Un día como encuestador: el Censo 2017 en San Antonio visto desde adentro
En primera persona, el periodista Roberto Cadagán relata cómo fue su experiencia como censista voluntario en la encuesta nacional realizada el miércoles pasado. Aquí cuenta sus dudas y las satisfacciones que le dejó el proceso.
Son las 7.45 de la mañana del día del Censo Nacional y en las calles de la Villa Miramar no se ve nadie. Literalmente, están desiertas. Es día feriado irrenunciable y los sanantoninos se lo tomaron en serio.
De pronto, un par de colectivos vacíos avanza rápido por calle Salvador Allende, luego otro automóvil sin pasajeros y un cuarto, con solo una persona junto al conductor en su interior.
Voy a ser parte del Censo 2017 como un encuestador voluntario, para conocer de cerca esta experiencia nacional y ver el andamiaje preparado para esta ocasión en la que se busca saber con exactitud -entiéndase en la medida de lo posible- cuántos chilenos somos, y por ende, cuántos sanantoninos habitamos en esta comuna.
Reconozco que me inscripción surgió -en parte- de un impulso tras ver un video promocional de esta medición nacional, el cual era protagonizado por el personaje de la serie infantil 31 Minutos, Juan Carlos Bodoque.
El conejo rojo se autodefinía como periodista estrella en sus días normales y hábil censista en el día de la encuesta. Él se impuso la meta de censar a todos los chilenos en un solo día y lo logra. Yo no pretendía ser tan ambicioso, pero Bodoque entregaba un mensaje motivacional que demostraba que este es un esfuerzo nacional, que es parte de la historia de Chile y, bueno, uno podía ser protagonista con solo un click en la página www.censo2017.cl.
Y en una corta y emotiva ceremonia, me inscribí.
Luego vendría una capacitación en el Grupo Escolar de Barrancas que me dejó más dudas que certezas -pensaba que el trámite era más simple- y me preparé mentalmente para ser parte de la operación estadística.
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El miércoles me dirigía a mi local censal ubicado en la sede de Villa Miramar. Mentalmente repasaba lo indicado en la capacitación: qué pasa si me encuentro un hogar donde hay extranjeros que no hablan español; qué sucede si al interior de la vivienda hay más de un hogar; si los que vivían en la casa hicieron turno nocturno en alguna empresa; si estaban de viaje; si no viven habitualmente ahí; si son visitas; si las parejas no son matrimonio; si tienen capacidades especiales, y un largo etc.
-En el local censal seguro despejaré todas mis dudas -me dije.
Iluso.
Al llegar al recinto me encontré con menos personas de las que esperaba. Unos inscribían a los voluntarios en un computador, otros organizaban carpetas, otros ordenaban unos documentos; por acá unas personas colocaban unas botellas de agua en un mesón y por allá, otras gritaban "¡dónde están las listas de asistencia!".
No esperaba encontrarme con una organizada y aceitada maquinaria alemana de la burocracia, pero sí algo más ordenado.
A las 8 de la mañana, al menos cuarenta personas estábamos en el lugar de encuentro. Mucha gente joven, la mayoría mujeres, quienes buscaban salir a encuestar lo más rápido posible.
-Bueno -pensé- ya estamos aquí.
Después de inscribirme me asignaron una supervisora. En mi caso una joven de unos 27 años, quien me entregó los materiales que utilizaría en esta ocasión, me pidió mis datos personales y mi número de celular.
Me dijo que la habían capacitado como censista, pero que al llegar al local le dijeron que sería supervisora. Me pareció que no conocía muy bien el barrio donde estaba, pero estaba dispuesta a ponerle todo el empeño posible.
La carpeta que me asignaron contenía los formularios para el censo, un mapa del barrio, el listado de viviendas que debía visitar, hojas de notificaciones, stickers con el número del portafolio; un lápiz HB, una pequeña goma, un sacapuntas y tres hojas con las calcomanías que se colocaban en las puertas.
Ah, además una bolsa plástica, una botella de medio litro de agua mineral sin gas y una bolsita de colación que no abrí, pero que contenía una cajita de leche con chocolate, una barra de cereal o un queque, algo así.
En mi caso me tocó censar un edificio completo; es decir, cinco pisos, cuatro departamentos por nivel: 20 viviendas en total.
Recorrido
Después de ordenar todo, nos coordinamos en la multicancha de la Villa Miramar. Había algunos censistas con dudas en ese momento, pero entre todos tratábamos de darnos luces sobre el procedimiento.
9.20 de la mañana y nos pusimos en marcha.
Al llegar al edificio no se escuchaba ni un alma. Comencé desde el quinto piso hacia abajo, siempre por mano derecha.
Al tocar la primera puerta nadie salió. Esperé unos instantes e insistí. Nada.
Por tercera vez, y se escuchó ruido al interior. Después de darle vueltas a la llave, apareció un hombre en calzoncillos y con cara de haberse despertado recién.
-Buenos días, vengo a censarlo -dije mirándolo a los ojos y con voz segura, como nos habían indicado en la capacitación.
-Pensé que iba a pasar más tarde -replicó, y me invitó a pasar.
La encuesta duró unos 10 minutos para las dos personas que durmieron allí la noche anterior.
Luego seguía un departamento sin moradores, por el que debí dejar una notificación para que posteriormente acudan al municipio sanantonino a entregar sus antecedentes. Y continué.
En el tercer departamento residían dos personas más. Un solo hogar, una familia como muchas. Todo rápido. Voy como avión -pensé-, la voy a hacer cortita.
