Un alto funcionario de la Cancillería denuncia que durante su mandato Michelle Bachelet en compleja maniobra permite el ingreso de un millón de haitianos. En ese intringulis estuvo comprometida la PDI, autoridades del aeropuerto capitalino y funcionarios de La Moneda. Simultáneamente se desata una publicidad en todos los canales de TV en orden a brindar bienvenida a esta masa de inmigrantes disfrazados de turistas. Luego se convierten en residentes siendo medianamente tolerados por los criollos. Los pierde en esta ciudad su raza, poseer otro idioma y portar una mochila de pobreza y ausencia de especialización técnica. De atrás llegan dominicanos y el actual jefe del Estado desde Cúcuta invita a los venezolanos a residir en nuestra, supuestamente,, próspera república.

Hoy el desempleo en "la copia feliz del Edén" alcanza límites insospechados. El INE alude a 200 mil cesantes. La cifra apenas multiplicada por cinco personas dependientes de ese salario perdido suman un millón de personas cuya ausencia de trabajo convierten al país en polvorín. Las empresas intentan resistir el quiebre de la economía recurriendo a los despidos y otras cierran sus puertas. El Poder Ejecutivo trata de evitar una eventual revuelta social equivalente a la octubre acentuada por la pandemia mediante bonos en dinero y reparto de viveres. Las pocas vacantes laborales suelen ocuparlas los migrantes otros se apoderan de predios y levantan chavolas -es decir, campamentos- lo cual contribuye a una malsana hinchazón demográfica de la capital ensanchando la franja de miseria que nos rodea.

El país exige embalses y plantas desalizadoras. Ambas empresas requieren mano de obra. Si en el extranjero hay tanto interés por venir a residir aquí deben funcionar oficinas de reclutadores de operarios, técnicos e ingenieros adscritos a nuestros consulados. Deben revisarse sus antecedentes, anotar especialidades, notificandoles del monto salarial y de la labor que el Estado les encomendaría. Esa ola de inmigrantes sin pié ni cabeza en que se mezclan personas privadas de oficio, inválidos, delincuentes, familias sin jefe de hogar son una carga. Terminan exigiendo a municipios y al Estado opciones laborales, vivienda y otros recursos que sabemos escasos. Otros instalan peluquerías, restoranes o negocios callejeros. Lo cierto es que no los necesitamos. Nos acusan de poco hospitalarios e incluso de "racistas". Preguntaría a quienes nos critican ¿A cuántos migrantes alojan y hospedan en sus mansiones?

Profesor Pedro Godoy

Centro de Estudios Chilenos, CEDECH

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