Esta es la increíble historia del carpintero no vidente de Leyda que fabrica carretas a mano
Marco Guzmán perdió la vista hace 27 años y como una forma de subsistencia empezó a trabajar en madera haciendo botones y cucharas. Ahora ha perfeccionado su arte construyendo modelos a escala.
Marco Antonio Guzmán Meza (59) está esperando en la puerta de su casa afirmado en una reja que deja ver unas matas de llantén a cada lado del sendero por donde se entra. En su mano tiene el bastón que le sirve de guía y desde ahí nos lleva hasta un patio con un mesón de madera donde hay formones, una gubia, y una afilada cortapluma; las herramientas del carpintero.
Hace veintisiete años este hombre sufrió un desprendimiento de retina que lo dejó ciego y desde hace cinco comenzó a desarrollar una notable afición por la carpintería que lo ha llevado a diseñar perfectas carretas a escala para el jardín que asombran por el nivel de detalles.
"Perdí mucho tiempo para dedicarme a esto porque llevo como cinco años nomás dedicado a la madera, gracias a mi hermana y una sobrina que me empezaron a pedir botones de madera para los tejidos que ellas hacen", cuenta lamentándose por su tardía afición a las maquetas de madera.
La ayuda
Con un trozo de madera que se está convirtiendo en una enorme cuchara de palo en una mano y la gubia que descarta la madera sobrante en la otra; don Marco cuenta que "hay bastante gente que me ayuda, mi familia, también vecinos, incluso a través de la Radio Integración me han regalado madera para poder trabajar y hasta la máquina caladora que necesitaba para hacer las ruedas me llegó por ese intermedio gracias a una señora de Santo Domingo. Yo no tengo cómo pagar eso que personas que no conozco hacen por mí, solamente les puedo agradecer".
En el mismo patio y justo frente al mesón que está en la entrada de la modesta vivienda hay un cobertizo donde este carpintero no vidente va dejando sus trabajos terminados. Hay varias carretas que lucen por sus perfectas terminaciones, yugos como llaveros y cucharas de palo de distintas formas y tamaños.
"Algo me marcó con las carretas y seguramente me fui bien atrás cuando empecé a diseñar, como que me quedé en el pasado, quizás en la infancia; o sea igual de joven salí a carretear, pero no creo que vaya por ahí la cosa", dice con una picardía campesina que le queda bien detrás de la sonrisa que suelta junto con el comentario.
"Trabajo con la madera que me llega y voy tomando un pedazo y en mi mente lo veo, pero en realidad al tomarlo son los dedos los que ven y ahí tomo las herramientas y voy trabajando de memoria", explica don Marco con una simpleza que pareciera restarle mérito a su trabajo.
Solidaridad
Por estos días y para poder terminar sus trabajos que le permiten ganar unos pesos para mantenerse, Marco Guzmán necesitaba una máquina caladora que le llegó como una donación anónima e inesperada.
Sobre eso dice que "hay herramientas que yo no puedo manejar, como esta caladora que me regalaron ahora y que me va a servir mucho para hacer las ruedas de las carretas. En ese caso yo le dejo las indicaciones a mi hijo y él hace el corte en círculo, hace los cortes no más porque todo lo demás lo hago yo solo, desde tallar la madera hasta ensamblar la carreta completa y dejarla lista para que se la lleven".
Porque para este hombre que ya pisa los 60 años es "bonito sentirse útil, que le digan a uno que quedaron bonitas la carretas, que alguien compre una y se la lleve se siente bien porque me permite tener mi propio metro cuadrado y me siento útil, siento que esto haciendo algo y no quedándome sentado esperando que me traigan todo. Si no porque uno es ciego tiene que ser tonto".
-¿Cómo lo hace para vender sus carretas?
-Estuve yendo un tiempo a la Plaza de Llolleo con una asistente social del municipio que me ayudaba, pero ahora con todo esto de la pandemia ya no se puede salir. Por ahí salí favorecido con ayuda para estos trabajos que yo hago y de esa manera podía vender las carretas, pero como ahora eso ya no corre las sacó aquí al frente de la casa y a veces paran los camioneros y se llevan una carretita, o me compran las cucharas de palo que también tengo hartas y de todos los portes y precios. Con eso puedo sustentarme porque un pan cuesta 130 pesos y me compro tres panes diarios y con eso ando bien".
Abuelo
En la casa vecina vive Marvin Guzmán, el hijo de don Marco que no solamente es un pilar importante en la vida del carpintero, sino que además pronto será padre, trayendo una alegría nueva a la vida de este hombre.
"Mi hijo va a ser papito en agosto y eso es lo que yo quisiera dejarle a mi nieto algo…", afirma este hombre.
De pronto la pausa se hace larga y don Marco toma aire y pide disculpas porque el nudo que se le hizo en la garganta le ahogó las palabras. Una mezcla de emoción y angustia por su nieto Facundo que está por nacer lo saca del control que había tenido sobre sus palabras y también sobre sus movimientos casi perfectos para desplazarse por su casa y el taller, a pesar de su ceguera.
Retoma con la voz quebrada diciendo que a su nieto quisiera "…dejarle mi casa, esta casita, pero las fuerzas no me dan como para arreglarla…porque mire…" Y otra vez la pausa y el rostro del carpintero que de pronto se vuelve triste.
Deja el mesón de trabajo donde estábamos conversando, suelta la herramienta y el palo que tenía en la mano para hacer las demostraciones de su destreza y se adentra hacia su casa diciendo que lo sigamos.
Nos muestra la casa y apunta una mesa de madera hecha con una rodela de un grueso árbol, mientras recorremos hasta una cocina donde don Marco abre un cajón que está lleno de cucharas de madera de todos los tamaños.
Hay encima de las repisas camiones de madera y yugos para las carretas que construye, algunos de esos yugos llevan cáncamos que sirven para colgar las llaves.
Su casa, la casa del carpintero, no es otra cosa que una extensión de su taller y en esta parte del recorrido ya sabemos que su nieto Facundo es una emoción tan grande que le cuesta contener. Una emoción que es también una preocupación y como quien esquiva un golpe, don Marco se sale de la entrevista para mostrarnos su hogar y hablar de otras cosas.
Le preguntamos de nuevo por el nieto que está en camino y dice que "a los sesenta años venir a ser abuelo es una alegría bien grande, ojalá que lo pueda disfrutar porque ya se sabe que es niñito y se va llamar Facundo así que lo voy a tener que regalar un caballo".
Cuando termina la frase se pone a reír mientras nos empezamos a devolver por el mismo lugar que entramos.
Afuera esperan las herramientas y la madera que don Marco se apura en retomar porque, como él mismo dijo, tiene harta pega y hay que trabajar. Un poco más allá está Homero, el perro que a veces se come los botones que hace el carpintero, pero esa es otra historia.
"Trabajo con la madera que me llega y voy tomando un pedazo y en mi mente lo veo, pero en realidad al tomarlo son los dedos los que ven",
Marco Guzmán.
"A los sesenta años venir a ser abuelo es una alegría bien grande, ojalá que lo pueda disfrutar porque ya se sabe que es niñito y se va llamar Facundo así que lo voy a tener que regalar un caballo".