El sueño a fuego lento que levanta una esforzada emprendedora
Desde muy joven Paula Saldia quiso estudiar gastronomía, pero algunos obstáculos la alejaron de ese anhelo. Hasta que un día, la necesidad la llevó a transformar su talento en una tabla de salvación para ella y su familia.
Paula Saldia Torres (35) recuerda perfecto la génesis de "Vida Mía", el emprendimiento familiar donde vende pan y dulces caseros. Su esposo estaba trabajando por la temporada en el mall local y ella cuidando a su hija Josefa. "El sueldo que él tenía nos alcanzaba para lo justo y me tuve que poner a hacer pan para nosotros, porque no teníamos para comprar para la once. 'Pucha -pensé-, si hay harina y otros ingredientes, voy a hacerlo yo'".
Paula se guió por una receta de la abuela de su esposo y, luego, comenzó a experimentar. "Decidí cambiar la harina blanca por integral, sin conocimiento alguno, porque no sabía nada de panadería. Resultó muy bien, quedó muy rico y blandito, y mi esposo quedó sorprendido. Siempre me ha gustado la cocina, pero nunca había hecho pan".
En las once fantaseaban con comenzar un emprendimiento panadero, pero no lo concretaban. Hasta que un día la necesidad la motivó a dar el gran salto. "Un viernes en la tarde me dije 'ya, voy a ofrecer pan a quien sea, necesito plata que me alcance para comprar para el almuerzo y la once, con eso es suficiente, no necesito más, no quiero hacerme millonaria'", recuerda.
Le pidió a su hermana que ofreciera en su trabajo, y ella, por su parte, lo hizo con otros conocidos. "Resulta que les gustó y a la semana siguiente me volvieron a pedir y a la siguiente de nuevo. Y así, hasta el día de hoy no he parado de hacer pan", manifiesta.
-¿Cómo fueron esos primeros meses?
-Se me hacía muy difícil. Partí con un horno eléctrico que nos habían regalado para el matrimonio, donde caben seis pancitos. Pasaba todo el día horneando, estaba sola con mi hijita chiquita, no podía hacer nada más. Tenía la casa tirada, no podía hacer aseo, y llegaba un momento que puro lloraba, gritaba, porque quería seguir. Me estaba dando cuenta que me gustaba lo que hacía y nos estaba yendo bien, era una entrada que estaba cumpliendo el propósito que buscaba, entonces no quería parar.
Y no se detuvo. Rendirse ante la adversidad nunca fue una opción para ella, ni siquiera cuando más joven.
Sueño interrumpido
A Paula desde niña le apasiona la cocina. "Por necesidad, tuve que aprender a hacer arroz a los 10 años, porque mis papás se separaron. Mi mamá empezó a trabajar, nos quedamos solos con mis hermanos y ella obligatoriamente nos tuvo que enseñar a cocinar. De ahí que nunca más paré de estar en la cocina. Me encanta".
Por eso, siempre soñó con estudiar gastronomía. A los 19 años, parecía que ese anhelo se volvería realidad. "Entré a estudiar gastronomía internacional y me tuve que salir. Solo alcancé a estar un semestre porque mi padrastro se enfermó de cáncer a la médula y él me iba a pagar la carrera, porque mi papá no quiso. Me tuve que devolver de Viña (del Mar) porque la cosa estaba mala en mi casa. Mi papi no podía trabajar, estaba en cama, súper mal, y mi mamá lo cuidaba, mi hermana tenía a mi sobrina bebé, mi hermano estudiaba y necesitábamos urgente alguien que llevara plata a la casa".
Con los bolsillos vacíos, Paula y su hermana mayor, Jessica, se las ingeniaron para sostener a la familia. "Inventamos unas brochetas, de esas que van con un mensajito 'te amo', 'te extraño', y salíamos como vendedoras ambulantes desde la casa, pidiendo por favor al micrero que nos llevase por 50 pesos a San Antonio para vender cuarenta brochetas, que significaban cuatro mil pesos. Llegábamos a la casa, le pasábamos a mi mamá la plata para el almuerzo, otro poco era para materiales y de nuevo a hacer brochetas para volver a salir al otro día".
Cuando ahorraron un poco, imprimieron sus currículos y salieron a buscar trabajo. "Nos emperifollábamos para salir como corresponde. Nos íbamos caminando hasta Llolleo o hasta San Antonio, y de vuelta caminando también hasta Alto Mirador, literalmente dejábamos los pies en la calle. Estábamos dispuesta a hacer cualquier cosa, nos daba lo mismo limpiar baños, necesitábamos llevar plata a la casa ", rememora.
