Martín Caparrós revive la crónica de Indias con series y reguetón
El escritor y columnista del diario español El País cuenta en su último libro, "Ñamérica", qué es ser latinoamericano hoy. Para escribir, recorrió capitales, anotó la voz de la calle y los hits de las radios.
Por Valeria Barahona
De riguroso negro, hasta en la mascarilla. Con voz grave y la mirada de quien ha visto suficiente, Martín Caparrós acaricia las casi 700 páginas de su crónica "Ñamérica". El tomo lo mantuvo un par de años recorriendo las principales capitales de la región en busca de qué es ser latinoamericano hoy. Vio el contraste entre la pobreza de los pueblos amazónicos y los barrios donde la policía no entra. Vio los barrios que inspiran series y películas, vio el brillo de las cadenas de los cantantes de reguetón.
El castellano es la única lengua romance donde existe la Ñ, esa virgulilla que complica a quienes traen computadores desde el primer mundo, ya que carecen de esa tecla y es necesario recurrir a argucias de configuración. De esta singularidad lingüística se cuelga el cronista y también autor de "El hambre" para renombrar Latinoamérica, es decir, los países del continente que hablan español: "A veces vale la pena forzar un poco las palabras. Con una pequeña intervención les haces decir mucho más que lo que dirían sin ellas. América, Latinoamérica son fórmulas que no te hacen pensar sobre qué estás diciendo, porque ya están tan aceptadas que pasan sin hacerse notar".
-En el libro dices que la imagen de Latinoamérica en el mundo hoy está muy marcada por series como "Narcos". Hace poco se estrenó "Inés del alma mía", basada en el libro de Isabel Allende, ¿la viste?
-Sí, porque en general soy carne de cañón para las películas o series históricas. Si no son muy malas, las veo, aunque el 80% son horribles, pero esta la vi entera, no estaba mal hecha. Me entretuvo. Supongo que tenía muchas inexactitudes, lo cual forma parte del guion. Siempre me impresiona ver cómo esos delirantes (españoles) avanzaban hacia lo desconocido. Con esa decisión y entusiasmo inverosímil.
-Como destacas en "Ñamérica", es la fe la que los mueve.
-Sí, sin esa idea de que estaban guiados por un poder superior no podrían haberse metido en los líos en que se metían. Al comienzo de "Inés del alma mía", la joven (Inés de Suárez, pareja del fundador de Santiago, Pedro de Valdivia) viaja por unos lugares imposibles. Probablemente fue así, meterse por lugares sin saber… Álvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los grandes escritores de la época (siglo XVI), autor de "Naufragios", un relato de sus travesías por lo que ahora es el norte de México, cuenta cómo estuvo siete años dando vueltas sin encontrar la salida. Tiempo después bajó a las costas de Brasil, y tenía que atravesar un espacio de selva desconocido para llegar a Asunción (capital de Paraguay), que entonces no era un pueblo, pero había algo. En ese camino tropezó con un lugar en la selva que no sabía qué era, y dos o tres días antes con su grupo habían comenzado a escuchar un sonido cada vez más brutal, entonces iban asustados frente a esta especie de trueno permanente. Se fueron acercando y me los imagino despejando la visión entre dos ramas y viendo que ese ruido eran las Cataratas del Iguazú. O sea, ahora sigue siendo impresionante verlas en vivo pese a que ya las has visto 7.324 veces en fotos y videos. Imagina cómo fue verlas sin saber, presididas por ese ruido aterrador, es un momento… Mucha gente se muere en eso. Y ese tipo de situaciones debían (a los descubridores) sucederles con cierta frecuencia.
-¿No es romantizar la conquista?
-No. Fueron terribles, en el libro cito a Bartolomé de las Casas ("Brevísima relación de la destrucción de las Indias"), quien cuenta cómo mataron a muchísima gente. En cien años la población de América se redujo al 20% de lo que era cuando llegaron ellos. En muchos casos por las enfermedades para las cuales aquí no había anticuerpos, pero también por la explotación. Fueron muy criminales, aunque la trampa es usar ese carácter predatorio de los españoles para hoy inventarse un mundo precolombino paradisíaco, armonioso y perfecto,
"No lo podía creer cuando vi ese video en que Maluma llora porque se compró su primer jet", dice Martín Caparrós.
