La cultura de la nostridad
Si como sociedad nos sometiéramos a un escaneo profundo, este revelaría que estamos constituidos por un infinito de individualismos, de yoísmos, de egocentrismos, y no más.
Sin embargo, en absoluto contraste, es inevitable constatar, y no lo duden, uno es nada sin el otro, y viceversa. Nos necesitamos, estamos en la misma brecha, vivir, sobrevivir, sos-tener-nos.
Tener, tenernos, contenernos, mantenernos, sostenernos, atenernos, y así, no hay modo, nos debemos el uno al otro, de una u otra forma, de mil y una formas. ¿Por qué desentendernos del otro, del tú?
El individualismo nos ha llevado a olvidar el tú, el prójimo. Ayer, hoy, mañana, casi siempre, aquí, allá o acullá, dos se disputan un liderazgo más o menos y, a veces, en triste espectáculo, en medio del barro, y quien sí zozobra, él, ella, ellos, ellas, verdaderamente, aguardan, esperan el fin de esta competencia o incompetencia.
He aquí el intríngulis. Ese él, ella, ellos, ellas, son los terceros, y quizás objeto de la discusión. Es a quien o quienes se refieren. Y lo tironean, lo sacuden, lo estrujan. Y a veces, verdaderamente, son objeto de manipulación, también a puerta cerrada, en una cocina, y no precisamente la cocina de antes, donde se reunía la familia.
¿Qué hacer? Incorporarlos. Hacerlos partícipes, que intervengan, que hagan escuchar su voz, sus voces, en las votaciones, también, en la construcción de sus colectivos, hacer comunidad, que sean agentes, actores, no pacientes, no espectadores.
¿Qué hacer? Convertir ese él, ese ellos, en tú, en usted, en ustedes. Sí, incorporarlos, escucharlos, atender sus voces, sus ideas, sus conocimientos, sus sentimientos, su parecer. Auspiciar ese tránsito, esa conversión, y construir un nosotros, dual, y plural, por cierto.
La tarea no es sencilla. Es preciso dominar nuestro individualismo, y que más bien sea solo individualidad, y reunirla con otra individualidad, la del tú. ¿Qué sucederá? Reunir un tú y un yo. Que platiquen, que se conozcan, que se re-conozcan. Que comprueben que son semejantes, que sus génesis son esencialmente las mismas.
¿En qué pienso ahora? Que es hora de partir. Y arranco con este verbo, reviso sus acepciones; la primera posible, arrancar, iniciar; la segunda posible, dividir, porcionar. Me parece bien, comenzar con las dos primeras, y con ese impulso, llegar a las segundas acepciones, es decir, convidar, irradiar, entregar a todos algo. Y así se me ocurre, que partir, es también, com-partir, re-partir, de-partir, im-partir, todas acepciones hermanas, solidarias; que involucran ya, a dos, y ¿por qué no a más, muchos más? Entonces, los invito a partir, compartir, repartir, departir, impartir.
¡Háganlo!, sentirán satisfacción y darán satisfacción, haciéndolo.
Los invito a todos a construir nostridad, a hacer de ello una cultura de la nostridad. Poco a poco, sentiremos satisfacción, sentiremos abrigo.
"Es preciso dominar nuestro individualismo, ya que más bien sea solo individualidad, y reunirla con otra individualidad, la del tú. ¿Qué sucederá? Reunir un tú y un yo. Que platiquen, que se conozcan, que se re-conozcan".