El hombre que mantiene vivo el oficio de "sapo" de micros en el Litoral Central
El sanantonino Luis Soto lleva casi 30 años desarrollando este oficio que lo llena de satisfacción y orgullo. "Por nada del mundo cambiaría esta pega", asegura.
Luis Soto sale muy temprano desde su casa ubicada en la localidad de Lo Gallardo, en San Antonio, para tomar la micro que lo llevará hasta el paradero que, de lunes a viernes, de 8 a 18 horas, se convierte en su "oficina".
Por casi 30 años, este sanantonino ha trabajado como "sapo de micro", y aunque reconoce el sacrificio que hay detrás de este oficio que muchos creen desaparecido, también asegura que "por nada del mundo cambiaría su pega".
"Me han ofrecido quedarme en las garitas, pero no he querido. No me gusta estar encerrado entre cuatro paredes mirando el techo", confiesa, y luego añade que "me gusta la calle porque soy callejero (ríe) y, además, gracias a Dios, la salud también me acompaña. Este es un trabajo que me gusta mucho y me tiene contento".
Su punto
Luis se instala todos los días, sagradamente, en uno de los paraderos ubicados en la avenida Isidoro Dubournais, en El Quisco, a la altura de Carabineros. Allí les avisa a los conductores de los distintos microbuses a cuánto tiempo van de "la última máquina que pasó".
"Trabajamos con todas las líneas que hay en la costa y nuestra labor consiste en darles los horarios a los choferes de las micros para que no se junten mucho. Deben mantener cierta distancia entre ellas (las micros)", explica.
El detalle del recorrido de cada máquina queda registrado en una planilla que Luis escribe sin olvidar ningún detalle, así que por nada del mundo puede faltar un reloj y un lápiz. "Acá anoto el número de las máquinas porque todas tienen uno, y el tiempo que lleva cada micro", comenta sobre el oficio que ha desempeñado durante gran parte de su vida.
-Me he fijado que hay algunos conductores que no paran y siguen de largo...
-A ellos les doy el tiempo a través de señas. Llevamos tanto tiempo trabajando en esto que entienden altiro lo que les estoy diciendo. Es cosa de hacerles algunos gestos y listo.
A pesar de lo difícil que puede ser comunicarse a "través de señas y gestos", "llevan tanto tiempo en esto, que ya no es tema para nadie porque ya casi es de memoria".
"Uno aprende en el camino, como pasa en muchos otros trabajos, y tampoco es algo tan difícil. Finalmente, en esta pega mis jefes son los micreros. Ellos me hacen el sueldo ya que así funciona esto", afirma.
Cambio de lugar
Luis trabaja en la comuna de El Quisco hace un año, pero antes estuvo en el paradero ubicado en el supermercado Tottus, en avenida Barros Luco.
"Ahí estuve por más de un año. También he trabajado en Algarrobo y Llolleo. Cada cierto tiempo nos vamos cambiando de lugar. Eso es bueno porque vamos conociendo a distintas personas y así uno tampoco se va aburriendo en el mismo sitio. Me gusta andar de un lado para otro", cuenta.
Asimismo, indica que a lo largo del Litoral Central existen otros tres "sapitos" que desempeñan la misma labor en Las Cruces, El Tabo y Playas Blancas. "En total somos cuatro los que trabajamos en esto".
-¿Cuántas micros trabajan para la costa?
-Para Algarrobo llegan cuarenta y dos micros.
-¿Cómo lo hace para comer o ir al baño?
-La gente de los restaurantes o negocios de por aquí cerca me ayudan con eso, además como ya me conocen y me ven todo el día en este mismo lugar, me hacen ese favor.
-¿Y cuándo llueve?
-Ahí me quedo en la casa. No trabajamos con lluvia porque no tendríamos dónde estar porque tampoco tenemos una oficina o algo así.
-¿Qué pasa con su trabajo durante el verano con el aumento de la población en el litoral?
-En verano todo cambia. El calor, a veces es insoportable, además que anda mucha gente en todas partes, sobre todo arriba de las micros… así que imagínese. Hay que tener paciencia nomás para que el verano pase rápido y todo vuelva a la normalidad.
-¿Debe terminar un poco cansado con tanto ir y venir?
-A veces uno termina más cansado, pero al final las personas se acostumbran a un trabajo y se van amoldando a lo que les toca, además que, para ser sincero, no me imagino haciendo otra cosa, por algo llevo tanto tiempo en esto. Me gusta mucho trabajar en la calle, no me veo haciendo otra cosa.
Para Luis es muy importante la interacción que se produce con la gente mientras él desarrolla su trabajo. Y es justamente eso lo que más valora de su labor como sapo de micro.
"Como uno está todo el día en el mismo lugar, ya conozco a la gente. Muchos se acercan a preguntarme cuándo pasa la micro, cuánto cuesta el pasaje, a qué hora pasa la última micro que viene de San Antonio o a qué hora pasa la última máquina que viene de Algarrobo. Eso me gusta", explica.
"Es entretenido conversar con la gente, verlos pasar. Hay personas que solo se acercan a contarme alguna cosa que les pasó porque a veces solo necesitan que los escuchen y nada más", agrega.
En extinción
En muchos lugares del país este oficio prácticamente se extinguió, principalmente en las grandes ciudades, pero según Luis, en el Litoral Central está más vigentes que nunca.
"El trabajo que nosotros realizamos es importante acá en la costa, por eso creo difícil que se acabe. Llevo casi 30 años y espero seguir adelante por mucho tiempo más porque todavía quedan pilas. Gracias a esta labor pude sacar adelante a mi familia y a mis cinco hijos", recalca, con orgullo.
Afortunadamente, la pandemia no ha sido un problema para este sanantonino, quien afirma no haber parado por un segundo. "Afortunadamente jamás dejamos de trabajar y eso está bien porque todos no tuvieron la misma suerte".
Debemos hacer un alto en la entrevista porque Luis debe entregar los datos a un chofer que llegó al paradero de avenida Isidoro Dubournais. Tras algunos segundos de conversación con el micrero, el trabajador regresa. "Así es esto", dice Luis.
"Me gusta trabajar en este oficio y la verdad es que no me vería haciendo otra cosa. Es cierto que a lo mejor cansa esto de viajar todos los días, pero al final todo tiene su recompensa. Los fines de semana puedo disfrutar a mis hijos y a mis nietos y eso me hace feliz", recalca.
"Me gusta la calle porque soy callejero (ríe) y, además, gracias a Dios, la salud también me acompaña. Este es un trabajo que me gusta mucho y me tiene contento",
Luis Soto,, sapo de micros
"Cada cierto tiempo nos vamos cambiando de lugar. Eso es bueno porque vamos conociendo a distintas personas y así uno no se va aburriendo en el mismo sitio".
Luis Soto
"A veces uno termina más cansado, pero al final las personas se acostumbran a un trabajo y se van amoldando a lo que les toca, además que, para ser sincero, no me imagino haciendo otra cosa, por algo llevo tanto tiempo en esto".
"Llevo casi 30 años y espero seguir adelante por mucho tiempo más porque todavía quedan pilas. Gracias a esta labor pude sacar adelante a mi familia y a mis cinco hijos".