La vida frente al mar de un aventurero sanantonino que se enamoró en Grecia
Carlos Vergara lleva 36 años en Glyfada, cerca de Atenas, donde trabaja como profesor de castellano. Aunque no volvería a vivir a Chile, aprovecha cada tarde para ir a la playa y sentirse más cerca de su ciudad natal.
Carlos Vergara aún tiene grabado en su memoria el primer día que estuvo en Grecia. En pleno invierno chileno partió, junto a dos vecinos, en uno de los tres vuelos semanales que en esa época se dirigían al país mediterráneo. Carlos tenía 24 años y la esperanza de construir un futuro mejor.
"Salías con la intención de juntar un capital y volver, porque en aquella época en San Antonio la idea era comprarse un auto y hacerlo colectivo. La fuente laboral era buena, porque si andabas embarcado tenías seguro la comida y el alojamiento, entonces recibías tu sueldo entero para juntarlo", cuenta.
Tras 24 horas de vuelo, aterrizó en Atenas y desde ahí se dirigió a El Pireo, el puerto donde esperaba encontrar trabajo como marino mercante. "Cuando llegué era verano y había 38 grados en la noche, un aire seco, caliente (…). Eran las tres de la mañana, no había hotel y nos quedamos a dormir en una plaza en Pireo. Había muchos turistas, yo los veía pasar con sus mochilas porque no podía dormir con ese calor", recuerda Carlos, mientras vive otra tarde con 38 grados de calor en Grecia.
Cuando comenzó a salir el sol, a las 5 de la mañana, recibió una grata sorpresa. "Nos fuimos a tomar un café y en el camino nos encontramos con todos los chilenos, con muchos sanantoninos. ¡Era como haber estado en San Antonio!", afirma.
Nostalgia
Tras algunas semanas buscando trabajo, encontró uno como aceitero en las máquinas de un buque y partió rumbo a los puertos más transitados de Europa, Asia y África.
- ¿Había trabajado en barcos antes?
-No, nada. Ninguno de los jóvenes teníamos experiencia. Fue como si nos hubieran abierto la puerta del avión, nos pusieron el paracaídas y ahora a volar. No tenía ninguna experiencia, pero aprendí mucho de los griegos, ellos no temen, son como 'no te preocupes, haciendo la embarrada se aprende'. Eso tiene un poco de sentido, por ejemplo, ahora en la casa yo arreglo todo y eso lo aprendí aquí.
Mientras descubría el funcionamiento de las máquinas, se enfrentó, además, a un mundo de nuevas emociones. "Todos los chiquillos vivimos muchas experiencias. Muchos sufrimos, porque en aquella época éramos muy apegados a la casa, a diferencia de los europeos que son más fríos y a los 18 se independizaban".
En altamar, a Carlos lo invadía la nostalgia, pero cuando desembarcaba en El Pireo volvía a reencontrarse con un pedacito de su tierra. "Nos ayudó que vimos a muchos sanantoninos acá, amigos y conocidos, y eso nos dio fuerza (…). El fin de semana nos íbamos a tomar un café en Pasalimani (sector de El Pireo) y desde allí veíamos los aviones y con nostalgia nos preguntábamos cuándo sería el día que me suba al avión y regrese a San Antonio".
Encuentro decisivo
Tras un par de años en Europa, Carlos retornó a San Antonio, pero duró poco en este lado del charco. "Ya me había picado el bichito de estar afuera y era difícil. Yo fui, me quedé dos años en San Antonio y después volví", expresa desde la terraza de su departamento en Glyfada, una ciudad costera a 15 kilómetros de Atenas.
El sanantonino, oriundo del cerro Arena, partió nuevamente a Grecia, ahora con una especial misión. El segundo esposo de su abuela paterna era de origen griego y una de sus primas le pidió contactarse con una prima de allá y conocer el pueblo de su abuelo.
Pasó cerca de un año antes de que él cumpliera su promesa, pero cuando lo hizo su vida no volvió a ser la misma. Tras contactarse con Heleni Sakellari (la prima de su prima) por cartas, las que escribió y leyó con apoyo de amigos y escribas, ella lo invitó a pasar la fiesta de Semana Santa con su familia en el pueblo.
"Acepté, me llevé mis cosas del hotel y lo pasamos bonito, tengo hasta fotos de eso. Conocí a los familiares de allá y cuando regresamos me quedé en la casa de ella y de ahí me empecé a quedar hasta el día de hoy. Han pasado 36 años con la señora Heleni", detalla.
