Cocina, arte y solidaridad: los ingredientes esenciales en la vida de Lorena Avendaño
La emprendedora y pintora local es la chef de "De mihuerta", un negocio donde vende colaciones saludables y que le permite ayudar a personas en situación de calle.
En 2017 Lorena Avendaño Tapia (53) retornó a su tierra natal: San Antonio. Tras tres años viviendo en Cusco, Perú, la artista plástica y cocinera regresó a Chile para reencontrarse con sus hijos. Volvía, como dice ella, sin un peso en los bolsillos, pero con un sueño creciendo en su ser.
"Cuando llegué hice una huerta, porque el jardín de mi casa era pura maleza. En vez de tener flores, decidí plantar y sobrevivir de lo que plantaba, porque no tenía plata poh y no tenía pega", dice riendo.
Entre los aromas de las especias que cultivaba, en Lorena se comenzó a enraizar una idea para ganarse la vida. "Me dije 'la comida es tan esencial para el ser humano y a mí me gusta la cocina, y ya hay gente que me conoce la mano, voy a poner un local de colaciones y a ver cómo me va'. Ahí empecé a trabajar en mi proyecto".
El año pasado concretó el plan. Bautizó a su sueño como "De Mihuerta" y hoy vende colaciones caseras y saludables en Casanova 60 (Llolleo), su casa y el lugar donde cultiva algunos de los ingredientes que le dan sabor a sus preparaciones.
-¿De dónde proviene su pasión por la cocina?
-Desde pequeñita pasaba con mi madre y mi abuela en la cocina, aprendiendo. Siempre me gustó conocer recetas y, de hecho, cuando estuve en Europa, a los 19 años, también aprendí algunos platos. Y justo tuve la suerte de que a Perú llegué a trabajar en un restaurante de un amigo de mi sobrino.
Lunes a lunes
Los años que Lorena vivió en Cusco, además de conocer los rincones de la ciudad imperial de los incas, se dedicó a laborar arduamente. "Trabajaba de lunes a lunes, desde las 8 de la mañana a las 12 del día en una empresa de turismo, donde hacía de guía y también transportaba pasajeros. Luego, desde el mediodía hasta las 10 u 11 de la noche estaba en el restaurante", recuerda.
"Tuve la suerte de que en el restaurante estuve administrando y así pude aprender más de lo que ya sabía. Me gustó la pega porque empecé a conocer la cocina de allá", expresa.
Pero estas no eran sus únicas ocupaciones. Lorena es técnico en bar internacional y "si el fin de semana había eventos en el restaurante yo iba a trabajar en las noches. Ese título me ha ayudado a moverme harto en la vida".
-¿Por qué trabajaba tanto?
-Por mis hijos. Antes de irme les había prometido que ellos irían a visitarme en las vacaciones y debía juntar para sus visitas. Pude ir con los dos a Machu Picchu. Tuve la suerte de estar cinco veces en Machu Picchu y conocer otros lugares mágicos gracias a mi trabajo en la agencia.
El regreso
Luego de esos intensos años en tierras peruanas, decidió emprender el regreso. "Tuve que dejar toda esa maravilla, porque los hijos tiran más, eran más importantes ellos", manifiesta la emprendedora.
Tiempo de pérdidas
El motivo que llevó a esta sanantonina a vivir en el país vecino fue la partida definitiva de su mamá. "Decidí irme a Perú porque sentí que aquí no tenía na' más que hacer y quería empezar todo en otro lado. Les pedí permiso a mis hijos, que en ese tiempo vivían con el papá, y me dejaron ir", cuenta.
Durante cerca de seis años, ella estuvo al cuidado de su madre, que tenía la enfermedad de Alzheimer y que finalmente falleció en octubre del 2013 a los 78 años de edad. Mientras su progenitora se iba desconectando del presente, Lorena veía esfumarse uno de sus proyectos de vida más importantes.
