La alta mortalidad infantil que dejaron el cólera, la viruela y la meningitis en Chile
Por años el país tuvo el récord mundial de defunciones de niños; sin embargo, este último tiempo la tasa de supervivencia de nuestros infantes es igual a la de Estados Unidos y prácticamente supera a toda América Latina.
Juan Guillermo Prado
No es fácil reconstruir la historia de la salud en Chile. Por lo mismo, hay misterios y enigmas que literalmente no tienen respuesta. Por ejemplo, la manera en que lograron sobrevivir nuestros abuelos ante las constantes epidemias que diezmaron pueblos y campiñas, aún sigue siendo una incógnita.
Si bien hay pocos antecedentes, la calle Huérfanos, llamada inicialmente "De los Huachos", en pleno centro de Santiago, nos recuerda una epidemia que afectó al país y, en particular, a los menores de edad, a fines de la Colonia. El escritor Sady Zañartu, en su libro "Calles viejas", relató lo ocurrido:
"En el año 1779 apareció en Santiago una epidemia conocida por el nombre de 'malcito' (cólera morbus). La enfermedad empezó a diezmar la población y hubo de habilitarse para lazareto la Casa de los Huérfanos, situada en la manzana comprendida por esta calle y la de los Baratillos Viejos, la de las Agustinas y de la Moneda Real (de los Huérfanos después). La mortandad fue grande y, para evitar la infección, los restos de los apestados que iban al enterratorio de la Casa eran cubiertos con una espesa capa de cenizas. Las carretas que los traían, por falta de espacio en el asilo, hicieron su depósito en la calle de nuestra historia, donde los montones quedaron hasta mucho después de la epidemia…".
Ricos y pobres sufrían los embates de las pestes. En plena Colonia está el ejemplo del matrimonio de Ignacio Carrera y Francisca de Paula Verdugo, quienes engendraron siete hijos, pero solo sobrevivieron cuatro: Javiera, Juan José, José Miguel y Luis, próceres de la Independencia.
Este tipo de desgracia era habitual en las familias aristocráticas y qué decir en las de escasos recursos. A ello hay que sumar un dato no menor, pues la cantidad de hijos ilegítimos, que era superior al 50%, impedía contar de manera oficial con una real dimensión de morbilidad y fallecidos, puesto que estaban invisibilizados.
Primeras Estadísticas
Recién a mediados del siglo XIX se creó la Oficina de Estadística. En su primer informe de mortalidad en menores de 1 a 7 años, reveló que el total de niños que vivieron entre el nacimiento y los 7 años fueron 44.708 y murieron, en 1847, más de la mitad, es decir, 23.009 infantes, equivalentes a poco más del 51%.
La situación era más grave aún en Santiago, ya que el porcentaje subía al 78,5% y en Valparaíso, a un 70,5%.
Los primeros trabajos que estudiaron la alta tasa de mortalidad infantil señalan que, entre otros factores, incidían las variaciones climáticas, la falta de higiene, la falta de cuidado de la madre y diversas pestes como la enteritis -causada por comer o beber cosas contaminadas con bacterias o virus-, la viruela, la meningitis y la neumonía.
Era poco lo que podían hacer los médicos respecto a pestes que aparecían periódicamente en el territorio nacional. La mayoría de ellas ingresaba a través de los navíos que surcaban el mar chileno, atracando en diversos puertos. Un médico recomendaba que, frente a la imposibilidad de luchar contra las diversas enfermedades que afectaban a los recién nacidos, se debía mejorar la deprimente higiene y la alimentación en los sectores pobres; en tanto, en las clases altas, darles leche materna a las guaguas.
Esta última recomendación aludía a una norma social de la época que indicaba que los pechos erguidos eran signo de distinción.
Por entonces, el territorio mapuche tampoco estaba exento de males como el cólera y la viruela. El mapuche Pascual Coña, en su autobiografía "Vida y costumbres de los indígenas araucanos en la segunda mitad del siglo XIX", transcrita por el misionero capuchino Ernesto Wilhem de Moesbach, relata que tuvo siete hijos; seis de ellos murieron antes de los 5 años y la única que sobrevivió falleció de cólera cuando era niña, en casa de unos parientes. Al respecto se lee: "Yo no fui siquiera a sepultarla por miedo de esa epidemia tremenda. Mi hermana la sepultó en reemplazo mío".
En 1876, el médico Ricardo Dávila, en su obra "Memorias. Apuntes sobre el movimiento interno de la población de Chile", indicó que, en orden de importancia, las enfermedades en aquel tiempo eran "tisis pulmonar, viruela, disentería, neumonía simple y complicada, afecciones tifoideas, varias afecciones intestinales, hepatitis y otras afecciones del hígado, sífilis o afecciones a que predispone, reumatismo, afecciones cardiacas, afecciones cerebrales".
Entre 1876 y 1889, la tasa de niños que morían entre el nacimiento y los 7 años era altísima en Chile, llegando al 58,9%.