Entre risas y aún con una pizca de asombro, cuenta que "la señora Heleni me botó las maletas. Ya había pasado un tiempo, yo venía regresando a casa y veo unas maletas como las mías en la basura. ¡Qué coincidencia!, pensé, y cuando llegó me dice 'no, son tus maletas, están muy viejas, para qué las quieres'. Me quedé sin maletas, esperando comprarme unas nuevas para irme, pero no me las compré nunca".
Profesor
Ya en tierra firme, Carlos continuó trabajando por algunos años como mecánico de barcos en los astilleros. "Se ganaba muy buen dinero. Después vino la crisis porque la tecnología cambió y, como dicen los griegos, la tecnología avanza, pero corta las manos. Muchos que nos quedamos acá comenzamos a buscar otros rubros".
En ese momento, él decidió convertir su lengua materna en su herramienta de trabajo. "Hice unos seminarios y comencé a hacer clases de español. Los griegos son muy buenos para aprender lenguas y yo los preparo para sacar el diploma, voy a sus casas y les hago clases privadas".
"Tengo muchos alumnos, le he hecho clases a hijos de políticos, senadores. He ido a bodas de alumnas. He hecho clases a niños de 6 hasta de 45 años", cuenta sobre su experiencia como profesor, labor que ejerce desde principios de los años 90.
-¿Y para usted cómo fue aprender griego?
-Me ayudó mucho mi esposa. Íbamos al cine, daban las películas en inglés y los subtítulos estaban en griego y de a poco comencé a aprender. De tanto ir al cine y conversar con ella, empezó a juntarse todo en mi cabeza y llega un momento en que lo que has almacenado adentro lo sacas. No me di ni cuenta cuando estaba hablando griego.
Momentos difíciles
Con cerca de 40 años en Grecia, él sigue extrañando los sabores de los platos chilenos. "Lo que añoro es comer pescado frito. También la ensalada de penca, el congrio, el caldillo, el jurel, que es el salmón del pobre", manifiesta sonriendo.
Pero sus añoranzas trascienden el terreno de la comida y, como todos los migrantes, muchas veces le ha tocado perderse momentos significativos de su vida y de su familia. "Cuando fui la última vez, fui a ver a mi mamita porque estaba malita. Ella falleció a los 10 días de nuestro regreso a Grecia, eso fue en el 2015", revela.
"Esa es la parte que se paga de todo esto, es la parte dura, porque uno quiere estar presente, pero no puede. Gracias a Dios ahora tenemos la tecnología que nos permite un contacto más cercano. Es fuerte y duro, porque uno va creciendo, se va poniendo mayor... El último día antes de viajar de regreso mi mamá me dice 'Carlos, cuida a tus hijas, a tu esposa...' y tú sabes que son las últimas palabras y que ya no la vas a escuchar más, es muy fuerte", expresa.
Minutos de fama
Hace algunas semanas Carlos fue uno de los cuatro compatriotas protagonistas del programa "Siempre hay un chileno" de Canal 13, donde mostró algunos rincones de Atenas, como el famoso Pasalimani donde se juntaba con otros chilenos, y de su actual ciudad. Incluso, tuvo tiempo para hacer algunos pasos de bailes griegos, demostrando su amor por este país.
"Me gustó Grecia por el clima, en el norte de Europa es más frío, se anochece más temprano. También me gustó la comida. Además, aquí te encuentras en casa en cierto sentido, por los gustos, aquí se sale mucho", sostiene.
- ¿Cómo lo contactaron del programa?
-Un día llamé a Elvis, que también sale en el episodio, y le recomendé el programa y le gustó. Y él los contactó y les dijo que vinieran. Después de una semana vinieron, fue en octubre del año pasado y todo fue muy rápido porque se venía el covid y estaban cerrando muchas fronteras en Europa. El capítulo lo vieron muchos amigos de San Antonio, se pasaban el dato uno a otro. Fui el único sanantonino que saqué la cara.
Aunque en el programa "Siempre hay un chileno", que finaliza con la pregunta ¿volverías a Chile?, Carlos contestó que solo de visita, él siempre busca mantener un vínculo con estas tierras. De hecho, en cuanto pudo se trasladó desde Atenas a la ciudad costera de Glyfada.
"Me cambié para sentir el mar cerca, para sentir San Antonio cerca, por eso quiero estar siempre cerca del mar, no podría estar lejos. Cuando escucho las gaviotas ¡Uuuh, Dios mío!, ¡es como viajar a San Antonio!", exclama con emoción Carlos, antes de partir a la playa junto a su amada Heleni, para capear el calor y reconectarse con su primer hogar.