montaña rusa estudiar ahí. Creo que es muy de personalidad de artista, pero tenía días felices, donde hacía la escultura en un día y estaba contenta y al otro día llegaba, la miraba, me ponía a llorar y la desarmaba, era horrible".
Cambio de rumbo
Además de pasar jornadas de hasta 12 horas en la escuela, Manola trabajaba los fines de semana. "Mis papás no son gente de una situación económica muy estable y yo les pedía plata para materiales, para vivir, para el arriendo y era complicado. Por eso, llegaba el viernes a la casa y ponía en Facebook 'horas disponibles para tatuajes'. Me hacía bolsa el domingo tatuando, onda desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la mañana, necesitaba plata para la semana y dejar de molestar a mi papá", afirma.
La demanda por sus tatuajes comenzó a subir y agregó el sábado a su agenda. "Después de dos años, dos días no eran suficientes para tatuar y empecé a mentirme un poco. El lunes en la mañana me despertaba para ir a Viña y le decía a mi papá estoy enferma, me voy a quedar hoy. Mis papás siempre han sido apañadores y me decían 'no te preocupes, quédate'. A las 10 de la mañana me levantaba y ponía horas disponibles y se me llenaba el día de una manera muy loca", recuerda.
"El tatuaje se fue comiendo todo mi tiempo y tuve que aceptar la realidad de que la escuela ya no podía ser, que en el fondo ser escultor no es una carrera muy buena, no hay mucha plata, tienes que tener un súper golpe de suerte y es muy difícil, sobre todo acá en Chile. Y el tatuaje era el boom, me gustaba y la gente hablaba bien de mí".
Durante el 2016, cuenta, "tatué desde las 10 de la mañana a las 12 de la noche de lunes a domingo sin parar. Como soy obsesiva con el trabajo y empecé a aportar en la casa, sentía que si no trabajaba estaba perdiendo la oportunidad de tener esa plata que podía ayudar".
Trabajar en pandemia
Desde el 2016 hasta marzo de este año, Manola no había parado. Tras la llegada del covid-19 a Chile, puso en pausa su trabajo por dos meses y recién hace alrededor de tres semanas lo retomó.
-¿Qué medidas de seguridad tomas ahora en medio de la emergencia sanitaria?
-Atiendo a una o dos personas diarias. A dos solo si es un tatuaje corto. Solo puede ingresar la persona que voy a tatuar, con mascarilla y debe lavarse las manos antes. Para limpiar el estudio ocupo una fórmula antibacterial y antiviral, que usamos siempre los tatuadores.
En este contexto tan especial, sostiene que "los clientes deben avisar antes si tienen síntomas de resfrío para así evitar cualquier tipo de riesgos. Además, ya no agendo con dos semanas de anticipación como antes, sino que día a día voy viendo cómo está el panorama".
-¿Por qué decidiste volver a trabajar?
-Estoy en contra de normalizar el planeta en general, como abrir malls y cines, por ejemplo, pero con mi pareja decidimos tomar este riesgo porque los dos llevábamos meses sin trabajar y vivimos de esto. Si veo que las cosas se ponen peor, como creo está pasando, dejaré de tatuar nuevamente.
Reconocimiento
En estos años de arduo trabajo, Manola ha ganado popularidad en la comuna. De hecho, comenta que "donde voy siempre hay gente tatuada por mí o que conoce mi trabajo. Me he hecho súper conocida porque, además, San Antonio es un pueblito pequeño. Soy mujer, tengo el pelo fucsia y hago tatuajes, igual es fácil de reconocer".
También tiene fama por su fijación con el horario. "La gente no me tiene mucha buena porque no recibo ni cinco minutos antes ni cinco después. Creo que la puntualidad es un acto de respeto. Hay mucha gente que no le gusta eso, pero es mi forma de trabajar y si a alguien no le gusta puede perfectamente ir con otras personas", dice sin complicaciones.
"Pero hay mucha gente que lo encuentra bacán, porque saben que si me piden una hora, voy a estar, el lugar estará limpio y me voy a tomar muy en serio el tatuaje", agrega.
La tatuadora se siente agradecida de lo conseguido. "La gente habla muy bonito de mí, a pesar de que me encuentran pesada y todo eso, dicen que trabajo bien. El reconocimiento es mi gran logro".
En una esfera más íntima, siente satisfacción por lo que le ha permitido su oficio. "Mi papá también es trabajador independiente, entonces había días que había muchas lucas y otros que no había plata ni para pan y esa inestabilidad es terrible. Por eso, mi mayor logro es poder ayudar a mis viejos y tener una familia bonita", expresa.
"Me hacía bolsa el domingo tatuando, onda desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la mañana, necesitaba plata para la semana y dejar de molestar a mi papá",
Manola Chávez, recordando sus inicios en el tatuaje
"El tatuaje se fue comiendo todo mi tiempo y tuve que aceptar la realidad de que la escuela (de Bellas Artes) ya no podía ser, que en el fondo ser escultor no es una carrera muy buena, no hay mucha plata".
"Estoy en contra de normalizar el planeta en general, como abrir malls y cines, por ejemplo, pero con mi pareja decidimos tomar este riesgo porque los dos llevábamos meses sin trabajar y vivimos de esto".