El hombre que entregó su vida a la salud rural tras sufrir una grave enfermedad en su adolescencia
Jorge Silva Pontigo cumplió 40 años de servicio en la posta rural de Bucalemu, trabajo que comenzó luego de permanecer internado un largo periodo en el hospital Claudio Vicuña.
El esfuerzo es parte de la vida de Jorge Silva Pontigo, quien siendo un niño se puso a trabajar para continuar con sus estudios de enseñanza media.
A los 17 años sufrió una grave enfermedad que marcó su futuro no solo en lo que se refiere a su salud, sino también en lo laboral, ya que en ese periodo, casi por casualidad, inició su carrera en ese ámbito.
Al poco tiempo, lo que sería un simple reemplazo en el área rural se extendió, y el viernes pasado este llolleíno que creció junto a su familia en el sector de la avenida Chile, cumplió 40 años de trayectoria en la Posta de Bucalemu, donde se desempeña como encargado del recinto de salud primaria.
En todos estos años de trabajo se tituló como técnico en enfermería de nivel superior (Tens), auxiliar de enfermería y paramédico, ha vivido momentos llenos de alegría y otros de inmensa pena como el que lo hizo emocionarse en esta entrevista.
"En 1977 tuve una enfermedad grave, medio complicadita y estuve cerca de dos meses hospitalizado y una secretaria de Cirugía en esos años, la señora Carmen Pino, me preguntó que por qué no me metía a trabajar al Claudio Vicuña por el Empleo Mínimo en la parte administrativa. Así entré a los 17 años, después saqué mi cuarto medio y seguí trabajando en el hospital unos años por una empresa externa de mantención y aseo que era de don Hernán Alcaíno, y él me dio la facilidad para empezar a estudiar el año 80", recuerda esta padre de tres hijos y abuelo de dos nietas.
-¿Cómo era trabajar en el hospital siendo tan joven?
-En esos años el hospital era una familia prácticamente, había un ambiente muy bonito. Conocí a muchos doctores, compañeros de trabajo y gente que me ayudó.
-¿Qué lo hizo pensar en sacar una carrera?
-Fue una decisión personal. Cuando me fui recuperando conocí buenas personas en el servicio de Cirugía y fui ayudando a gente de más edad. Ahí descubrí que tenía esa vocación para trabajar en salud.
-¿Ya estaba trabajando cuando se puso a estudiar?'
- En el año 80 me puse a estudiar auxiliar de enfermería en el primer instituto que hizo un curso particular, no dependía del hospital de San Antonio, se llamaba Sipec y era de Valparaíso. Empezamos 37, nos recibimos 17 al final y yo era el único hombre en ese curso. Tenía que prestar mis brazos para que hicieran práctica conmigo. Nuestra práctica la hicimos en el hospital Claudio Vicuña, pero el examen de grado lo tuvimos que ir a dar al hospital Van Buren de Valparaíso.
-¿En la época de colegio qué quería estudiar?
-Quería estudiar contabilidad, siempre me gustó esa parte, pero no tenía los recursos porque mi mamá enviudó cuando yo tenía dos años. Éramos seis hermanos. Después mi madre se juntó con otra persona que fue como mi papá porque me dio los valores y me incentivaba a ser más porque me decía que tenía las capacidades. Cuando chico vendí diarios, lustré zapatos, trabajé gritando en las micros para la playa. Siempre me gustó trabajar, lo hago desde los 8 años. Cuando llegué a octavo mi mamá me dijo que no podía seguir educándome y le dije que yo me las iba a rebuscar para seguir estudiando. Vendía diarios en la mañana y estudiaba en la tarde.
-¿Después continuó perfeccionándose?
-Empecé a trabajar y tuve la suerte de ganarme una pasantía donde fui a Cuba y Panamá a aprender sobre salud familiar y comunitaria. Estuvimos un mes y vimos por ejemplo el modelo del médico de cabecera que acá se quiso ejecutar, pero nunca se ha podido.
-¿En qué consiste?
-Se trata de un médico que atiende a la población de una cuadra. En Cuba, a pesar de tener pocos recursos, funcionaba bien, tenían la salud a mano y todo gratis. Si el paciente necesitaba un especialista tenía que esperar dos o tres días, no como acá que hay listas de esperas. En ese consultorio el médico conocía a toda la gente, sabía toda la historia de la familia, las patologías, es bien parecido a lo que nos pasa en el sector rural.
Posta de bucalemu
Jorge Silva recuerda como una anécdota su llegada a la posta de Bucalemu, porque asegura que era sólo un reemplazo. Jamás pensó que pasaría gran parte de su vida en ese recinto rural. Sin embargo, confiesa que es lo mejor que le pudo pasar.
