Estremecedor drama de familia golpeada por el fatal coronavirus y la cesantía
El fin de semana fueron los funerales de la exfuncionaria del hospital Lucía Vargas Farías, fallecida tras contagiarse de covid-19, y ahora su esposo José Manríquez apenas puede reponerse tras perder el trabajo.
La tarde del sábado en el cementerio Parque Mirador de Bellavista un puñado de personas se reunió para despedir a Lucía Vargas Farías, sanantonina de 68 años que falleció de covid-19, exfuncionaria del hospital Claudio Vicuña de San Antonio, cuya muerte fue un golpe durísimo para su familia.
Todo el dolor de esta historia había comenzado semanas antes, el 18 de junio, cuando el auxiliar de servicio del hospital José Manríquez (63) dio positivo para covid-19 y tuvo que internarse en una residencia sanitaria. Claro que a esas alturas ya era tarde para su esposa que fue contagiada de la enfermedad que finalmente le quitó la vida.
Inmenso dolor
Con el alma desgarrada por la pérdida irreparable, Sebastián Manríquez, hijo de ambos, relató a Diario El Líder que su familia está destrozada "porque cuando mi papá dio positivo se fue a una residencia sanitaria y cumplió su cuarentena, hizo todo para enfrentar su recuperación pero el primer golpe fue que el 30 de junio se enteró que no le renovarían el contrato a honorarios que tenía con el hospital, a pesar de estar con licencia todavía. Eso lo echó abajo anímicamente, pero sobre todo fue un golpe muy duro para mi mamita que simplemente no pudo recuperarse, ni resignarse a la idea de que mi papá perdiera el trabajo".
Don José aún no es capaz de articular palabras para describir el dolor que lo agobia, ya que se siente culpable de la muerte de su esposa y además sufre la cruel cesantía que lo golpea a sus 63 años.
Sobre los desafortunados acontecimientos que han golpeado a su familia, Sebastián Manríquez cuenta que "como se fueron dando las cosas fue terrible. Mi papá se contagió, contagió a mi mamá y, de ahí, cuando se recupera, volvió al trabajo y le avisan que no le van a renovar el contrato. En eso yo tenía la oportunidad de irme a trabajar al sur pero quedó mi hija de nueve años sola porque con mi mamá la cuidamos y con todo esto yo me tuve que quedar".
Añadió que "ahora estamos sin trabajo, con mi papá que no hay cómo levantarlo de la depresión que tiene porque se siente culpable de lo que pasó. Lo que más necesita mi papá en estos momentos es ayuda sicológica porque sabe que con 63 años, en medio de una pandemia, no va a encontrar trabajo".
Según este hijo de 29 años, sobre quien pesa ahora la responsabilidad de mantener a flote a su familia, "todo empezó a derrumbarse cuando se supo que mi papá no seguiría trabajando. Hasta ahí mis viejos estaban tranquilos porque le habían dicho que no se preocupe, que se recuperara y que después podía volver tranquilamente a su trabajo. Pero llegó el 30 de junio y le dijeron que no seguía. Ahí mi mamá ya se fue a pique y no pudo recuperarse. En el mismo tiempo mi papá empezó a echarse la culpa de todo lo que estaba pasando y ahora no sé, de verdad no sé cómo hacerlo para darle ánimo y que siga adelante".
A la deriva
Hay una pausa de dolor en la conversación con este hombre que se esfuerza por marcar sus ideas, por dejar claro el curso de los hechos. Y es comprensible porque apenas han pasado un par de días desde que tuvo que despedir a su madre, quien falleció agobiada por la tristeza del desempleo, golpeada por una enfermedad inmisericorde que apaga miles de vidas.
"Cuando fui a hablar con las enfermeras me dijeron que habían tenido que ocupar el cupo, que no había ninguna posibilidad de trabajo, y después a los gremios les habrían dicho que él estaba mal evaluado. Mi papá trabajaba a honorarios y cuando se venció el contrato, a fines de junio, simplemente no le renovaron a pesar de todo lo que se ha dicho que apoyarían a los trabajadores sanitarios. A partir de ahí dejaron a nuestra familia a la deriva".
Y en la calle Esperanza de la población 30 de Marzo el cielo despejado de julio le da un tono primaveral al paisaje que contrasta con el dolor inenarrable de don José Manríquez, el hombre que perdió a su compañera de la vida y que ahora de la mano de su hijo Sebastián y su nieta Fernanda busca la fuerza para seguir adelante.
Esperanza es justo lo que falta en la calle del mismo nombre.
"Lo que más necesita mi papá en estos momentos es ayuda sicológica porque sabe que con 63 años, en medio de una pandemia, no va a encontrar trabajo",
Sebastián Manríquez