Años antes de que su mamá fuera diagnosticada, la emprendedora, apoyada por sus amigos más cercanos, levantó en su domicilio la Casa del Color, un taller dirigido para niños, jóvenes y adultos con capacidades diferentes. Allí Lorena, quien también es artista visual, hacía arte terapia.
"En ese lugar les hacíamos talleres de arte a niños, jóvenes y adultos, los llevábamos a pasear y hacíamos distintas actividades para integrarlos a la sociedad. Les abría las puertas de mi casa sin pensar en cobrar, solo quería darles un espacio", confiesa.
-¿De dónde viene esta sensibilidad hacia las personas con capacidades diferentes?
-Tuve familiares con discapacidad y por eso me acostumbré a convivir con personas en esta situación. Hace 10 años, como sociedad todavía le temíamos a la discapacidad, la gente se asustaba y había poca integración. Por eso se me ocurrió la idea, que primero empezó con talleres de arte itinerantes en las calles y plazas de la provincia y luego se convirtió en la Casa del Color.
-¿Cómo se financiaba ese proyecto?
-Nunca tuvimos ayuda. Yo hacía tallarinatas todos los meses para recolectar fondos y mantenerlo. Después de años, cuando nos hicimos conocidos, recibíamos donaciones de otras personas, pero nunca hubo una estabilidad económica, a puro ñeque mantuvimos la casa.
Cuando su mamá se agravó, debió enfocar todas sus energía en ella hasta que, recuerda, "llegó el momento en que tuve que internarla y para costearlo debí arrendar mi casa. Ahí se acabó el sueño de la mágica historia de la casa... Con harta tristeza tuve que cerrar", reconoce con pesar sobre el fin de la organización que mantuvo por casi ocho años.
Espíritu sensible
Para Lorena, su vocación social está íntimamente ligada con su faceta artística, que comenzó a desarrollar en su adolescencia, cuando tenía alrededor de 16 años. Según ella, su vocación por el arte y la pintura "se dio por la conexión que tengo con la tierra, la pacha (pachamama: madre naturaleza en quechua) , el universo, los colores. Tengo esa sensibilidad que viene del alma".
Esa sensibilidad se sigue manifestando hasta el día de hoy. Lorena ha continuado pintando y también ayudando a quienes lo necesitan.
"En la Navidad entrego comida en la noche a los indigentes desde hace hartos años. Preparo la comida e invito a los amigos solos, que a veces no tienen con quién cenar, y hacemos un recorrido por San Antonio repartiendo las cenas", comenta.
Nueva cruzada
Hace tres semanas comenzó otra iniciativa social. "En mi trabajo me queda comida y hablé con la Prefectura de Carabineros de San Antonio porque ellos tienen una comisión que sale todas las mañanas a tomarle la temperatura a los indigentes y entregarles un pack. Ahora ellos pasan por aquí todos los días y se llevan comida fresca para la gente".
Esta acción solidaria se da justo cuando su negocio recién comienza a repuntar. "En un principio las ventas bajaron. Antes estaba en casi 30 colaciones diarias y, con el tema de la cuarentena, la primera semana bajaron a 15. Ahora estoy recuperando las 20, lo que es buenísimo", expresa Lorena, a quien se le pueden encargar sus platos caseros al +56 9 9168 5822.
"Sobrevivimos a la cuarentena, lo hicimos bien, tomando las medidas y precauciones correspondientes... y seguimos sobreviviendo, porque nadie está libre de este bicharraco, pero hasta el momento estamos bien. Lo mejor de todo es que nuestra clientela nos llama y nos recomienda, y cada día estamos creciendo más, gracias a Dios, a la tierra, a la pacha que me dio de comer", finaliza agradecida la emprendedora desde su casa, el lugar donde sus ideas creativas y solidarias han comenzado.
"Siempre me gustó conocer recetas y, de hecho, cuando estuve en Europa, a los 19 años, también aprendí algunos platos",
Lorena Avendaño
"Tuve que dejar toda esa maravilla, porque los hijos tiran más, eran más importantes ellos",
Lorena Avendaño