"En el año '84 me enviaron del hospital a la posta de Bucalemu, que fue la última posta del país en pasar a ser municipal porque era un recinto militar, a hacer un reemplazo. En el '87 pasé a ser contratado por la Municipalidad de Santo Domingo cuando era alcaldesa la señora Jenny Harris", rememora.
-¿Cómo fue el cambio de pasar del hospital a una posta del sector rural?
-Fue un cambio medio extraño porque a mí me preguntaron una sola vez y nunca dije que sí. Se suponía que iba por tres meses a la posta de Bucalemu y me fui quedando.
-¿Qué fue lo más difícil que debió enfrentar al llegar al campo?
-Los primeros años fueron más complicados porque había caminos de tierra, los buses pasaban a veces en la mañana, otras en la tarde, muy poca gente tenía auto. La luz funcionaba mal, se cortaba en cualquier momento y cuando llovía los buses no pasaban. A veces los viernes estaba listo para irme y no tenía en qué trasladarme, al final me tenía que quedar. Gracias a Dios encontré gente muy buena que me ayudó desde el principio. Cumplí 40 años de trabajo, pero en realidad son 44 porque antes trabajé sin contrato como auxiliar de servicio, portero, camillero, labores así. Desde el '82 en adelante me dediqué a lo que tiene que ver con enfermería en atención primaria.
-¿En todos estos años qué avances ha visto en la salud rural?
-Cuando empecé había solo un auxiliar de servicios, no teníamos ni teléfono. Ahora tenemos apoyo administrativo, una tens y profesionales prácticamente todos los días. Podemos transferir al Cesfam de Santo Domingo a ecografías. Tomamos exámenes de sangre, hacemos curaciones, tenemos dentista todas las semanas, médico tres días a la semana y visitas a enfermos postrados.
-¿Qué siente al estar cumpliendo tantos años de carrera en salud?
-Felicidad porque en un momento descubrí que tenía esta vocación. Haber llegado a Bucalemu fue una de las mejores cosas que me pasaron. Estoy contento, con más ganas de trabajar. Yo creo que me quedan cuatro años para seguir trabajando, pero ojalá sean más. Tengo una hija que es enfermera universitaria, ella siguió mis pasos, la otra es profesora y mi hijo está en la Armada en su tercer año.
-¿Qué es lo que más le gusta de Bucalemu?
-La tranquilidad y la gente que uno conoce hace tantos años. Ellos saben que tengo voluntad para todo y conmigo también son muy buenos. Mis hijas se ríen porque siempre llego con regalitos, huevos, tortillas, cosas de campo. Cuando cumplí 25 años de servicio la comunidad me hizo un reconocimiento y ni la municipalidad lo sabía. Me entregaron un galvano y todo lo prepararon ellos.
-¿Recuerda alguna situación importante para usted?
-He atendido seis partos desde que estoy allá, de esos niños dos son mis ahijados. Algunos fueron en domicilio, otro en trayecto y otro afuera de la posta. Traer una vida al mundo es algo hermoso, lo máximo.
-Aparte de esas situaciones, ¿hay algún hecho que lo haya impactado?
-Sí, accidentes graves con fallecidos, pero el que me marcó más fue un niño que prácticamente se murió en mis brazos. Siempre me acuerdo de él, se llamaba Carlitos Astorga, tenía 5 años, iba en kínder. Era la primera semana que iba al colegio y en ese tiempo aún había camino de tierra. Él se iba del puente El Yali hasta el colegio a pie con la hermanita. Había un señor que trabajaba en el fundo El Yali y los llevaba. Un día venía seguramente apurado y no les paró. El niñito se soltó de la mano de la hermana, se le atravesó y el caballero lo atropelló. Iba con su mochilita y con este mismo señor lo trasladamos hacia San Antonio. Me encontré con la ambulancia en el cruce San Pedro y ya en Atalaya falleció. Después llegué al hospital y estaba de turno el doctor Dagoberto Vidal, trataron de reanimarlo y no fue posible. Llegó la mamá y me tocó a mí decirle. Cuando ella me veía recordaba lo que había pasado. Eso me marcó mucho tiempo, fue difícil superarlo. Tiene una grutita camino al Yali, cada vez que pasó por ahí le toco la bocina y cuando puedo le voy a dejar velitas y le pido que nos cuide.
"Empezamos 37 (a estudiar auxiliar de enfermería), nos recibimos 17 al final y yo era el único hombre en ese curso. Tenía que prestar mis brazos para que hicieran práctica conmigo".
"Cuando chico vendí diarios, lustré zapatos, trabajé gritando en las micros para la playa. Siempre me gustó trabajar, lo hago desde los 8 años",
Jorge Silva