El reguetón como protesta
Era el remedo de una manifestación (en Londres), pocos lanzando a gritos un himno desafiante que no terminaba de desafiar a nadie. A su alrededor gente muy rica pasaba con bolsas de Harrod's en las manos y, si acaso, los miraba un momento antes de seguir pensando en Louis Vuitton; ellos no se desanimaban. Yo quise, entonces, escuchar sus palabras; me llamaron la atención: «Tú no puedes comprar el viento, /tú no puedes comprar el sol…», cantaban o gritaban, y hablaban de desaparecidos, sangre, Maradona, indios, naturalezas, víctimas diversas, todos los lugares comunes de la queja latinoamericana. Después les pregunté y una chica bonita me dijo que la canción era de Calle 13. Entonces, ya de vuelta a alguna parte, busqué más canciones de ese grupo:
«No me regalen más libros
Porque no los leo.
Lo que he aprendido
Es porque lo veo»,
Decían, descreyendo de las tonterías que se ponen por escrito o, si no, le pedían a una chica, en una de sus canciones más famosas -300 millones en YouTube- que
«Cambia esa cara de seria,
Esa cara de intelectual de enciclopedia,
Que te voy a inyectar con la bacteria
Pa' que dé vueltas como máquina de feria.
Señorita intelectual,
Ya sé que tiene el área abdominal
Que va a explotar como fiesta patronal,
Que va a explotar como palestino…».
Son versiones y versiones de la lucha.)
A mediados de 2019 Bad Bunny -Benito Antonio Martínez Ocasio- y Daddy Yankee -Ramón Luis Ayala Rodríguez- participaron en las marchas que derribaron al gobernador de Puerto Rico. Sus alias se volvieron estandarte. Fue un hito, un espectáculo: multimillonarios modestos luchando por las calles contra la corrupción y la soberbia de los gobernantes.
El reguetón nos suena horrible, nos llena de ritmo, nos parece una música sin música, nos calienta la cabeza, la detestamos y/o nos encanta y/o nos avergüenza y/o terminará pasándole lo mismo que pasó con el bolero, el tango o el merengue: en cuatro o cinco décadas miles y miles de canciones malas se habrán disuelto en el aire y quedarán en el recuerdo las mejores, diez o doce, que se habrán vuelto clásicos y que los viejos, entonces, los jóvenes de ahora, usarán para decir ven, eso sí que era música, no como esta mierda que escuchan los jóvenes de ahora.
El reguetón, en cualquier caso, ya llevaba años muy bailado en toda la región, orgulloso en su lugar de música bastarda, sin pretensiones de qualité, un poco trash, cuando los músicos ñamericanos de más éxito -Shakira, Carlos Vives, Bisbal, Enrique Iglesias- se lanzaron a grabarlos y los grandes reguetoneros o traperos como J Balvin y Bad Bunny y Maluma se volvieron los músicos ñamericanos de más éxito: según Spotify, Shakira y J Balvin fueron los dos más escuchados en los países hispanoparlantes en toda la década pasada. Pero la criatura terminó de invadir el planeta con Despacito, la canción de Luis Fonsi.
Despacito es de esos raros fenómenos que llegan a todos los rincones, cuyos compases retoma un violinista gitano en la Piazza Navona o el tarareo de un escolar en Dakar o la melodía dulzona de un ascensor en Berna: una invasión completa. Despacito ya no es un tema sino un ícono, un hecho cultural. En un par de años se convirtió en el polvo más cantado, la canción más escuchada de la historia: su video en YouTube en la versión con Daddy Yankee, por ejemplo, tenía, esta mañana (cuando se escribió el libro) 7.377.293.440 de visitas.