El misterio del fotógrafo que se alejó del mundo
Para fichar en Magnum, Sergio Larraín (1931-2012) apuntó con su cámara a un capo de la mafia siciliana. Después de ese vértigo, sus fotos se publicaron en todo el mundo. Hoy su sobrina, Catalina Mena, cuenta su historia.
Por Valeria Barahona
En la casa de Sergio Larraín estuvo el Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda ("Canto general"). Su papá fue Premio Nacional de Arquitectura y doctor "honoris causa" de la Pontificia Universidad Católica. Fue amigo de Violeta Parra ("Las últimas composiciones") y Adolfo Couve ("Cuando pienso en mi falta de cabeza"), pero "en sus últimos años parecía un mendigo", escribe su sobrina, Catalina Mena autora del libro "Sergio Larraín, la foto perdida", publicado por Ediciones Universidad Diego Portales (UDP).
Larraín fue el primer fotógrafo chileno fichado por la agencia Magnum, firma que hasta hoy vende sus fotos a prestigiosas publicaciones internacionales como The New York Times y revista Life. Hasta allá, en París, Larraín llegó gracias a fotografías de niños que vivían en la calle, hechas para una campaña del Hogar de Cristo y Fundación Mi Casa, cuando la pobreza en Chile era a pies descalzos, a mediados del siglo XX. Además, le pidieron una misión casi imposible: retratar a un mafioso que ni siquiera sabía dónde vivía. Y lo logró. No sólo eso: comió pasta con él y lo vio dormir una siesta con una imagen de un Cristo velándole el sueño. (Ver adelanto del libro).
La vida en Magnum fue breve. La vorágine del periodismo a Larraín no le acomodaba. Pronto afirmó "no puedo seguir adaptándome". Según Catalina Mena, el fotógrafo confesó también que ya le había probado a su "padre que podía ser exitoso". Décadas más tarde, la estrella de la fotografía daba talleres gratis en el Valle del Limarí, tenía una ermita cerca de la frontera y practicaba la meditación y la austeridad.
-Además de tu libro, hace poco se estrenó el documental "Sergio Larraín: el instante eterno", de Sebastián Moreno. ¿Por qué crees que Larraín cautiva hoy?
-Estamos en un momento en que la gente se está cuestionando harto el sistema de vida, menos engrupida con la carrera profesional, con ciertas maneras de vivir, y Sergio Larraín pone un modelo más alternativo de vida.
-"Sergio Larraín, la foto perdida" es un libro de no ficción. ¿Qué dijo tu familia sobre desenterrar todo esto? Porque a ratos la narración se basa en "este es mi tío", pero también gira hacia rumores sobre tu abuelo, cuestionamientos.
-El libro está escrito rodeando un poco el asunto y poniéndolo desde mi lugar, que también es raro porque está el vínculo familiar, pero por otro lado hay harta distancia, nunca tuve mucha relación con él. En mi familia se lo tomaron bien, comprendieron la estructura, les gustó. Además, lo de mi abuelo, todo el mundo sabía que era mujeriego, que le ponía el gorro a mi abuela, porque en esa época era mucho más patriarcal el sistema y las viejas se hacían las lesas. Quizás mi abuela también le ponía el gorro.
-En este contexto Sergio Larraín va y rompe con todo.
-Él tampoco pudo sostener mucho sus relaciones de pareja. Él era anti-burgués, entonces ninguna de las estructuras de la vida burguesa, ni la pareja, ni la familia, ni el refrigerador, ni la piscina… Él se desmarcó de todos los lugares comunes de la alta burguesía, a la que él pertenecía, aunque también tenía una cosa media moralista: le chocaba mucho en términos emocionales que mi abuelo fuera mujeriego, porque todo está enmarcado en una especie de reacción contra la propia clase. Si mi tío hubiese venido de un lugar más marginal, quizás no habría tenido esa crítica, de que esta clase que se codeaba con los obispos y dictaba un
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poco la pauta sobre cómo hay que vivir, fuera hipócrita, infiel. Él lo encontraba un mundo de mentirosos. Le chocaba lo falso porque, en su especie de fundamentalismo, él buscaba la verdad.
