"Yo lo conocí"
por Abraham Santibáñez, Premio Nacional de Periodismo.
Me he tomado la libertad de pedir ayuda al legendario e inimitable Tito Mundt para el título de este comentario. Lo usaba con propiedad. Había conocido a cientos de personajes en su carrera. Se caracterizaba por su veloz e implacable manera de pulsar el teclado cuando escribía. Ningún computador habría sobrevivido a su entusiasmo frenético ante la máquina de escribir.
Sin pretender robarle su marca registrada a Tito Mundt, hoy mi personaje es el general norteamericano Colin Powell recién fallecido. Yo lo conocí en Santiago en una recepción en la embajada de Estados Unidos. Le habían informado que, en 1988, dos periodistas y un dirigente político fuimos detenidos en el anexo Capuchinos por orden de la justicia militar.
A este general de cuatro estrellas que era, además, juez militar, le llamó la atención que Alejandro Guillier, Genaro Arriagada y yo hubiéramos sido procesados en tribunales militares por "sedición impropia". En teoría es un delito que solo puede cometer un militar. Esta insólita situación interesó a Powell, quien quiso saber detalles de nuestra experiencia en fiscalías militares y en Capuchinos.
Al revisar en estos días su biografía he terminado de comprender su interés por una situación que debió parecerle inexplicable. En todos los recuentos se lo muestra como un militar atípico, que combinó sabiamente el humanismo con el esfuerzo personal por superar las limitaciones de ser un afroamericano nacido en Harlem. Empezó sus estudios en una escuela pública y se graduó en Geología en el City College de Nueva York. En ese período participó el Cuerpo de Capacitación de Oficiales de Reserva (ROTC) siendo designado comandante del equipo de instrucción que fue en definitiva el comienzo de su carrera militar.
"Powell, sintetizó The New York Times, fue un pionero, sirviendo como el primer asesor de seguridad nacional negro del país, presidente del Estado Mayor Conjunto y secretario de Estado. A partir de sus 35 años en el ejército, Powell fue emblemático de la capacidad de las minorías para utilizar al ejército como una escalera de oportunidades".
Su imagen, como reconoció él mismo, quedó marcada, sin embargo, por su presentación como secretario de Estado de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU. El 5 de febrero de 2003, respaldando una obsesión del Presidente George Bush, afirmó que los arsenales químicos y biológicos de Saddam Hussein eran un peligro para el mundo. Esa justificación fue el punto de partida de una guerra desastrosa.
Posteriormente llegó a la conclusión de que debía hacer un mea culpa. Admitió públicamente que dicha presentación estuvo plagada de inexactitudes y de datos de inteligencia alterados. Reconoció que era "una mancha" que "siempre será parte de mi historial".
Pese a ser un republicano confeso, desde 2008 dio su respaldo a candidatos demócratas: dos veces a Barack Obama, y luego a Hillary Clinton y a Joe Biden.
Con muchos aciertos y algunos errores garrafales, la imagen de Powell se consolidó sobre todo como la de un sincero creyente en la democracia.
Lo dijo en un categórico mensaje: "Lo importante es que Estados Unidos trabajará con cualquier país del hemisferio o del mundo como socio pleno si ese país tiene elecciones libres y plenas, y donde la voluntad del pueblo se vea expresada por los líderes políticos del país".
Me quedo con este recuerdo personal.
"Le habían informado que, en 1988, dos periodistas y un dirigente político fuimos detenidos en el anexo Capuchinos por orden de la justicia militar".