Francisca Solar levanta el velo del Fuerte Bulnes en su nueva novela
Con "La Vía Damna" la autora chilena vuelve al reino de la ficción paranormal, esta vez, en la Patagonia de fines del siglo XIX. El terror se desparrama en las ruinas del Fuerte Bulnes, lugar hacia donde nadaron los enfermos arrojados al mar.
Por Amelia Carvallo
Como todo el mundo, Francisca Solar -escritora y periodista con postgrado en Criminología y Sicología Forense -y autora de 13 libros traducidos a 5 idiomas-, tuvo que reinventarse para los tiempos pandémicos. Pasó la mayor parte de sus actividades académicas al mundo virtual y recién está retomando algo de presencialidad, con el lanzamiento de su último libro, "La Vía Damna".
Antes de la pandemia, hizo un tour para sus lectores en el Patio de los Disidentes del Cementerio General, cuando el año 2019 lanzó la anterior novela, "Los últimos días de Clayton & Co", su primera trama para adultos. Después de eso, el encierro. "Para mí, el vaso medio lleno de estos tiempos de incertidumbre y cambios bruscos es que me empujó a filtrar lo importante de lo accesorio, a despertar de la inercia", reflexiona sobre el impacto de estos dos últimos años.
Ahora imparte -online- sus clases de Estructura y Estilo de Novela -con un sistema que llamó Animocéntrico- y publicará este año un libro infantil. La historia de Francisca Solar en la literatura partió con "El Ocaso de los Altos Elfos" el año 2003. Con esa trama fue fichada dos años después por Penguin Random House en España (la chilena más joven en firmar un contrato de edición internacional: tenía 22 años). Al poco tiempo debutó con su primera novela, "La Séptima M".
Ahora, con una carrera ya consolidada, se la juega con una historia de terror sobrenatural enclavada en el abandonado Fuerte Bulnes, asentamiento militar que en el año 1852 el teniente Miguel José Cambiaso redujo a cenizas tras un feroz motín. Abandonado por décadas, el infame sitio -en la trama que creó Solar- es un lugar maldito, habitado por enfermos y desertores que esconde una sangrienta historia.
"Estuve varios meses investigando sobre qué sucedía en Chile en la segunda mitad del siglo XIX. Y ahí aparecieron un montón de temas o hitos de los que no se habla mucho y a mí me parecían excelentes chispas para una buena historia de ficción. Me quedé con mucha información que no utilicé para esa primera novela, pero que seleccioné para otras siguientes, como el llamado 'Motín de Cambiaso' y la destrucción de Punta Arenas en 1852", explica.
-¿Qué fue lo que te atrajo de esa historia?
-En la versión oficial se afirma que el Fuerte Bulnes, el primer asentamiento chileno en el extremo austral erigido en 1843, fue abandonado por militares y colonos en 1848 por el clima inhóspito y otra serie de infortunios, como nulas cosechas, plagas de roedores o enfermedades inesperadas. Los sobrevivientes fundaron Punta Arenas 60 kilómetros al norte, pero apenas unos años después, en 1852, un amotinamiento liderado por el soldado Miguel José Cambiaso destruyó por completo la ciudad. Hasta ahí es una historia terrible pero coherente. El misterio viene después: la versión oficial dice que, en su ruta de huida, Cambiaso se detuvo en las ruinas del Fuerte Bulnes para quemar todo. Eso despertó mi curiosidad. Si vas huyendo después de destruir una ciudad completa, ¿por qué te detendrías en un fuerte abandonado si supuestamente no hay nada ahí, arriesgándote a que te atrapen? Mi curiosidad pasó a sospecha cuando me enteré que el fuerte se abandonó durante un siglo. Había sido incluso borrado del mapa, aún cuando era un punto invaluable desde el punto de vista estratégico-militar, en un contexto de disputas internacionales (Francia también quería reclamar tierras australes, por ejemplo). Sin contar que fue el primer hito de soberanía chilena en el estrecho de Magallanes. ¿Qué había sucedido realmente en el Fuerte Bulnes? ¿Por qué el Estado decidía abandonarlo así sin más, olvidarlo, haciendo como si nunca hubiese existido? En "La Vía Damna" doy esa respuesta.
