Las difíciles pruebas que le puso la vida al Garrincha sanantonino
Al igual que el astro de la selección brasileña, José Domingo Garrido también tuvo que luchar contra la adicción al alcohol, y hasta durmió en la calle. Pese a todo, logró salir adelante con fe en Dios, sacrificio y ganas de superarse.
Para José Domingo Garrido Aranda (76), la vida no ha sido fácil. Creció junto a una hermana en la casa de una tía, donde llegó siendo muy pequeño. Pasó muchas carencias, las que no le permitieron educarse, sin embargo, asegura que su profunda fe en Dios, a quien llama "mi papá", lo guio para superar todas las dificultades que se le han presentado.
"Mi vida ha sido un poquito dura porque yo nací en El Quisco y mi mamá tenía como 16 hijos, pero una hermana y yo éramos los únicos del mismo papá. Cuando tenía como dos años y mi hermana un poco más, porque era mayor, ella nos mandó a San Antonio al cerro Arena, donde una tía, una hermana de mi papá, que nos crio en su casa. Mi tía trabajaba en la casa de un doctor y un día él vio que a mí se me estaba poniendo un ojito blanco y le dijo 'si no te lo llevas el niño va a perder el ojo'. Ahí nos trajeron a San Antonio y me sané de la vista", rememora.
-¿Cómo fue su infancia, don José?
-Antes la crianza era diferente. Si ahora a veces a los niños les pegan, antes era peor. Yo lo único que pedía era que Dios me cuidara en todo sentido en mi vida. En los años en que fui al colegio iba a patita pelada, no como ahora que los niños tienen de todo.
-¿Entonces tuvo que superar difíciles pruebas?
-Claro, desde los 17 a los 20 años fui tomador. En ese tiempo estaba en la Escuela Industrial, pero llegaba curado a puro dormir al colegio. Me gustaba bailar como Cantinflas y me ponía a hacer show en todos lados, pero después no me gustó porque iba a misa el domingo a las 8 de la mañana y las 11.00 me tenía que ir antes de que llegaran las personas. En ese tiempo dormía afuera de la panadería que está en San Antonio.
-¿Cómo pudo dejar el alcohol y la calle?
-Un día una señora nos dijo a mí y a dos personas más que siempre andábamos juntos, 'ustedes andan todos hediondos, cochinos, ¿por qué no cambia de ropa?'. Ahí les dije a los otros dos bañémonos y cambiémonos de ropa, y así lo hicimos. Volvimos limpios y nos echamos hasta colonia. Al rato otra señora nos miró y dijo lo mismo: 'cochinos, hediondos'. Entonces yo le dije si estamos con ropa limpia y nos bañamos, ¿por qué nos dice eso? Me sentí mal. Miré al cielo y le dije a mi papá, porque así le digo a Dios, ¿así nos ven?, te prometo que no tomo nunca más y ya llevo como 26 años sin tomar.
-¿Qué hizo después de esa etapa?
-Después me puse bueno para jugar a la pelota. En ese tiempo estaba de moda el fútbol brasileño y todos me decían "Garrincha", mucha gente me conoce por Garrincha y no por Domingo. A lo mejor ahí estaba mi destino, pero no me di cuenta. A veces pienso que tal vez pude haber sido rico y no estaría trabajando ahora.
Instituto del puerto
Durante más de diez años, este vecino del cerro Placilla se desempeñó como auxiliar en el Instituto del Puerto. Con emoción recuerda el inmenso cariño que recibió de los estudiantes, apoderados y docentes del tradicional establecimiento.
-¿Cómo llegó a trabajar al Instituto del Puerto?
-Cuando empecé a trabajar en los colegios, un curita me llevó al Instituto del Puerto, cuando estaba en San Antonio (en calle 21 de Mayo). Allá me tomaron cariño los niños, las apoderadas, los profesores y toda la gente que estaba a mi alrededor.
-¿Qué recuerdos tiene de esos años trabajando en el colegio?
