El organillero que recorre el Litoral Central encantando con su arte
Todos los veranos Guillermo Trujillo deja su hogar en el norte para trasladarse hasta El Quisco. "Es sacrificado, pero al ver la cara de felicidad de los niños cuando me ven pasar, uno se olvida de todo", confiesa.
Cuando Guillermo Trujillo (60) vio por primera vez un organillo, de inmediato sintió curiosidad por saber un poco más sobre este instrumento musical. Rápidamente aprendió a tocarlo y apenas pudo se unió a su cuñado.
"Mi cuñado es el dueño de los organillos, y cuando conoció a mi hermana, nosotros fuimos aprendiendo a tocarlos. Gracias a él tenemos este trabajo tan bonito", cuenta el artista mientras toma un pequeño descanso en su recorrido matinal por las calles de El Quisco.
Todos los veranos, este vecino de la ciudad de Copiapó, en la Región de Atacama, deja su hogar y su trabajo en la construcción para trasladarse junto a su familia hasta el Litoral Central, donde recorre los distintos balnearios con un solo objetivo: "que este arte jamás desaparezca".
Una tradición
"Hace 25 años que vengo a El Quisco a trabajar todos los veranos. De ahí vamos visitando otras playas como El Tabo, Isla Negra. Yo soy el que recorre las calles con el organillo y mi cuñado se instala todos los días en la esquina del Unimarc (de El Quisco), también con un organillo y con dos loritos debidamente inscritos: 'Matías' y 'Yuma'. Mi hermana también lo ayuda", relata.
Recorrer las calles tocando este instrumento es un trabajo agotador, que requiere de un buen estado físico. Así lo reconoce Guillermo, pero a pesar de todo, asegura que el cansancio se acaba cuando "uno ve la cara de felicidad de los niños al escuchar las distintas melodías que voy tocando".
"Cuando se acercan, yo les explico cómo funciona el organillo y los dejo tocar. Eso los pone muy contentos y a mí también porque con esto nosotros estamos entregando alegría y dando a conocer una tradición tan antigua", reconoce.
"Es cierto que los niños de ahora son distintos, mucho más curiosos, pero la recepción sigue siendo buena. Los adultos también se acercan porque la música los hace recordar su infancia", añade.
En estos años de trabajo, Guillermo no solo ha visitado la Quinta Región, también ha estado en algunas ciudades nortinas como Vallenar y Chañaral. "Hemos recorrido varias ciudades con el organillo. Esa es la idea que en todos lados conozcan lo que hacemos porque esta tradición no se puede terminar".
Familia
No cabe duda que la familia de este trabajador lleva la música en las venas. Diego (25), uno de sus hijos, también aprendió este arte callejero y hoy lo acompañaba cada vez que puede.
Guillermo no logra esconder su orgullo cada vez que habla de su familia. "Sé que mi hijo seguirá adelante con los organillos porque este oficio no se puede terminar. Él empezó en esto hace seis años y también le gusta mucho. Afortunadamente en la familia hay varios que lo tocan y serán ellos los encargados de hacer que ese arte no se acabe nunca porque eso es lo que queremos".
Bonito oficio
"Este es un trabajo muy bonito. La gente nos trata bien cuando andamos en las calles. Tengo unos sobrinos que tocan el chin chin (chinchineros) y son súper buenos también. Mi cuñado y mi hermano han estado en Francia, Italia y Alemania, y en el 2014 salimos elegidos como el mejor organillero en la comuna de Padre Hurtado", enfatiza.
Estos logros enorgullecen a Guillermo y le dan fuerza pasar seguir adelante en una época donde la pandemia está presente a cada momento. "Ha estado lento por el tema del coronavirus, pero hay que seguir nomás mientras se pueda".
"No me puedo quejar porque además de tocar el organillo vendo algunos productos como burbujas, remolinos, y los niños salen de sus casas para comprarme ya que muchos ya conocen mi recorrido por lo que me esperan felices", indica.
Historia
En el 2013, la Corporación Cultural de Organilleros de Chile fue reconocida como "Tesoro Humano Vivo" por el Consejo de la Cultura, mientras que desde diciembre de 2017 este oficio fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Los primeros organilleros llegaron al país, principalmente a ciudades portuarias como Valparaíso y Talcahuano en el siglo XIX. La mayoría provenía de Italia y Alemania.
-¿La recepción de la gente sigue siendo buena?
-Claro que sí. Es sacrificado desarrollar este oficio, pero al ver la cara de felicidad de los niños cuando me ven pasar, uno se olvida de todo. Mientras tenga salud seguiré adelante porque ser organillero es una de las cosas que más me gusta.
"Hace 25 años nos ubicamos en la esquina del Unimarc con nuestros organillos y los niños siempre se acercan a ver el lorito y a escuchar la música. Sus mamás les toman fotos y ellos se van tan contentos. Con eso nosotros quedamos felices porque nos damos cuenta de que a pesar del tiempo, a los niños les sigue gustando este arte", asegura Trujillo, quien terminado el verano volverá a Copiapó con la esperanza de regresar una vez más al Litoral Central que tanto lo atrae.
"Es cierto que los niños de ahora son distintos, mucho más curiosos, pero la recepción sigue siendo buena. Los adultos también se acercan porque la música los hace recordar su infancia",
Jaime Trujillo
"Hemos recorrido varias ciudades con el organillo. Esa es la idea que en todos lados conozcan lo que hacemos porque esta tradición no se puede terminar",
Jaime Trujillo