-¿Cuáles fueron tus principales lecturas que detonaron todo?
-Mi fuente principal fue "Cambiaso: relación de los acontecimientos i de los crímenes de Magallanes", de Benjamín Vicuña Mackenna, publicado en 1877, combinado con los
"La Vía Damna"
"Francisca Solar Minotauro 232 páginas $16 mil
2 de enero de 1852, noche
Entre forcejeos y llantos, el médico prusiano Matthäus Kleist logró introducir a su hija Odetta en el destartalado bote de pesca, mientras la enfermera Alcázar luchaba por sujetarla desde los pies. Para haber cumplido recién seis años, la niña tenía tanta fuerza como un huracán.
-Doctor, por favor, venga con nosotras -rogó la mujer, rodeando a Odetta con sus brazos. Su rostro anguloso se difuminaba tras el propio hálito condensado en el aire polar-. No haga una locura. ¡Súbase, se lo pido!
A juzgar por el ruido del agua contra las rocas, la marea parecía lo suficientemente calma como para remar y alejarse sin inconvenientes, pero ahí, en el extremo austral, en el fin del mundo, eso no era una señal para confiarse. Greta Alcázar, instalada a duras penas en la pequeña embarcación de emergencia, probablemente tenía la misma reticencia, pero hasta una caída en el mar gélido le parecía más amable que morir calcinada o atravesada por una bayoneta.
Los gritos de los soldados amotinados se escuchaban hasta esa esquina del acantilado, decenas de metros bajo el morro donde se erguía el Fuerte Bulnes. No tenían más tiempo.
-Reme hacia el sur. Escóndanse en el bosque. No vuelvan -le ordenó el doctor, con ese áspero acento teutónico que sus pocos años en Chile no habían podido borrar. Agradeció en silencio que la oscuridad de la noche austral le permitiera disimular la angustia en su rostro. Desató la soga de ajuste y empujó la proa del bote. Lo vio tambalearse en el agua mientras se alejaba del roquerío.
-¡Huyan ya!
-¡Doctor!
-¡Papá! ¡No me dejes, papá!
No pudo mirar a Odetta a los ojos. No pudo despedirse. Ninguna palabra de afecto salió de su boca. Si la abrazaba una última vez, no podría dejarla ir, y dejarla ir era indispensable para poder cumplir su promesa.
Sintió náuseas. Ignorando los gemidos de su hija, apretó los puños, giró sobre sus pies y se apresuró de regreso al fuerte, saltando entre las rocas húmedas y subiendo luego a zancadas el rudimentario sendero que se empinaba por sobre el mar. Sus manos agrietadas por los exiguos grados Fahrenheit comenzaban a escocer: en el apuro había olvidado sus guantes. Sintió una taquicardia desatarse bajo su camisa de algodón. El viento implacable era un muro que ralentizaba su paso y lo obligaba a abrazarse a su grueso abrigo de lana para avanzar. No sabía cuánto tiempo le quedaba para salvar a sus pacientes. Segundos, quizá. Ya estaba preparado para la muerte. Para la de ellos. Para la suya.
Al llegar a la planicie, vio a lo lejos que las dos casas situadas en la entrada del predio, muy cerca de los viejos depósitos de pólvora, ardían furiosamente. En cualquier momento las llamas darían paso a grandes explosiones en cadena. Las sombras de hombres con armas y antorchas quemarían lo que quedaba del cuartel, la bodega, la secretaría… Eso le daba algo de ventaja antes de que alcanzaran la capilla, emplazada al fondo. Si acortaba camino por los sembradíos infértiles en el límite oeste, llegaría antes que ellos.
Debió esconderse un momento a un lado del antiguo almacén de víveres antes de correr hasta el umbral de la capilla como si no hubiese mañana. No lo habría, en realidad. Las ocho personas postradas en esa enfermería improvisada contaban con eso.
-¡Doctor! -exclamó Ana Carmen al verlo, alterada, levantando sus brazos desde el primer catre. El velo blanco que la cubría por completo le permitía reconocerlo gracias a dos pequeños agujeros para sus ojos-. Sabía que regresaríais, sabía que regresaríais por nosotros…