-Tengo recuerdos muy lindos (se emociona). Cuando los niños salían del colegio al primero que nombraban era a mí para que los acompañara al paseo de fin de año. Fui hasta a Argentina con ellos. Una vez los profesores les estaban diciendo que se fueran a acostar porque al otro día tenían que levantarse temprano, pero ninguno se movió. Ahí me dijeron a mí que los niños me necesitaban. Fui a ver y era para que yo les dijera, porque me hacían caso.
-¿Por qué cree que lo querían tanto?
-Ellos me querían porque yo no era educado, pero los ayudaba en lo que podía. Si necesitaban algo, les decía, dígale a su mamá que mande la plata y yo les voy a comprar. Siempre los trataba bien. Nunca me enojé con los niños. Tengo una historia muy bonita. Cuando murió mi mamá, la que me crio, ella estaba en Santiago y no tenía cómo ir a buscarla, ni ataúd ni nada. Un profesor, el señor Cornejo, me ayudó en todas esas cosas. Fuimos a Santiago a buscarla, la trajimos a San Antonio. De regreso al colegio me preguntaron si tenía sepultura y les dije que no porque soy pobre y no ganaba mucho. Entonces personas que tenían negocios en Centenario y eran apoderados del Instituto, me ayudaron a comprar la sepultura en el cementerio.
Domingo, como lo conocen sus cercanos, se ha ganado el cariño y el respeto por su buena voluntad y cordialidad en el trato. "Siempre he sido así. También trabajé en el Departamento Provincial de Educación. Ahí me pasaba otra cosa, me daba pena cuando veía a algunas señoras que llegaban a hacer trámites y se iban tristes porque tenían que volver después. Les preguntaba qué necesitaban y a veces era una firma. Yo iba y explicaba en la oficina y se lo firmaban. Nunca lo pedía de mala manera, sino siempre con humildad", afirma.
Tras dejar su trabajo en la Provincial de Educación, cambió de rubro y ahora lleva dos años dedicado a la jardinería.
"A la persona que me contrató le dije que no sabía, pero él me dijo 'ahora va a aprender'. Fui y lo lindo es que regaba y el pasto se ponía bonito, regaba las flores y se ponían bonitas. Por eso pienso que Dios está conmigo, porque he sido sacrificado desde niño y hasta hoy, porque cuando salen los jóvenes de vacaciones a mí me llevan a reemplazarlos.
-¿Se acostumbró a esta nueva labor?
-Sí, el único problema es que andan muchos perritos callejeros, dejan sucio y nosotros tenemos que limpiar, pero hay que hacerlo nomás, es parte del trabajo de nosotros en las plazas, tener todos limpio y ordenado. Hace tres semanas me cambiaron de Placilla a una plaza cerca del colegio Movilizadores Portuarios, si se pudiera me gustaría volver a la de Placilla porque me queda cerca de mi casa y me voy y vuelvo caminando.
-¿Ha vuelto a ver a exalumnos del Instituto del Puerto?
-Una vez estaba trabajando en un jardín y escuché a un joven que le decía a una señora '¿no es don Domingo el que está ahí?'. Y se acercaron a saludarme, con un abrazo igual que cuando estaba en el colegio. Me da alegría verlos que están bien en sus estudios o trabajos. Cuando estaba en Placilla a veces me iban a ver y me llevaban cualquier cosita, un vasito de café o un sanguchito, eso demuestra cómo me querían ellos.
-¿Cuál es su mayor orgullo?
-Mi hijo que se llama José David, tiene 24 años y está estudiando en un instituto en Melipilla. Es muy inteligente, incluso está ayudando a hacer clases en su curso. No sé bien cómo se llama la carrera, pero me parece que tiene que ver con construcción.
"Mi vida ha sido un poquito dura porque yo nací en El Quisco y mi mamá tenía como 16 hijos, pero una hermana y yo éramos los únicos del mismo papá",
José Domingo Garrido
"Tengo una historia muy bonita. Cuando murió mi mamá, la que me crio, ella estaba en Santiago y no tenía cómo ir a buscarla, ni ataúd ni nada. Un profesor, el señor Cornejo, me ayudó en todas esas cosas",
José Domingo Garrido
"Después me puse bueno para jugar a la pelota. En ese tiempo estaba de moda el fútbol brasileño y todos me decían "Garrincha", mucha gente me conoce por Garrincha y no por Domingo".