-Pese a todo era una familia bien risueña, como cuando alguien dice de Pablo Neruda "¡tráeme el congrio, Matilde!".
-Ese fue mi papá, que es bien irónico, descreído. Estaban todas estas idealizaciones de personajes, lo que es muy chileno. Lo mismo que ahora quizás está pasando con Sergio Larraín. Creo que él ahora estaría revolcándose en su tumba si supiera que hice este libro, hay una película: justamente lo que él detestaba. (En la casa) había adulación, admiración de los personajes notables como Neruda. A mi abuelo le gustaba harto estar rodeado de estos célebres, pero a la familia siempre le molestó, porque había cierto abandono: siempre en estas casas donde van los embajadores, quienes tienen renombre, falta ese vínculo afectivo que genera hablar de cualquier lesera: comer pan con mantequilla, estar con los cabros chicos. Ellos viven como si la casa fuera un centro de eventos. Si estás ahí y eres un niño, los terminas odiando. "¿Qué tanto este guatón?" dirían por Neruda (ríe).
-Una invitada 'notable', como decía tu abuelo, que no es bien recibida, fue Violeta Parra.
-Dicen que tuvieron alguna onda y creo que sí, le dedicó una composición que se llama "El joven Sergio": ahí vi una clave en lo "joven", porque ella tenía una cierta atracción por los hombres menores. Lo que sí es verdad es que mi tío la conoció cuando él tenía 21 años y ella 35, ya adulta, con hijos, mientras que él era un cabro chico (…). La Violeta era intensa, me contó María Inés Solimano (diseñadora textil contemporánea de Parra) y he leído bastante sobre ella. Violeta se imponía: llegaba, agarraba la guitarra y cantaba fuerte, no tenía una voz armoniosa, sino media punk, disruptiva, igual que sus canciones. Era una tipa fuerte, se hacía escuchar, (…) y (en la casa de los Larraín) dijo 'a los cuicos no les gusta como yo canto'. No era complaciente, pero siempre hubo un respeto en la familia porque entendían.
-Son cuicos que conocen el centro de Santiago.
-Nunca tuve conciencia de pertenecer a esta familia cuica de la que se habla, porque no me criaron así: mi mamá vivía bastante austera, nada que ver con mi abuelo. (…) Hoy no existe una clase alta ilustrada, que lee, es sensible. Los ricos hoy son ignorantes, mientras que mi familia frente a alguien como Violeta Parra sí la valoraban. Creo que más a ella que a Neruda, porque sabían darse cuenta de lo auténtico, había un interés por lo original… Mi abuelo después hizo el Museo de Arte Precolombino, que rescata el pasado prehispánico, sus manifestaciones visuales y artísticas: la Violeta representaba eso para ellos, la emergencia del origen con los cantos de lo humano y lo divino. Violeta traía algo del origen cuando en las radios tocaban música gringa. Ella no es Los Huasos Quincheros.
-Entre los ires y venires de Larraín con Parra, ella se mató en la carpa que originalmente era de él. ¿Sabes qué sintió tu tío al saberse dueño de la mortaja?
-Nunca habló de eso, pero sé que le afectó. Además, después se suicidó otro de sus amigos, Couve, y mi tío trató de suicidarse cuando tenía 17, 18 años. Creo que ellos compartían una cierta desesperación, porque tenían altas expectativas de las cosas, por eso las críticas a mi abuelo también. Por mi parte, creo que los seres humanos somos más o menos no más, estamos llenos de contradicciones, dejamos un montón de cagadas y bueno, así es la vida. Sergio y la Violeta eran muy estrictos, soportaban muy mal las mediocridades del mundo.
"Sergio Larraín, la foto perdida"
"Catalina Mena Ediciones UDP 158 páginas (incluye fotografías y documentos) $14 mil
"Estamos en un momento en que la gente se está cuestionando harto el sistema de vida (…) y Sergio Larraín pone un modelo más alternativo de vida".