La conocida peluquera que se hizo escultora en medio de la pandemia
Soledad Astorga es presidenta de la junta de vecinos de Villa Holanda, en el cerro Bellavista, y durante 27 años fue la estilista del barrio, hasta que la crisis del coronavirus la convirtió en la creadora de un ejército de maceteros.
El encierro de la cuarentena y la angustia por el obligado distanciamiento social golpearon de manera distinta a cada persona en los meses más duros de este atribulado 2020. En cada casa, en cada familia, en cada persona, la procesión del confinamiento se vivió de manera diversa y fue así como la severidad de las horas de encierro dejó su huella.
Y en algunos casos esas marcas se transformaron en un escape de creatividad, con formas y colores que en cada pliegue y en cada matiz albergaron para siempre las horas tristes, pero también inspiradoras del año de la pandemia.
Así lo vivió al menos la dirigenta Soledad Astorga Figueroa, presidenta de la junta de vecinas de Villa Holanda, para quien el encierro obligado por la pandemia se transformó en una oportunidad de canalizar sus habilidades manuales, su creatividad y también su sensibilidad, lo que se plasmó en creaciones que surgieron de sus propios desechos, ropas viejas y cachureos que ocupaban el patio de su casa.
Floreros
Según cuenta esta querida vecina de la parte alta del cerro Bellavista, comenzó "a trabajar con esa conocida técnica del globo y unos tubos de cartón con cemento y de pronto sentí que tenía que hacer algo más, pero no sabía qué más hacer. Estaban ahí todos esos bidones que tenía en el patio y de pronto pensé en forrar esos bidones y darles vida y hacer unos floreros".
No sabía que en esa decisión tomada en un momento de soledad y de angustia por la emergencia sanitaria estaba surgiendo una veta desconocida que terminaría por dar forma a una serie de creaciones que vistas en perspectivas se asemejan a un ejército de coloridos monjes y monjas que sirven para decorar con flores.
"Siempre he sido buena para las manualidades, pintaba las bolsas, me gusta bordar, trabajaba con cerámica en frío y todo eso, pero nunca me había atrevido a hacer algo más grande, diseñar o fabricar otro tipo de piezas", comenta.
El llanto hecho arte
Y fue en las largas, a veces tristes, pero sobre todo solitarias tardes del invierno donde esta peluquera de barrio encontró la inspiración. Fue probablemente en alguna de esas oscuras y vacías horas de la cuarentena cuando el cemento dio forma a la tela que envolvió al plástico, y esa forma se llenó más tarde de color para convertirse en alguna de las piezas que esta sanantonina ahora tanto atesora.
De acuerdo al testimonio de esta poco convencional artista autodidacta que protagoniza esta historia, en la soledad del taller en que se convirtió su patio, a veces "lloraba haciendo estas cosas, haber trabajado durante 27 años en peluquería y de pronto viene toda esta pandemia, con el encierro, sin poder verse o juntarse con otras personas. Todo eso me llevó a pensar en hacer alguna cosa, en ocupar el tiempo y darle forma a los materiales y las cosas que tenía abandonadas en el patio de mi casa".
Proceso de cambio
Para esta mujer, madre de dos hijas, "fue todo un proceso de creación muy personal, muy intenso porque muchas veces cuando estaba haciendo el cemento y estaba impregnado la ropa y las prendas que le dan forma a estas creaciones, me ponía a llorar y me caían las lágrimas por la angustia, por la pena que uno sintió por todo lo que estaba pasando".
"Entonces muchas de estas pequeñas esculturas no solamente tienen la ropa reciclada, los bidones y el cemento que les dan forma, también tienen mis lágrimas, la pena que sentía en ese momento", asegura.
Familia
La sicóloga Paulina Santander Astorga, de 35 años y su hermana abogada Sigrid Santander Astorga son las hijas de Soledad, la peluquera del barrio que se transformó en escultora en medio de la pandemia.
Ambas se opusieron a que su madre siguiera trabajando con gente porque para ellas la salud estaba antes que los ingresos que su labor de estilista le generaban. Fue así como Soledad comenzó a trabajar tímidamente con algunos tubos de cartón y algunas telas que paulatinamente y con harta dedicación se fueron transformando en los coloridos floreros y maceteros de la peluquera.
"Los pinto con spray. Yo misma voy eligiendo los matices y busco los colores que a mí me gustan. Cuando estoy trabajando con algún chaleco, por ejemplo, le pongo las manos como si estuvieran rezando, o como si se las llevaran a la cara. Después, cuando el cemento se seca, elijo los colores y los adorno también con cerámica en frío, que son las flores, las hojas, todos los adornos que se ven encima del trabajo con cemento", explica Soledad mientras mira con cariño cada una de sus particulares creaciones.
Para navidad
Aunque se trata de trabajos que tuvieron hasta cierto punto una función terapéutica, aprovechando la Feria Navideña de su barrio, en la calle Litoral de la Villa Holanda, Soledad planea vender algunos de sus floreros que, según el trabajo y tamaño, pueden tener un valor máximo de doce mil pesos.
Según esta peluquera que encontró en la ropa vieja, los bidones y el cemento una oportunidad para plasmar su talento "con todo se puede hacer una pequeña obra. Con un plástico, un pedazo de madera o alguna prenda vieja se puede llegar a una obra distinta. Todo se guarda en el corazón, en el cariño que uno lo pone al trabajo que está haciendo, pero sobre todo a los sentimientos, porque en cada uno de estos monjecitos míos hay un momento, una parte de lo que pasó este año con todo el encierro".
Con certeza sobre sus particulares obras, afirma que "cada uno de estos artículos tiene un proceso. No es trabajo de un solo día porque cuando uno baña la ropa en cemento, después tiene que esperar que se seque y, cuando se seca, hay que sacar las imperfecciones. Después de eso hay que elegir los colores, buscar el movimiento a través del proceso creativo, y con los colores que uno elige hay que darles vida".
Lo dice y sonríe. Y la sonrisa de Soledad Astorga Figueroa se funde con los colores y con las flores, con la cerámica en frío y la pintura, con las lágrimas y con el cemento, con la vida y con la alegría que esta mujer fue capaz de encontrar en medio de las horas más tristes de la pandemia que sigue asustando al mundo entero.
Sonríe Soledad y con ella sonríen los monjes y las monjas del colorido ejército de floreros y maceteros que nacieron de los desechos del patio de su casa en las horas más solitarias de la cuarentena.
"Siempre he sido buena para las manualidades, pintaba las bolsas, me gusta bordar, trabajaba con cerámica en frío y todo eso, pero nunca me había atrevido a hacer algo más grande",
Soledad Astorga
"Con todo se puede hacer una pequeña obra. Con un plástico, un pedazo de madera o alguna prenda vieja se puede llegar a una obra distinta",
Soledad Astorga
"En cada uno de estos monjecitos hay un momento, una parte de lo que pasó este año con todo el encierro",
Soledad Astorga