Cuando tuve tres viviendas con moradores censadas, fui donde la supervisora, quien revisó los formularios, hizo algunas correcciones y me dio el visto bueno para continuar.
Al subir, ya algunas vecinas se habían dado cuenta que estaban censando en el edificio y se apostaron en las puertas de sus departamentos.
-¿Por qué no me censa a mí para tener la mañana libre? -sugirió una señora.
-No puedo, debo seguir el orden establecido, pero no se preocupe que todo va a ser rápido -le dije.
Yo pensaba que iba a ser así, pero en varios departamentos me encontré con 5 ó 6 personas que conformaban uno o más hogares. Así se puso engorrosa la cosa y tomó más tiempo.
En un hogar la familia estaba tomando desayuno. Los niños en pijama disfrutaban de pan tostadito, un sartén con huevos revueltos y tecito. La jefa de hogar me ofreció tomar desayuno con ellos, pero debí rechazarlo cortésmente.
Ejemplos como esos se repitieron. Los dueños de casa me ofrecieron café, bebida, galletas. La gran mayoría fue muy cordial.
No paré ni un momento mi labor de censista, juraba que eran como las 11 de la mañana, pero al ingresar a una vivienda tenían el televisor con las noticias del momento y me percaté que eran las 13.30 horas.
El tiempo pasó volando y al llegar al primer piso, debo reconocer que ya estaba cansado.
Es que repetir una y otra vez el mismo cuestionario, era agotador.
Además, había preguntas obvias que, obligadamente debía hacer, como ¿cuál es su sexo?
Las personas extrañadas decían: "si es obvio, para qué lo pregunta…"
-Es que debo hacerlas por el procedimiento.
Las mujeres no se hacían problemas y respondían, pero no faltaron los hombres que entre risas dijeron: "no sé, aún no me defino; ¡ay! póngale ahí que soy medio medio. No sé, cualquier cosa, jajaja".
En todos los departamentos tuve que dar explicaciones por esa pregunta.
Lo otro, al consultar por quién es el jefe o jefa de hogar, en varios lugares dudaron en definirlo. "Es que él trae la plata, pero en la casa mando yo", "shiss está claro que es la vieja porque me quita toda la plata, jajaja", "¿mijita, quién manda en la casa usted o yo?... yo poh… viste, ella manda…", comentaban, pero sin ser pesados.
Ya llevaba 58 encuestados. Me quedaba el último departamento. Debo reconocer que estaba cabreado, le había sacado punta al lápiz como cuatro veces y ya lo tenía marcado en mi dedo.
-¡Qué bueno que ya estoy en el último departamento! Ojalá sea una persona sola y así termino luego… o que sean dos y me voy -pensé-, y quise disfrutar ese instante. De seguro soy el primero de mi grupo de encuestadores que termino, me imaginé.
En esos momentos ya sentía los síntomas del resfrío que me aquejaba. Me dolía la cabeza, tenía romadizo y andaba con la nariz roja como morrón. No era la perfecta imagen de un censista que el Estado y los vecinos encuestados pudieran esperar.
Toqué a la última puerta. Me atendió una señora y me hizo pasar, era de origen ecuatoriano y me contó que sus nietecitos la habían venido a visitar.
-Ah ya -me dije-, qué bueno… ¿cuántos durmieron aquí anoche?
-Seis -me respondió.
-Shuuu, y yo que esperaba hacerla corta al final -me dije a mí mismo.
Los chiquilines eran algo inquietos y estaban viendo dibujos animados. La encuestada no entendía algunas de las preguntas y yo con un dolor de cabeza del demonio.
Pero estoicamente cumplí con mi deber ciudadano y salí raudo del edificio con mi carpeta llena y con los formularios completos. Esto es pan comido, pensé.
En el camino de regreso al local censal, un vecino me dijo: "¡Ya poh, cuándo me vai a venir a censar!".
-Es que este no es mi sector, yo estaba encargado de uno de los edificios, pero de seguro ya le tocará su turno señor -les respondí.
-¡Ya, pero te apurai, porque te he esperado toda la mañana! -me gritó
-Ok, un poco de paciencia por favor.
De regreso en el local censal de la Villa Miramar, debía entregar mi documentación. Esto sería rápido porque no creía que hubiera cometido errores.
Al interior, bullía la actividad. Varios encuestadores habían arribado antes que yo, revisaban sus formularios y sacaban cuentas. Una vez listo el papeleo, debía ser revisado por los supervisores, por lo que había que esperar.
En mi caso, el resultado fueron 64 personas censadas, 20 formularios, 20 stickers y una citación.
Ahora a hacer la fila para entregar mi resumen al digitador. Había diez personas antes que yo y, reconozco que ahí eché de menos la colación que me habían dado y que había regalado a unos niños del edificio. Eran las 16.30 horas.
Esperé con paciencia y pasé mis resultados que estaban correctos.
-Muchas gracias -le dije al jefe del local y le entregué mi credencial.
-No, llévatela nomás...
-Ok, nos vemos.
Y me fui de regreso a mi hogar con un resfrío insoportable y pensando en esas decenas de personas que quedaron en esa sede trabajando como hormigas para que la medición resulte, para que se cumpla los objetivos.
Llegué a mi casa cansado, pero con la satisfacción de haber participado en un esfuerzo a nivel nacional. Ah, y con un resfrío que aún me tiene noqueado, con la cabeza pegada a la lona.