-¿Y en qué encontraron trabajo?
-Fuimos a dejar nuestro currículo a Vía Roca, un restaurante que estaba en Llolleo. Tenía puesto que había alcanzado a estudiar un poco de gastronomía y a la administradora le pareció espectacular, porque necesitaba a alguien para la cocina. Nos contrataron y al día siguiente empezamos a trabajar las dos en la cocina.
Espíritu servicial
Al poco tiempo, solicitó convertirse en garzona. "Me enteré que los garzones ganan más por la propina y le pedí que me sacara al salón. Me cambiaron y de ahí no paré. Estuve 10 años garzoneando, me encantaba y hasta el día de hoy me gusta servirle a la gente".
Tras esto, trabajó en restaurantes de Santa María del Mar y Las Brisas, donde perfeccionó su vocación de servicio. "En el trabajo era feliz y los clientes siempre estaban agradecidos. Me decían 'usted que es simpática'".
"Me gusta mucho servir. En el trabajo lo hice por 10 años y también lo hago en mi iglesia. Con mi esposo somos cristianos y siempre hemos estado al servicio de los demás. Si hay que preparar un almuerzo o un desayuno, ahí estamos. Mi mamá es así, es la que trae el servicio en la sangre. De ella aprendí el compartir, ser cordial, educada y estar pendiente de lo que necesitan los otros. Es algo que no puedo evitar", confiesa.
Cambio de ciudad
Paula no siempre fue de la provincia de San Antonio, pero habla con más orgullo de estas tierras que muchos de los nacidos acá. Llegó a vivir a San Sebastián cuando tenía 11 años, una idea que no le encantó. "Fue difícil, era chica y venía con una madeja de emociones revueltas por todo lo que nos había tocado vivir con mi papá, porque no fue un tema simple la separación de mis padres. Más encima me dijeron que tenía que cambiarme de colegio, que ya no iba a ver a los amigos que tenía, y creo que eso te afecta a cualquier edad".
La emprendedora reconoce que "llegué con muy mala disposición, no quería nada con nadie, pero uno se adapta rápido. Me acostumbré a la costa, tanto así que si me preguntas si me iría a Santiago, digo 'no, por nada del mundo volvería, yo amo a San Antonio y me siento como si hubiese nacido aquí'".
-¿Por qué prefieres San Antonio?
-La calma y el aire que respiramos acá no lo cambio, y ahora que soy mamá pienso en mi hija también. Hay gente que opina que es fome, que tiene no sé cuánto porcentaje de cesantía, pero yo paso por alto esas cosas porque creo en la bendición de Dios y que cualquier cosa que pueda hacer o emprender Él va a estar conmigo, esté en San Antonio, en una ciudad muy rica o en una muy pobre. Lo que tengo acá no lo cambio, ni la gente, ni el aire, ni el clima.
Gran sueño
Actualmente, Paula trabaja con su marido en el emprendimiento. Él hace el pan y ella las preparaciones dulces, como mermeladas, chilenitos y alfajores. Mientras realizan cada producto de manera totalmente artesanal, ambos construyen una nueva ilusión.
"Mi sueño es tener un café. Ese sueño partió con mi mamá y se lo traspasamos a mi esposo, cuando empezamos a pololear. Él también es súper servicial, la gente lo conoce por eso, y por lo mismo le transmití este sueño de servicio y de negocio", manifiesta.
No solo los sueños de la familia están ligados al negocio. "Se llama 'Vida Mía' porque nosotros nos decimos vida. Yo quería que hablara de nosotros y ahí se me ocurrió el nombre y al tiempo pensé en ese eslogan, "Sabor a familia", porque todo lo que hacemos es casero, habla de nosotros y dice lo que somos, que es ser serviciales".
"´Y aunque tu principio haya sido pequeño, tu postrer (último) estado será muy grande' -recita Paula-. Ese es un versículo de la Biblia, y para nosotros es un pilar fundamental lo que dice la palabra de Dios. Con mi esposo nos estamos afirmando de esta palabra, la estamos creyendo para 'Vida Mía'. Esto es lo que nos está moviendo a creer todos los días que terminaremos viendo nuestra cafetería", expresa con toda la fe la joven emprendedora.
"(Al principio) se me hacía muy difícil. Partí con un horno eléctrico que nos habían regalado para el matrimonio, donde caben seis pancitos",
Paula Saldia
"Me enteré que los garzones ganan más por la propina y le pedí que me sacara al salón. Me cambiaron y de ahí no paré. Estuve 10 años garzoneando".