Peste mata a niños
Entre los años 1886 y 1888, una epidemia de cólera, que cruzó la cordillera de Los Andes, se propagó por el país. La mortalidad infantil superó los 300 por cada mil nacidos vivos y la esperanza de vida al nacer para un hombre no pasaba los 28 años. Según cifras oficiales, esta plaga causó 28.432 víctimas, pero el doctor y diputado Adolfo Murillo las cifró en cerca de 40 mil.
Viruela y sarampión
Cuando aún la población no se reponía de las consecuencias del cólera, en 1891 hubo unos seis mil muertos por viruela en el país. Y casi al finalizar la década, en 1899, apareció el sarampión. El médico Federico Puga Borne reseña: "Fue la más tremenda experiencia que tuvimos en esa época, pues la epidemia nos ha llevado una generación entera".
Hay que precisar que, por entonces, Chile no disponía de un establecimiento que acogiera a los niños enfermos, los que morían sin tener una adecuada atención médica. Por eso, el filántropo Manuel Arriarán Barros donó a la Junta de Beneficencia de Santiago la suma de 400 mil pesos que sirvieron para iniciar la construcción del Hospital de Niños, que funcionó provisoriamente en un inmueble cedido por la Iglesia Católica.
Con la llegada del cambio de siglo, el doctor Leopoldo Belloni P., en su trabajo "Contribución al estudio de la epidemia de alfombrilla de 1900 en Santiago", advierte que habrían fallecido en la capital cerca de 4 mil niños y no menos de 10 mil en toda la república.
En esa misma época, precisa que en Santiago habrían padecido la enfermedad alrededor de 40 mil niños y 60 mil en todo el territorio.
Como si fuera poco, a la epidemia de sarampión se sumaron, en septiembre y octubre de 1900, el coqueluche o tos convulsiva y difteria.
Al comenzar el siglo XX la mortalidad infantil paulatinamente comenzó a descender. Entre 1900 y 1915, como promedio, aproximadamente 300 de cada mil párvulos fallecía antes de cumplir el primer año de vida. Así lo señalaba el Presidente Germán Riesco en 1902: "La mortalidad de párvulos, que excedía en Santiago en cerca de un cuarenta por ciento a la de adultos, sea hoy inferior a esta en treinta por ciento".
En ese periodo coexistían pestes como la fiebre tifoidea, influenza y tifus exantemático, a la que se sumó en 1918 la fatídica gripe española, que causó unos 40 mil muertos. Sin embargo, desde el año 1915 hasta 1940 la mortalidad infantil se mantuvo por sobre las 200 defunciones por mil nacidos vivos.
Récord mundial
En 1939 el doctor Salvador Allende publicó "La realidad médico-social chilena", donde entregaba un dato alarmante: "Chile tiene la más alta mortalidad infantil del mundo", agregando que "por cada veinte partos, nace un niño muerto. La mortinatalidad nuestra equivale al 50,5% de los nacidos vivos; por cada mil nacidos vivos mueren 250. Por cada diez niños nacidos vivos muere uno antes del primer mes de vida; la cuarta parte, antes del primer año; y casi la mitad antes de cumplir nueve años…".
Por su parte, el Presidente Juan Antonio Ríos, en su mensaje del 21 de mayo de 1943, destacaba que la mortalidad infantil había caído de 161,4 por mil nacidos en 1941, a 153,3 al año siguiente. Así, durante los veinte años venideros se logró frenar la mortalidad lentamente, hasta que las tasas cayeron a cien por mil nacidos, manteniéndose inalterables por un lapso de 45 años.
Las epidemias seguían afectando a los menores aun cuando había intensas campañas de vacunación. Entre 1950 y 1957 hubo una peste de poliomielitis y este último año, también, una de influenza que causó veinte mil muertos. En 1962 hubo un nuevo brote muy letal de sarampión.
La caída de la mortalidad infantil se debió a los adelantos en la medicina como el uso de antibióticos, el fuerte aumento en inversiones en el sector salud, los programas de nutrición complementaria y la extensión de las redes de agua potable y alcantarillado.
En 1975 la tasa de mortalidad infantil disminuyó al 57,6 por mil nacidos y prosiguió bajando; en 1980 fue de 33; en 1990 de 16; y el año 2000 de 8,9. Las estadísticas dan cuenta de que el año 2018 morían 6 bebés por cada mil nacidos, es decir, la misma cantidad que en Estados Unidos.
Si bien este somero repaso de las pestes que han asolado a nuestra población infantil exhibe hoy tasas que hablan particularmente de buenas políticas públicas en el sector salud a lo largo del tiempo, las estadísticas no reflejan el drama humano que significa perder un hijo. Felizmente, los estudios indican que el covid-19 sería más benigno con los niños y si bien también se contagian, los síntomas que padecen son leves y, como correlato, tampoco hay consecuencias graves.