Tabino le dobló la mano al destino y es un ejemplo de superación
Claudio Arias quedó discapacitado cuando tenía tan solo 21 años, tras sufrir un grave accidente de tránsito. Ahora trabaja vendiendo dulces a las afueras de la iglesia de la comuna y mira la vida con otros ojos.
"Cuando desperté del coma no sabía nada. Ni qué me pasaba, ni dónde estaba. Me acuerdo que estaba lleno de cables y tenía un suero", explica con dificultad el tabino Claudio Arias, quien hace 17 años sufrió un accidente que lo tuvo en coma durante tres meses y que le cambió la vida para siempre.
El 26 de enero de 1999, con apenas 21 años de edad, el joven iba en camino a uno de sus dos trabajos que desempeñaba por aquel entonces. Eran las 7.35 de la mañana cuando perdió el control de su vehículo y se volcó en las cercanías del monolito, ubicado en el centro de El Tabo.
"Justo el día anterior al accidente me había dicho: 'Mamá, ya estoy cansado de trabajar tanto. Mañana voy a avisar que voy a dejar de cuidar autos en la noche'", relata Rosa Campos, madre de Claudio, recordando las ironías que tiene la vida.
La mujer reconoce que desde pequeño su hijo fue un niño respetuoso y bueno para la pega. "Era un joven alegre, muy trabajador. Cuando tenía siete años empezó a vender cuchuflis y palmeras en la playa. Sin que nadie le dijera. A él nunca le faltó en qué trabajar", cuenta la mujer que ha acompañado a su hijo en sus ya casi 17 años de recuperación.
Durante los meses previos al accidente, Claudio trabajaba de sol a sombra para que a su madre nunca le faltara nada. En el día laboraba en una antigua empresa dedicada a la comercialización de timbres, mientras que en la noche cuidaba autos en el estacionamiento de la discoteca Aquelarre.
"Él vivió en Santiago por varios años, pero se regresó porque acá con nosotros podía ahorrar. Tanto fue lo que juntó, que a los seis meses de haber vuelto de la capital se pudo comprar un auto. Me regaló una lavadora, una centrífuga, de todo. Siempre me ayudó y fue muy buen hijo", afirma Rosa.
Pero esa felicidad les duró tan solo unos meses. Tras accidentarse, debido a la gravedad de su estado, Claudio fue trasladado desde el hospital Claudio Vicuña de San Antonio al Carlos Van Büren de Valparaíso. Por haber sido un accidente de trayecto al trabajo, al noveno día lo internaron en el Hospital del Trabajador de Santiago.
"Tuvo dos operaciones en su cerebro. Yo al principio no quería, y el doctor fue bien claro: 'Si no lo operamos se va a morir y en estas operaciones, uno de cada diez pacientes sobrevive' , me dijo el especialista", sentencia la mujer.
Al salir del coma, el diagnóstico fue lapidario: Hemiparesia mixta maxilofacial, que le compromete todo el lado derecho de su cuerpo. Quedó con un veinticinco por ciento de discapacidad mental y cincuenta por ciento de discapacidad física.
"Al principio me dijeron que mi hijo no iba a volver a caminar ni a hablar. Que quizás tampoco iba a ver. Cuando estaba en coma me preguntaban por qué mejor no lo desconectaba, pero yo esperaba que se recuperara", afirma la mujer, que debió superar dos enfermedades renales durante los seis meses en que su hijo estuvo internado.
"Viajé de lunes a viernes a Santiago. Me iba en el primer bus y me devolvía en el último. Me enfermé de los riñones por tanto viajar sentada", asevera.
"Fueron muchos años de ardua tarea, pero de a poco se fueron logrando cosas. Mucho tiempo de ejercicios para que recuperara sus músculos y ahora él anda solo en la calle. Es bastante increíble la recuperación de Claudio. No caminará cien por ciento perfecto, pero se moviliza solo", cuenta Rosa.
"A veces se porta mal, después se arrepiente y llora. Me pide perdón. Yo sé que no lo hace adrede, qué se le va a hacer", asiente la madre de Claudio, afirmando que el hombre en ocasiones se descompensa y cambia su personalidad.
