Al hablar de valores o incluso de antivalores en el deporte, pensamos que son inherentes a la práctica, es decir, que por el solo hecho de realizar una práctica deportiva de manera periódica, se desarrollarán actitudes y comportamientos asociados.
El deporte como concepto abstracto no tiene valores ni antivalores. Pero ¿cómo es que lo concebimos como potencialmente positivo y, a su vez, vemos conductas, acciones o decisiones negativas? Esto es porque no es el deporte en sí lo que trae beneficios o perjuicios, sino el cómo se practica y eso tiene que ver con las personas.
En la declaración de Niza de la Unión Europea en 2000 se concluyó sobre el deporte como "una actividad humana basada en unos valores sociales educativos y culturales esenciales. Es factor de inserción, de participación en la vida social, de tolerancia, de aceptación de las diferencias y de respeto de las normas".
Escuchamos a los grandes defensores del deporte, asociarlo a una gran multiplicidad de valores morales y sociales, desde el "fair-play" hasta la cooperación, la ayuda mutua o la identificación con las normas.
No obstante, también observamos "antivalores" como agresividad, engaño, protagonismo exacerbado, etc. ¿Por lo que podríamos decir que el deporte también es promotor de ellos? Es ahí donde recae la responsabilidad de todos los involucrados en el hecho deportivo y dependiendo de la etapa deportiva, tendrá mayor o menor responsabilidad el o la deportista.
Lo que parece irrefutable es que el deporte posee características que lo hacen un soporte y medio eficaz para conseguir valores éticos, sociales, democráticos, etc. Aunque somos las personas los responsables de dar sentido y desarrollarlos.
Dra. Paula Ortiz Marholz
Directora académica
Instituto del Deporte y Bienestar
Universidad Andrés Bello