El lento renacer de una bella joven tras el accidente que casi le cuesta la vida
Claudia Noemí Úbeda fue atropellada por un microbús en junio. Permaneció un mes y tres semanas en coma y hoy está enfrentando un doloroso proceso de recuperación y luchando por adaptarse a su nueva vida.
"Había sol, estaba bonito el día. Salí de mi casa para irme al trabajo como a las 11 de la mañana. Yo iba cruzando bien la calle, pero el conductor iba mirando hacia el lado y llegó y pasó no más. Yo había decidido cruzar porque vi que la micro venía lejos y de pronto la vi encima mío, venía súper rápido. Me topó con la rueda y me arrastró por la calle". Así relata Claudia Noemí Úbeda (21) el atropello que sufrió el sábado 10 de junio de este año en la intersección de las calles Jason con Los Laureles, en Llolleo, a solo doce pasos de su casa.
Tras el accidente, donde fue socorrida por su abuelo, ella fue intervenida de urgencia en el hospital Claudia Vicuña debido a las fracturas expuestas y la hemorragia interna que sufrió. A causa de su grave estado, fue derivada al hospital Carlos van Buren de Valparaíso, donde permaneció en coma un mes y tres semanas.
Brusco despertar
"Cuando desperté del coma, no recordé nada. Fue un shock muy fuerte. Lo más terrible fue ver cómo quedé. Estaba rodeada de máquinas y me desesperé tanto que casi me da un paro cardiaco", recuerda sobre la noche en que se abrió los ojos en la solitaria habitación del hospital de Valparaíso.
Cada vez que despertaba, tenía la misma reacción, por lo que debían doparla. "Al principio no me acordaba de nada, ni de mi número de teléfono. Además, no sabía dónde estaba ni qué me había pasado. Esto no se lo doy a nadie", afirma.
Noe, como prefiere que le llamen, poco a poco volvió a recordar el trágico día del accidente y a asimilar todos sus efectos.
-¿Qué secuelas te dejó el atropello?
-Mi codo es completamente de fierro. Mi pelvis quedó destrozada y también es completamente de fierro. En una parte de la cadera y en la pierna también tengo fierro y me tuvieron que cortar un poco la pierna para acomodármela con la cadera. Por eso una pierna me quedó un poco más arriba que la otra.
A casi cuatro meses del accidente, ella sigue semipostrada por una herida abierta en su pierna izquierda, de ocho por diez centímetros. "Deben hacerme una cirugía, un injerto porque como la herida es muy profunda no se va a curar por sí sola. Estoy esperando que me llamen para la cirugía y, por mientras, debo vivir con fuertes dolores, que son realmente insoportables", confiesa.
A causa de esta herida, ella no ha podido avanzar en su recuperación y aún no puede aprender a caminar nuevamente.
"Me dijeron que debo tener harta paciencia, porque la rehabilitación es larga, y eso trato de hacer. Tengo que aprender a caminar de nuevo, lo que va a demorar mucho. Debo partir de a poco, como si hubiese nacido de nuevo, como una guagua", manifiesta la bella joven sobre el proceso de recuperación que durará al menos dos años.
Aunque todo podría haber sido mucho peor. "Los médicos me dijeron que era un milagro que estuviese viva. Yo estaba más cerca de la muerte que de la vida, porque tenía múltiples fracturas y una hemorragia interna, entonces a ellos no les calza que estuviera viva. Creen que influyó que yo llevara una vida sana, porque con lo que me pasó y la contextura que tengo, porque soy flaquita, el atropello debería haber tenido un resultado fatal", manifiesta.
Su vida anterior
La vida de Noe era muy distinta antes de ese trágico 10 de junio. Ella trabajaba como garzona en un restaurante en Pelancura, hacia donde se dirigía al momento del accidente. Con su sueldo ella vivía y aportaba en los gastos de su hogar.
De hecho, la esforzada joven trabaja desde los 16 años como promotora y en otras labores para costearse sus cosas y no molestar a su mamá.
Ella afirma que "yo tenía una vida súper tranquila. No era buena para el carrete, rara vez salía porque no tomo ni fumo, entonces para qué iba a salir. Principalmente pasaba el tiempo entre mi trabajo y la casa".
Una de las actividades que disfrutaba mucho era hacer deportes. "Yo era bien deportista, me gustaba salir a correr con mis dos perros, Copo y Cony, o me iba en bici hasta la playa. Esa es una de las cosas que más extraño", cuenta.
Antes del trágico hecho era una persona muy sana. "Nunca había estado hospitalizada. No tenía ninguna enfermedad y no me había quebrado nada. Yo siempre he sido cuidadosa con todo", afirma.
Ahora pasa los días en su casa, tolerando los fuertes dolores de la herida. "Es súper fuerte, a veces no quiero nada. Si bien puedo salir de mi casa, los dolores constantes no me dejan hacerlo. Ha sido el peor año de mi vida", sentencia.
Pero no solo los dolores físicos la afectan en su diario vivir. "Hay días en que lloro mucho. Me acuerdo de todo lo que pasé y me pongo a llorar. Me da mucha pena, porque miro mis fotos de antes y pienso qué fue lo que me pasó o qué hice mal para merecer esto. Es como si me hubiesen quitado mi vida. Debo empezar todo de cero y eso es lo más terrible", cuenta Noe.
-¿Cómo es tu vida ahora?
-Estoy casi todo el día en mi casa, acostada. Una enfermera del consultorio viene día por medio a curarme la herida y debo tomarme ocho pastillas diarias. Gracias a Dios no me falta compañía y eso hace que no piense tanto en lo que me ocurrió, porque a veces es como si me volviera loca, porque todos los días son iguales.
Noe vive con su madre, Claudia Castillo, sus dos hermanas, de 15 y 2 años, y sus abuelos maternos. A raíz de su accidente, su madre dejó de trabajar para cuidarla a ella.
"Pasé de ser una persona independiente a necesitar ayuda para todo. Mi mamá ahora tiene una vida ciento por ciento dedicada a mí. A ella se le ha hecho muy pesado, porque también cuida a mi abuela, que está postrada, y a mi hermana chica".
A pesar de las dificultades, la familia se esfuerza por ayudarla. "Cuando mi hermana de 15 años llega del colegio empieza a ayudar a mi mamá con las cosas de la casa o me ayuda en lo que necesito. Incluso mi hermana chica trata de ayudarme y grita a mi mamá para avisarle que su 'mana quiere algo'. Mi pololo también ha sido un gran apoyo en mis días difíciles".
Hasta sus perros tratan de hacerle la vida más fácil. "Cuando necesito algo y mi mamá no me escucha, la Cony, mi perrita, va a ladrarle para que venga a mi dormitorio. Ellos son mi terapia, ellos pasan todo el día conmigo y cuando estoy triste se acuestan, casi que se echan sobre mí y no me dejan sola", cuenta Noemí, la joven que a diario lucha contra los dolores físicos y del alma.