"Mi hijo ahora, a pesar de todo, está bien. Al principio yo lo llevaba al centro a caminar, andaba para todas partes con él. Hasta que un día se dio cuenta de que podía andar solo y me dijo: 'Mamá, yo no quiero que me acompañes más'. Tenía miedo de que lo atropellaran o asaltaran. Y le han pasado esas dos cosas, pero no lo puedo encadenar acá", reflexiona Campos.
Volver a nacer
A pesar de sus limitaciones, hoy en día Claudio es un verdadero ejemplo de superación y reinserción social. Cada mañana sale temprano desde su casa ubicada en el pasaje Uno de la Villa El Tabo y camina hasta la iglesia de la comuna, donde se instala desde hace cinco años a vender dulces en un carrito que le regalaron.
"Esto fue como volver a nacer. No sabía qué hacer en la casa, me aburro estando acá. Voy para más para atrás que para adelante con el negocio. Me comía todos los dulces los primeros días", recuerda el hombre con una alegría que permanece intacta.
"Él siempre ha querido ser útil, no quiere quedarse con su pensión no más, lo único que desea es trabajar. Va donde sus antiguos jefes a pedir que lo recontraten, pero no entiende que eso no es posible", lamenta Campos.
"Fue tanto a pedir a la municipalidad, que por cansancio le dieron el permiso para que tuviera su carrito de dulces. Nunca he visto ganancias de eso, pero él es feliz así. No importa que no gane, yo lo veo como terapia. Está activo y ocupado. Eso es lo más importante", rescata la tabina.
Una pena
A pesar del optimismo, Claudio tiene una pena negra en su corazón.
"Le da celos ver cómo sus hermanas han formado familia y él no puede hacerlo. Nunca pude comprender por qué le tuvo que pasar esto a mi hijo, si él era buen niño. Nunca fumó, no bebía, entonces por qué ese accidente tan trágico".
"Yo veo a otros hombres que tienen su edad que son drogadictos, alcohólicos y él está en estas condiciones. Fueron años de puro llorar, solo trabajando pudimos superar todo esto", agrega Rosa.
El compromiso de la comunidad tabina también fue clave en una etapa de su recuperación. Antes de que pudiera volver a caminar, ya era miembro activo de la iglesia.
"Llegué en silla de ruedas. Aprendí a tocar órgano y después hice mi confirmación. Siempre voy a ver a mi madrina de confirmación, que me ayudó mucho. Lo pasaba bien, fue una bonita época", recuerda con nostalgia el hombre a sus ya 39 años.
Actualmente, Claudio asiste a controles periódicos con sus especialistas. Todos los días tiene que tomar sus medicamentos. Cada cuatro meses recurre a una psiquiatra y a su psicóloga cada dos. Al neurólogo va dos veces al año y a la fisiatra cada tres meses.
Su recuperación es un trabajo de todos los días, pero él hace lo imposible para mantenerse activo y dejar de pensar en la tragedia que le marcó la vida. "Ya no quiero pensar más en el accidente. Lo que pasó, pasó", comenta Claudio haciendo alusión a un conocido reggeatón y animando a su mamá para que no recuerde los momentos más tristes que ha vivido su familia.
"Quiero pensar en lo que venga. Me gustaría tener un negocio bonito, con electricidad, como esos que hay en el paseo que está al lado de la iglesia. Ando 'pelando la papa' desde hace tiempo para conseguirme uno en la municipalidad", cuenta con esfuerzo el hombre.
"Me gustaría tener un negocio donde no tenga que estar sacando y entrando el carro y pueda atender hasta más tarde, porque en la iglesia cierran temprano", afirma, a la vez que intenta decir lo agradecido que está del sacerdote de la comuna.
"Al padre Manuel lo quiero tanto, es un muy buen padre. Él me ayuda mucho, en las mañanas, me saca el carro que guardo en la iglesia. Falta poco que él venda los dulces y yo haga la misa", bromea Claudio con un admirable sentido del humor.