Crónica del último organillero que recorre San Antonio
Como cada verano, una vez más Miguel Sepúlveda y su organillo llenaron de música, remolinos, globos y colores los barrios del puerto. Estuvimos con él en una de las tantas esquinas que visita y esto fue lo que pasó.
El sonido del organillo corta la atmósfera calurosa de una de las últimas tardes del verano en la Villa Miramar de San Antonio, y la armonía, que se parece al sonido de varias flautas, se cuela por los patios de las casas pareadas.
La morenita de la esquina es la primera en salir corriendo. La sigue de cerca su mamá. Con sus grandes ojos negros la niña explora el inusual instrumento musical como tratando de descubrir de dónde proviene el sonido mágico que llena el aire. Mientras, la mano de un hombre viejo gira la manivela que suelta las notas predeterminadas que están encerradas en un cajón cubierto de remolinos.
Junto a los brillantes remolinos, sonajeros, globos y juguetes inflables, desde una pequeña jaula abierta sale un loro que camina amable hacia el organillero, que sonriendo lo posa en la mano de la pequeña, cuyos grandes ojos negros estallan de alegría en la primera fila del show más grande del mundo.
Y el espectáculo se repite con cada niño o niña que se acerca al organillero con la curiosidad despierta de la infancia. No importa si compra o no compra alguna chuchería, la música es gratis, también la gentileza del organillero cuyo atuendo, instrumento musical y particular concierto callejero no pasan desapercibidos.
Miguel Sepúlveda es el artista protagonista de este show, tiene 68 años y es el fundador de la tradición de este oficio en su familia. Chinchinero y organillero desde hace más de 50 años, el escenario de este hombre artista siempre ha sido la calle, según contó a Diario El Líder.
"Este año estuve tres semanas viniendo a San Antonio, que no es muy bueno, pero es tranquilo y eso es lo que me gusta. Anduvimos por La Boca (en Rapel) pero nos corrieron. Yo soy el único organillero que anda por aquí todos los años, algunos chinchineros pasan por algunos de los balnearios de la costa, pero como ya no hay muchos organillos, no vienen a esta zona", afirma el longevo organillero sobre su recorrido veraniego por las poblaciones del puerto.
Historia
Conocido en sus inicios como "El Tony", Miguel Sepúlveda trabajó como payaso antes de ser chinchinero y posteriormente organillero. Según cuenta, fue precisamente la calle el espacio que le permitió vincularse con vendedores ambulantes, lustrabotas, maniseros, cantantes y humoristas con los que a sus 68 años comparte los mismos códigos de una vida errante en torno a sus oficios.
"Yo empecé con este organillo cuando tenía como 16 años, trabajaba con el organillero que era su dueño. Este organillo lo hicieron antes de la Segunda Guerra Mundial", relata con orgullo.
Hace poco más de una década se encontró nuevamente con el propietario del instrumento y esta vez le pidió que se lo vendiera definitivamente. "Resulta que me lo vendió y como tres meses después falleció, y me quedó a mi la reliquia. Así que ahora recorro por donde puedo para que los niños lo conozcan y ojalá aprendan a apreciarlo porque esto es gratis, ya que si alguien da una propina o compra un remolino o una chicharra, bien por el negocio, pero si no, igual está el organillo para disfrutarlo", asegura don Miguel con la calma que ha recogido de sus años recorriendo el mundo.
En familia
Sobre su vida vinculada a este oficio, el organillero recuerda que "el año 1975 me fui a Valparaíso con la familia y trabajé con el organillero Claudio Cortés en los cerros y paseos del puerto. Después del terremoto del '85, me devolví a Santiago y me hice independiente, trabajando a veces con Luis Toledo Salvatierra, un organillero que le dicen "El Cascote", que es mi suegro también".
Con la experiencia ganada en la calle y la trayectoria de los años, don Miguel Sepúlveda enseñó a sus sobrinos Jorge y Patricio Toledo a tocar el chinchín. De hecho, sus hijos Marco Antonio y Miguel Sepúlveda también aprendieron el oficio que en 1994 los llevó a Italia y Francia a mostrar su arte callejero.
Como representante de la Asociación de Chinchineros de Chile, don Miguel aprovecha de reclamar la poca preocupación que hay a nivel gubernamental por preservar este patrimonio. "Hubo un tiempo, hace algunos años cuando nos organizamos, que se le dio todo un auge a los chinchineros y tuvimos presentaciones en La Moneda, incluso yo mismo viajé a Europa y estuve en Italia, Francia, Alemania; también anduve en Estados Unidos y México mostrando nuestro trabajo, pero todo eso se terminó y ahora quedamos muy pocos que nos dedicamos a esto. Habríamos podido seguir viajando pero como que se terminó el interés por nuestro trabajo".
Una atracción
De vuelta a la esquina de Santos Caracciolo con Luis Bossay, en la Villa Miramar, Miguel Sepúlveda gira la manivela del organillo soltando al aire el característico sonido mientras dice que "aquí la gente en San Antonio es muy tranquila y agradecida. Cuando compran o regalan una moneda me dan las gracias por haber venido y uno que se ha dedicado toda la vida a este oficio lo que agradece es el cariño del público de la calle, que las personas aprecien este arte callejero porque fíjese que si me voy a poner a una plaza me terminan correteando o echando a los Carabineros, y esto no le hace daño a nadie, mire aquí mismo cómo salen los niñitos con sus papitos y las mamitas porque escuchan el sonido del organillo".
En esos instantes un niño llega a curiosear los tesoros del organillo. Le llama la atención el sonajero y se sorprende cuando don Miguel lo saca ese chicharreo característico girándolo al aire. Así es como este hombre artista sigue llevando un pedacito de la historia de Chile por las calles de San Antonio cada verano. Así es como el organillero ha repartido alegría a través de varias generaciones. Miguel Sepúlveda se llama el organillero fundador de una historia familiar en el oficio y que por años ha luchado para que su trabajo sea reconocido y tenga el lugar que se merece en la ciudad.
Miguel Sepúlveda asegura que seguirá recorriendo los pueblos de Chile con el mismo organillo que cada verano trae a San Antonio, porque dice que tiene "cuerda para rato", igual que la reliquia musical que maneja.
Mientras su figura se va alejando por los pasajes de Barrancas, la imagen del organillero se va haciendo grande y a lo lejos se escucha otra vez la nostálgica música que irrumpe en la monotonía calurosa del final del verano.
Don Miguel se paró en una esquina, nuevos chiquillos corren al melancólico canto del organillo, el loro vuelve a salir de la jaula abierta, brillan los remolinos. El show -otra vez- ha comenzado…
"Este año estuve tres semanas viniendo a San Antonio, que no es muy bueno, pero es tranquilo y eso es lo que me gusta",
Miguel Sepúlveda
"Yo empecé con este organillo cuando tenía como 16 años, trabajaba con el organillero que era su dueño. Este organillo lo hicieron antes de la Segunda Guerra Mundial",
Miguel Sepúlveda